Hace un año fallecía Eduardo Luis Duhalde, pérdida durísima para la causa de la dignidad humana, su bandera a lo largo de toda una vida de militancia íntegra, sin dobleces.

Quienes tuvimos el privilegio de acompañarlo, reconocemos hoy  su huella indeleble en la política de derechos humanos.

Eduardo pensaba que correspondía asumir a la teoría de los derechos humanos como núcleo central de las políticas públicas. Convencido de que a las ideas había que sumarles la praxis, entendía que era necesaria la reflexión profunda sobre las responsabilidades éticas que legitiman al estado democrático, unida a una práctica concreta que reconociera al otro como sujeto esencial de la vida en sociedad. Porque, en su magistral definición, los derechos humanos son nada más y nada menos que los derechos del otro. Y todos somos otros de alguien.

En enero de 2003, a pocos meses de jubilarse como Juez de los Tribunales Orales de la Capital, renunció  para acompañar a Néstor Kirchner en su aventura presidencial. Dos meses después, diseñó los puntos esenciales de lo que para él debía ser la política de derechos humanos, en la que la lucha contra la impunidad ocupaba un espacio central, porque partía de la convicción de que sobre el olvido era imposible sentar las bases de una sociedad democrática. De allí que, designado Secretario de Derechos Humanos, tras  la nulidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida se presentó como querellante en nombre del Poder Ejecutivo Nacional a lo largo y lo ancho del país, reuniéndose con jueces y fiscales y poniendo a las áreas de la Secretaría a respaldar activamente a las querellas que representaban a las víctimas y a los organismos de Derechos Humanos, con todo el peso que significaba el compromiso del estado democrático acusando al estado terrorista.

La restitución de derechos allí donde habían sido conculcados, y su reconocimiento en donde eran negados, fueron premisas básicas desde las que se promovieron leyes como las de protección integral de los derechos de niños, niñas y adolescentes, de salud mental, de matrimonio igualitario, de despenalización de las calumnias e injurias, porque Eduardo pensaba que una política de derechos humanos necesitaba la presencia del estado junto a los grupos en situación de vulnerabilidad, no desde la mera asistencia sino construyendo cimientos que permitieran desarrollos que terminaran con la marginación, la exclusión, la discriminación de los sectores desprotegidos de la sociedad. En definitiva, con la concreción de una política igualitaria, equitativa y solidaria.

Es obvio que nada de ello podría haberse llevado a cabo sino en el marco del proceso de profundas transformaciones que inició Néstor Kirchner y que la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner continúa y profundiza, porque fueron convicciones compartidas las que los unieron.

En recuerdo de Eduardo Luis, podríamos decir que hay vacíos que nunca se completan, hay palabras que nunca serán dichas, hay ausencias que están siempre presentes. Que nos faltan su palabra aguda, su calidez eterna, el afecto que regaba para todos y la inmensidad de su estatura de hombre cabal, entero, digno.

Pero nos queda seguir el sendero que marcó, desde nuestra pequeñez de caminantes y superando la desazón de no tenerlo, porque sabemos que en esta lucha hay un lugar para seguir aprendiendo de su ejemplo.

Ya nos encontraremos, compañero, ahora que esa palabra tiene un nombre que vamos repitiendo en nuestra pena: el tuyo, único e irrepetible.

Viejo querido, hasta cualquier momento

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