Pasaron las clasificatorias. La Tribuna de Doctrina y sus seguidores quedaron al borde del éxtasis: el odiado populismo solo obtuvo un tercer puesto, detrás del melenudo aullante y de la saltimbanqui. Rápidamente, proclamaron (por enésima vez) el fin del peronismo. Pero, como dijo algún impresentable, pasaron cosas…
Ocurrió que el motosierrista creyó que ya estaba. Que la maldita casta había sido derrotada de una vez y para siempre y que ahora tocaba el turno de sepultar a la cambiante. Que de tanto cambiar ya no sabía quién era, lo que quedó demostrado en cada intervención que tuvo. Algunas tan desorbitadas que ni siquiera sus habituales entrevistadores, corifeos todos de la derecha recalcitrante, podían entender qué les decía la candidata.
De repente los encuestadores, la mayoría de ellos tan poco fiables como de costumbre, comenzaron a pronosticar que habría una segunda vuelta, y que la multicambios quedaría afuera de la misma. Vinieron los debates: el supuesto león quedó como un gatito mimoso de los dueños del poder, y la saltimbanqui primero se excusó en una supuesta dolencia y después redobló su apuesta contra el kirchnerismo, sin advertir que en las boletas de Unión por la Patria el apellido que repudiaba solo aparecía perdido entre las candidaturas provinciales.
Y el ministro candidato comenzó a tomar medidas que, aunque con casi cuatro años de demora, eran las que las mayorías esperaban. Populismo clientelista, bramaron desde la derecha. Gasto irresponsable que nos lleva a la hiper inflación, profetizaban los gurúes de las finanzas mientras volvían, una y otra vez, a desplegar su arsenal de maniobras desestabilizantes para que sus predicciones su cumplieran.
Como la frutilla del postre, del lado de los liber(o)tarios se abalanzaron contra los derechos humanos. Con su triunfalismo a cuestas, repitieron el catecismo que hace tiempo predica LA NACIÓN negando que haya habido un genocidio, que las víctimas sean las al menos treinta mil que se conocen, que los represores hayan sido criminales de lesa humanidad. Y la cambista prometió reconocimientos para los condenados por esas atrocidades masivas.
En la cúspide de sus paroxismos, una adelantaba que en su gobierno reinarían la paz y el orden (de los cementerios), que arrasaría con todos los derechos que se le pusieran por delante, empezando por las garantías del debido proceso, y que la cárcel era el destino prometido para los gremialistas, mientras el desmelenado se abrazaba con lo peor de la burocracia sindical y desde su campamento prometían terminar con el Papa, la educación sexual, la ley de interrupción voluntaria del embarazo y garantizaban como novedad el derecho a renunciar a la paternidad.
Uno se pregunta, ¿qué clase de delirio aqueja a las distintas expresiones de la derecha argentina que las lleva a no conocer otro discurso que el del odio y a no prometer más que desgracias generalizadas? ¿Desconocen tanto hasta la propia historia de su país y la de los prohombres del liberalismo que en otros tiempos construyeron una patria para pocos, sobre la sangre y el sufrimiento del gauchaje levantisco y la miseria de tanto inmigrante que se agolpaba en los conventillos más sórdidos, que arremeten contra leyes que imaginaron Roca y Sarmiento, por citar solo algunos ejemplos?
Cuando empezó a quedar claro que a la cambiapieles no le aguardaba más que el exilio de la política, tanto que su propio impulsor la abandonaba sin pensarlo ni un momento, al felino sumiso le pareció adecuado prometer que con su mandato la Argentina volvería a ser la potencia mundial que imaginó destruida por el yrigoyenismo primero y el peronismo después. Ignorando, claro está, que esa idea de país nunca se compadeció con la realidad, que las condiciones humillantes en que vivía la mayor parte de la sociedad fueron denunciadas por el informe de un liberal (Bialet Massé), y que las expresiones del campo popular que tanto detesta surgieron para romper las cadenas que otros que también se decían liberales habían impuesto para garantizarse su predominio.
Contra toda esa serie de ominosos futuros que teñían con los colores más oscuros el panorama electoral, el repudiado peronismo se agrupaba y comenzaba a recuperar el terreno perdido en casi cuatro años de indecisiones y claudicaciones. Así llegó la nueva carrera, el 22 de octubre. Y otra vez la mayoría de los encuestadores demostraron que si en algo son infalibles es en dar pronósticos equivocados. Unión por la Patria se llevó la primera posición, el enemigo del Vaticano quedó atrás, a casi siete puntos de distancia, y la ex montonera ex menemista ex aliancista y otros ex que no vale la pena enunciar se hundió en el abismo de la derrota sin regreso.
¿Qué pasó, se preguntaron los sesudos analistas? Uno podría aventurar algunas respuestas. Cuando en el nefasto noviembre de 2015 el ingeniero sin ingenio ganó las elecciones no lo hizo anunciando lo que se venía. Al contrario, prometió que todo lo bueno continuaría y que se le agregarían nuevos beneficios. La gente le creyó, pese a las acertadas advertencias del candidato derrotado, y entramos a los cuatro años de destrucción que si no fueron peores es porque al mandamás amarillo le gustaba más irse de vacaciones o mirar Netflix que tomar medidas de gobierno.
Ahora la cosa fue distinta: envalentonados por lo que creían una victoria segura, los derechistas anunciaron sus propósitos reales. Para una, la destrucción de las conquistas laborales, la represión como respuesta a cualquier reclamo social, el fin de la educación y la salud públicas, y una serie de divagaciones acerca de una filosofía que se ocuparía de la gente que llora. Para el otro, la demolición del banco central, el fin de la moneda nacional, la militarización de la seguridad, la ruptura de relaciones con las tres cuartas partes del mundo, el freno al proceso de Memoria, Verdad y Justicia y la promesa no muy oculta de que si no le hacían caso terminaría también con el Congreso y el Poder Judicial.
La gente está enojada (con razón) pero no para aceptar mansamente la vuelta a la esclavitud. Y el resultado de esta primera vuelta así lo demostró. Para peor, donde el kirchnerismo se mostró más vivamente fue donde más votos obtuvo Unión por la Patria, y Axel Kiciloff logró una más que merecida reelección.
Tan sólo un día antes de las elecciones, una editorial del pasquín de los Mitre-Saguier arremetía contra cualquier prohibición del negacionismo, eso sí, disfrazando su amor por los genocidas con una pretendida defensa del derecho a la libre expresión: “El mero ejercicio de la libertad de pensamiento y expresión sobre hechos del pasado en modo alguno equivale a realizar apología de delitos… La imposición de una sola ‘verdad’, sin aceptación siquiera de otros matices o cuestionamientos a algunos de sus aspectos, es contraria a la libertad de pensamiento, de prensa y de expresión… ha habido encarcelamientos por largo tiempo, sin condena legal alguna, y hasta sin el debido proceso, de imputados de haber combatido un terrorismo asistido desde el exterior” (22-10-2023 “Negacionismo y violación de la libertad de pensamiento”). Palabras pensadas para encubrir el amor por los genocidas, porque lo que no es aceptable es que se nieguen sus crímenes o directamente se los reivindique.
El mismo día, el pseudo literato Jorge Fernández Díaz proclamaba que “Casi el setenta por ciento de la población huye de una forma de ejecutar la economía y ejercer la política. Se desmorona el Muro de Berlín creado por el relato kirchnerista, y los escombros están llenos de mensajes cifrados” y agregaba “ Hace cuatro años esta misma sociedad repuso por amplio margen a los kirchneristas sabiendo de quiénes se trataba, en un acto de súbita cancelación del ‘camino difícil’ y con la ilusión facilista de que era posible evitar todo sacrificio: el resultado de esa frivolidad pavorosa es esta hecatombe” (22-10-2023 “La democracia es inocente, la sociedad no tanto”). Parece que la realidad se empeña en no parecerse en nada a sus folletines.
Conocido el resultado de los comicios, en la misma noche del 22-10-2023 Andrés Hatum explicaba que “Massa, el ministro de un gobierno que está al borde del colapso, repuntó de tal manera de dejar tercera a Patricia Bullrich y desplazó a Javier Milei del primer puesto. Argentina es una caja de sorpresas”, cosa que habría pasado porque “Nuestro candidato camaleónico aprendió rápidamente a adaptarse y generar la metamorfosis necesaria para caer parado. Mientras avanzan las elecciones las radicalizaciones no son agradables para el electorado y eso lo leyó Massa pero no Milei” (“Un líder camaleónico en un país volátil”). ¿Será que la gente no quiere ese colapso tan anunciado?
Joaquín Morales Solá se decepciona. “Es raro, pero en los comicios de la víspera se impuso el bombero que ayudó a apagar el fuego que el mismo bombero atizó. Solo una sociedad muy confundida estuvo a punto de darle el triunfo en primera vuelta al representante de una dinastía política que destruyó todos los stocks de la Argentina: desde las reservas de dólares hasta la carne, pasando por la energía”. Habrá creído tan cerca la victoria de sus promovidos que el resultado fue como una bofetada ruidosa y certera. Por eso arriesga una explicación: “Juntos por el Cambio cayó casi seis puntos con respecto de las elecciones de agosto. Pagó caro la falta de plasticidad que tuvo al no percibir que la dura disputa entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta se dio en un contexto en el que sus dos principales contrincantes, Massa y Milei, no competían con nadie. Peor: el peronismo hizo lo que hace siempre; esto es, se disciplina solo en las vísperas electorales hasta que conquista el poder”. Y cierra con un reclamo para los dirigentes cambiemitas: “Deberán elegir un nuevo líder, porque ni Bullrich ni Rodríguez Larreta están ya en condiciones de exigir esa jefatura política. Y, sobre todo, deberán comprender que la victoria política es siempre el resultado de un trabajo prolijo, difícil, arduo y constante”. Uno ahí siente la tentación de recordarle a don Joaquín que cualquier cosa que signifique trabajo es contraria a la naturaleza de sus protegidos (23-10-2023 “El vencedor menos pensado”).”

Vamos cerrando. Con una advertencia que nadie debe ignorar: falta la prueba final, del 19 de noviembre. Que nadie se duerma en los laureles, la campaña sigue y hay que redoblar los esfuerzos. Con mejor ánimo que el que se tuvo después de las PASO, pero con la convicción de que los derechos no se defienden solos, hay que hacer lo posible y más todavía para conservarlos y ampliarlos. Pero bueno, hasta los escribas de LA NACIÓN a veces tienen algún acierto. El 23-10-2023 Luis Tonelli tituló que “El milagro de Sergio Massa se llama peronismo”.”

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