Históricamente, la sociedad ha considerado que hay un sinnúmero de palabras que no son buenas. Lo ha hecho por distintos motivos: la religión, lo escatológico, el sexo, en fin, lo que no se debe decir, lo de mal gusto, lo grosero. Claro que como decía el poeta, todo es según el color del cristal con que se mire, y entonces lo malo para uno es bueno para otro y viceversa. Lo cierto es que calificar como malas a algunas palabras también tiene que ver con una forma de ejercer el poder, de someter a otros, de decirles eso no es aceptable y no lo es porque nosotros lo decimos, lo prohibimos, lo condenamos al infierno o al silencio, que tantas veces se parecen. Pero hay ocasiones, las más de ellas en verdad, que lo que torna en malas a las palabras es quién las dice, cuándo las dice, cómo las dice. El mal, seguro, no radica en realidad en las palabras sino en quien las escribe, las pronuncia, las dispara, seguro de poder provocar con ellas todo lo malo que busca. Que a veces se esconde tras discursos llenos de palabras de las que consideramos buenas. Como los que pueblan las páginas de LA NACIÓN desde hace más de ciento cincuenta años. El problema es que a fuerza de malgastarlas, de mentirlas, palabras como democracia, república, patria, libertad, nos empiezan a parecer a lo sumo huecas expresiones que nada real nos significan. Aunque para algunos, o muchos, que sólo ven, escuchan y leen lo que un sistema corrupto les ofrece, al final entiendan que quieren decir exactamente lo contrario de lo que alguna vez expresaron. La mentira es la más mala de las palabras, en estos casos. Porque pervierte todo y todo lo trastoca. Aunque se disfrace de sesudos análisis de pseudo periodistas que posan de independientes cuando no son más que los escribas a sueldo de los poderosos.  Y nos regalan sus reflexiones, que revestidas de una crítica aguda buscan siempre el mismo efecto: convencer al crédulo de que lo que lo mata es su curación. Ejemplos de eso sobran. Basta con recorrer las páginas de la Tribuna de doctrina, donde uno se entera el 22/11/2021, gracias a Claudio Jacquelin, que “La política no entendió el mensaje de las urnas”. Trampas desde el mismo título de la columna. Porque cuando parece criticar los oídos sordos de oficialistas y opositores, lo hace sembrando la semilla maligna que está destinada a germinar creando una sociedad que desprecie la política, en lugar de considerarla la única herramienta que le puede permitir construir realidades más justas. La política no entiende, nos dice el columnista. La política no escucha a la gente. En resumen, la política es una mala palabra. Para reforzar sus dichos, Jacquelin nos cuenta que “Las imágenes poselectorales demuestran que el timón del Titanic no está en manos solo de un capitán alucinado por resultados lisérgicos, que le hacen confundir derrotas reales con triunfos imaginados. Toda una tripulación lo acompaña en el desvarío. Como si ninguno escuchara al pasaje que demanda evitar el iceberg. Ni siquiera los que gritan desde los márgenes, alentando motines suicidas antes que aportando palabras y acciones para la corrección del rumbo”. Aunque poco tiempo pasó desde los comicios, si uno le cree al columnista ya está todo perdido, no queda otra cosa que la catástrofe. Al capitán alucinado lo condenan los detalles, porque según Jacquelin, “En los detalles están y estarán Dios, el demonio, Cristina Kirchner y La Cámpora. Fuerzas superiores e inferiores que suelen complicar a Fernández, aunque le prometan ayudarlo”. Qué se puede hacer frente a una conjunción de tantos poderes terrenales, celestiales e infernales, sino largar unas cuantas de esas palabras que desde chicos nos enseñan que son malas. Otra clase se esconde en la columna que Joaquín Morales Solá publica el 23/11/2021, en la que habla de “Palabras violentas que preceden hechos violentos”. Como siempre, el título es engañoso, porque algún iluso podría suponer que va a criticar a tipos como Espert, que pretende que la policía ejecute sumariamente a cuanto sospechoso se le cruce. No, nada de eso, ni una referencia a la vocación de usar metáforas del peor gusto y destinadas a obtener los resultados más horribles que caracteriza al diputado que muchos votantes tuvieron la pésima idea de elegir. Morales primero nos informa de algo que ya sabíamos, en todo caso lo único nuevo es que lo dice sin tapujos: “el periodismo (o parte de él, para ser precisos) es también muy crítico del Gobierno. Sí, muchos periodistas somos críticos de la administración actual, del mismo modo que lo es la línea editorial de muchos medios periodísticos”. Cámbiese cualquier referencia al periodismo por grupos de poder y se entiende más claro. Aunque Joaquín dispara rápido una de sus falacias: “El periodismo independiente es el enemigo que nunca cambia para el kirchnerismo, esté en el gobierno o en la oposición”. No, Morales. No es ni periodismo ni independiente. Solo escribas a sueldo, que son los que construyen enemigos. Morales Solá se pregunta, como de costumbre maliciosamente, si “¿Le gusta al jefe del Estado la idea de un pueblo levantado arbitrariamente contra el periodismo? ¿Le gusta al profesor de Derecho la justicia por mano propia?”. No tengo idea de qué es lo que le gusta o no en estos casos a Alberto Fernández. Lo que sí tengo en claro es que si el pueblo se pone en contra de LA NACIÓN, de sus primos del clarinete mentiroso o de cualquier cosa de ese estilo, es más que seguro que no lo hace arbitrariamente. Debería, además, preocuparse don Joaquín por esas cosas que de vez en cuando se le escapan. Como pensar que si ocurre ese levantamiento contra los medios hegemónicos será un acto de justicia. Morales reconoce que “No hay ninguna prueba sobre la participación del gobierno en el atentado a Clarín. No existe esa prueba”. Pero no es que al antiguo cronista de los genocidas que desataron el infierno en Tucumán, en los días ominosos del Operativo Independencia, le haya agarrado un ataque de sinceridad. Es sólo un prólogo para más frases insidiosas que buscan provocar, en la opinión pública, la idea contraria: “Sin embargo, el historial previo de un discurso agresivo contra el periodismo, que incluye también a Máximo Kirchner y a otros capitostes de La Cámpora, como Andrés ‘Cuervo’ Larroque, hace posible que amigos o enemigos del gobierno hayan actuado por cuenta propia”. Y a continuación, más Morales Solá en estado puro: “Se manipuló la historia de medios y de periodistas como nunca había sucedido antes. Se difamó y se calumnió a la prensa”. Decir la verdad no es manipular la historia. Describir cómo actúan ciertos medios no es ni difamación ni calumnia. La forma en que LA NACIÓN, Clarín y los medios en general actuaron durante la dictadura genocida de 1976 a 1983, aplaudiendo el horror, aprovechándolo en su beneficio, y cubriéndolo con la protección impune de sus continuas invocaciones al olvido, no puede ni debe ser olvidada. Porque no es cierto lo que dice Morales Solá para cerrar: “Hacer periodismo en la Argentina es, desde la noche del lunes, otra vez un trabajo de alto riesgo. El límite entre la palabra y los hechos vuelve a ser neblinoso, equívoco y ambiguo. Pero se hará periodismo, pase lo que pase, cueste lo que cueste”. No. Hacer periodismo fue un trabajo de alto riesgo cuando cientos de periodistas desaparecieron por obra y gracia de la dictadura que sostuvieron los medios para los que Morales Solá trabaja. Desapariciones contra las cuales nunca alzó ni mínimamente la voz. Más palabras de esas que otros creen malas se nos vienen a la mente. Y muchas más cuando se lee la columna de Carlos Pagni, que el 23/11/2021 habla con sorna de “La Plaza de Georgieva”. El rosario de cuestiones ciertas o inventadas, que el servicial cronista enhebra con su malicia habitual, van dirigiendo sus dardos hacia blancos casi cotidianos para los herederos de don Bartolo. Pagni es un explicador, o sea, el que nos cuenta qué es lo que en realidad pasó cuando todos vimos que pasó otra cosa. Por eso se permite decirnos que “Este es el marco, la agenda de problemas, que explican la plaza del miércoles pasado, la concentración que convocó Alberto Fernández que es sumamente interesante. Hay un rasgo de esa convocatoria, comentado hasta el hartazgo, que es la de festejar una derrota. Pero interesa otro aspecto de esta plaza. ¿Qué fue esa plaza, esa concentración convocada por Alberto Fernández, en qué curso de acción se inscribe?: en principio, fue una demostración de poder hacia Cristina”. A ver. El Frente de Todos no ganó, eso lo sabe cualquiera que haya leído el resultado de las elecciones. Pero tampoco se produjo su desaparición, tantas veces profetizada en las páginas de LA NACIÓN. De modo que la tarea de sembrar la discordia interna, de enfrentar al presidente con su maléfica vice, debe continuar sin pausas. En el mismo sentido se inscribe lo siguiente: “Hay un grupo ortodoxo, podríamos decir de centro o centro derecha, que quiere el orden, que quiere el acuerdo con el Fondo, y que quiere que la Argentina normalice su economía por una vía clásica, entendiendo las restricciones del presupuesto. Y ese grupo hizo una manifestación de respaldo a Alberto Fernández y de contradicción con Cristina Kirchner”. ¿A qué ortodoxia se refiere Pagni? Más bien parece un llamamiento para que algunos se encolumnen en las propuestas de la derecha para la cual escribe. Porque atención: aquí viene lo central de sus palabras: “¿Qué tendría que haber en un programa? Muy probablemente una reducción del déficit fiscal importante. Es imposible reducir el déficit fiscal sin licuar jubilaciones. Debería haber una actualización de las tarifas, o dicho de otra manera, una reducción de los subsidios acorde con la inflación. Y un tema central: el problema del mercado de cambio, del valor del dólar, de las intervenciones en el mercado, que produce distorsiones, injusticias y desviaciones aberrantes”. El programa del ajuste perpetuo, siempre a favor de los poderosos, nunca a favor del pueblo. Bajar las jubilaciones, subir las tarifas, devaluar, liberar la economía para que sean las fuerzas del mercado las que decidan todo. Nada que no hayamos vivido, nada que haya servido para otra cosa más que para provocar miserias y hambre. Pero a machacar sobre lo mismo, parece ser la consigna que retoma Pagni: “un resultado de estas elecciones es que hay una gran manifestación de malestar en el interior del peronismo. De gobernadores e intendentes que ven que, aunque a ellos les va muy bien en las encuestas, les ha ido muy mal en las elecciones. Si uno mira el panorama del peronismo es muy difícil encontrar candidatos que puedan llevar la bandera de presidente en 2023”. La desunión del peronismo, ya que su desaparición no parece ser posible. Ahora cuidado, porque cuando Pagni señala una verdad, como en la frase que sigue, es para provocar más daños: “No hubo en la plaza de Alberto Fernández ni Madres ni Abuelas de Plaza de Mayo. Es probablemente el primer acto kirchnerista, desde que llegó esa fuerza al poder en 2003, donde no está el sello de los derechos humanos”. Probablemente haya sentido alguna torva satisfacción, al registrar el hecho. Que debería llamar la atención de los sectores populares. Porque en las Madres de Plaza de Mayo radica la conciencia colectiva, la que marca el sentido ético que debe seguir la marcha de nuestra sociedad. Pagni insiste: “estamos viendo que hay una gran discusión dentro del Frente de Todos, y que el acuerdo con el Fondo, dicho de otra manera (y perdón por la palabra), el ajuste, debe realizarse dentro de esta deliberación”. Otra vez, el ajuste como única salida. Por si quedaban dudas: “Todo esto obliga esta discusión que es política, porque venimos de una elección que conmovió al sistema político; principalmente, al oficialismo. Y sobre esta discusión política hay que resolver esta agenda económica. En el fondo, y no en el Fondo, en el centro, está esta cuestión”. Pero volvamos a las malas palabras, las que se usan para atacar. Y nos encontramos con el Editorial del 24/11/2021, que habla de “Otros ataques repudiables”. La Tribuna de Doctrina hace la apología de una defensora de la dictadura, que también llega al Congreso: “En Victoria Villarruel y su equipo de colaboradores se han concentrado desde hace tiempo las energías y el valor cívico ausentes en otras expresiones de la política y la cultura para replicar con absoluta claridad, palabra por palabra, argumento por argumento, una narración distorsionada que, bajo el aliento explícito del kirchnerismo, se pretende hacer prevalecer sobre el capítulo más desgarrador de la historia contemporánea argentina”. No, no y mil veces no. Las cosas como son: quien distorsiona la historia, quien sostiene un discurso negacionista que encubre la defensa del horror, quien defiende lo indefendible, quien está manifiestamente en contra de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia que forman parte del contrato social de los argentinos y constituyen el pilar más firme de la democracia, es la defendida por LA NACIÓN, que comparte la misma ideología que sustentó las atrocidades masivas de Videla, Martínez de Hoz y sus secuaces. A no equivocarse: los votantes podrán elegir lo que les parezca, pero somos y seremos siempre muchos más los que no olvidamos, no perdonamos ni nos reconciliamos. Palabras que, ellas sí, son de las buenas.

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