Vergüenza nacional, dijo Alberto y los escribas de LA NACIÓN y sus primos del clarinete mentiroso estallaron furiosos, acompañados por los empresarios dueños de medios nucleares en ADEPA, entidad que no se preocupó jamás por cuestiones tales como los monopolios mediáticos, los periodistas detenidos- desaparecidos o la censura en tiempos de dictadura. Tan fuerte se enojaron que hasta lograron que la vocera presidencial dejara sus ocupaciones con las adultas mayores y pidiera disculpas por su actitud. Lástima, una vez que había hecho algo más o menos bien.

Pero veamos qué significa “vergüenza” a ver si el Presidente acertó o no.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, “vergüenza” puede significar “turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante”. Aunque Fernández venía de anunciar el acuerdo con el FMI, no parecía tener el ánimo turbado por eso. A ver con otros significados: “vergüenza” es también la “turbación del ánimo causada por timidez o encogimiento y que frecuentemente supone un freno para actuar o expresarse”. Alberto no es precisamente tímido y no le cuesta hablar en público (aunque muchas veces le vendía bien), así que vamos por otra cosa.

La palabrita en cuestión también quiere decir “estimación de la propia honra o dignidad”. Uno sospecha que tanto Alberto como la vocera tienen sobrepasado este ítem, de modo que hay que seguir buscando.

En otros tiempos, se usaba para nombrar al “listón o larguero delantero de las puertas”, a la “toca de la mujer”, o a -disculpen ustedes- los “órganos sexuales externos del ser humano”. Asimismo, era la “pena o castigo que consistía en exponer al reo a la afrenta y confusión pública con alguna señal que denotaba su delito”. Ninguno de esos significados corresponde a las palabras presidenciales.

De modo que solo nos queda hablar de “vergüenza” cuando nos referimos a la “cosa o persona que causa vergüenza o deshonra”. Y ahí vamos con las referencias de Cerruti y su jefe.

La cuestión empezó cuando la vocera, en la reunión del 10/02/2022, se cruzó con Cecilia Devanna -empleada de la Tribuna de Doctrina- a raíz de las referencias a la tapa del pasquín de los Mitre-Saguier a un supuesto desagrado del gobierno estadounidense por las declaraciones de Fernández en su gira por Rusia y China. Como siempre, el escriba de LA NACIÓN que habló del tema (Jorge Liotti) se escudó en el anonimato de su presunta fuente, a la que identificó como “un funcionario de alto rango del Departamento de Estado”, sin dar mayores referencias. A la Cerruti se le ocurrió recordarle a la notera cuestionante que informaciones de ese calibre, para tenerlas como ciertas, deben ser rigurosamente chequeadas con otras fuentes. O que por lo menos eso es lo que hacen los buenos periodistas. Fernández se pronunció en Twitter, reproduciendo un mensaje que calificaba al periodismo mainstream como “una vergüenza nacional”. Y ahí arrancaron los mensajes de los supuestos defensores de la libertad de prensa. Que en realidad, lo que defienden es a sus empresas, no sea cosa de perder el conchabo.

Alejémonos un poco del incidente y sus protagonistas y vayamos a la cuestión de fondo. Que no es otra cosa que la inveterada costumbre de LA NACIÓN de presentar sus notas como si fueran la verdad revelada y no pudieran ser cuestionadas. Costumbre que comparten los empleados del Grupo Clarín. Pareciera que trabajar para esas empresas los exime de dar fundamentos o explicaciones. Basta con que les publiquen sus textos -para peor, muy distantes de ser un ejemplo de buena escritura- para que lo que dicen sea una realidad incontrovertible. Por lo que si a alguna persona se le ocurre buscar otras fuentes sobre el mismo tema, o consultar otras opiniones, inmediatamente se lo trata de negador de la realidad o se lo califica como violador de la libertad de expresión.

Es por lo menos curiosa la forma en que se expresa Pablo Sirvén en su nota del 10/02/2022, donde califica la actitud de Fernández como “Un ataque del gobierno para evitar respuestas incómodas”. Porque es claro que si los Estados Unidos están molestos, los que se sienten incómodos son sus fieles servidores vernáculos. Sirvén dice cosas interesantes: habla sobre los off the récord y reconoce que “Su estado difuso (solo el periodista que recogió a versión sabe quién se la proveyó y lo protege el secreto profesional) puede dar lugar a excesos o inexactitudes involuntarias o aviesas”, y también admite que “No pocas veces, la fuente oculta puede ser las propias inferencias que hace el periodista como atento observador de los hechos que sigue. Inferencias que muchas veces pueden ser ciertas o estar muy lejos de lo real, cuando se tropiezan con los prejuicios y expectativas del propio periodista”. Ambas observaciones son correctas, pero se caen a pedazos cuando tras cartón y sin dar ninguna otra razón fundamentada Sirvén sostiene que eso no pasa en LA NACIÓN. Pasa que en general, lo que ocurre con las notas del pasquín derechoso es que dan por ciertos excesos o inexactitudes siempre aviesas, e inferencias que están muy lejos de lo real y que solo responden a los prejuicios del escriba del que se trate.

Veamos ejemplos varios. El 09/02/2022 el itálico portador de un apellido que define sus producciones, Loris Zanatta, proclama que “El peronismo tiene el complot en el código genético”. Disparate que obvia hechos acontecidos a lo largo de la historia del peronismo como movimiento político que solo accedió al gobierno a través de elecciones libres, y que sí fue desalojado del poder por militares y civiles completados contra la democracia. Pobres los estudiantes que reciben los supuestos saberes del catedrático sanatero.

Claudio Jacquelin, por su parte, nos cuenta el 10/02/2022 que “Alberto Fernández niega evidencias y suma riesgos”. Para el escriba, lo que es evidente es que la Argentina debe arrodillarse ante el Fondo Monetario Internacional y someterse en todo a la voluntad de los Estados Unidos. Si Alberto, aunque tímidamente, se atreve a esbozar algún anhelo de autonomía y a buscar acuerdos con otros países, está negando lo que para la Tribuna de Doctrina siempre fue evidente: que creer que la Argentina es un país independiente es un absurdo. Ya el fundador del pasquín, don Bartolo, se preocupó cuando ocupó la presidencia en construir un estado a medida de los intereses de los países hegemónicos. Gran Bretaña entonces, hoy los Estados Unidos para los nuevos mitristas.

Ocurre lo mismo con los supuestos graciosos de LA NACIÓN. El 12/02/2022, Carlos M. Raymundo Roberts llama a poner “Manos a la obra: hay que esconder al Presidente” y despliega sus prejuicios bajo un supuesto tono irónico -registro que le sale entre mal y peor-, para seguir la corriente que en estos días marca la orientación de las notas del diario: todos a criticar la búsqueda de acuerdos con China y Rusia. La otra chistosa, Graciela Guadalupe, el 13/02/2022 nos dice “Qué bien la pasamos” y supone a la Primera Ministra de Barbados, Mia Mottley, consternada al leer una serie de informaciones sobre nuestro país. Informaciones que no son tales sino opiniones de la frustrada cómica, que en definitiva no se aleja de la manera de desplegar el odio derechista contra todo aquello que sea o parezca populista o de izquierda.

Pablo Sirvén vuelve el 13/02/2022 y cree haber encontrado “Un león que les ruge de frente al FDT y a JXC”. Habría que explicarle al servicial cronista que hay severas diferencias entre los rugidos de un león y el ulular de un gorila desmelenado.

El novelero Jorge Fernández Díaz sigue creyéndose un intelectual y busca títulos enrevesados para sus pretenciosas columnas. El 13/02/2022 habla de “psicopatías y papelones de película” y como es su insana costumbre ataca al peronismo y pontifica que “El Movimiento Justicialista ha vivido equivocado. Aunque una fuerza cuyo dogma central consiste en no ajustar bajo ninguna circunstancia, más que un partido es una literatura fantástica o un mero grupúsculo de la izquierda petardista y testimonial”. Frase que en realidad trata de esconder la enorme frustración del escriba ante la evidencia que marcan setenta y siete años de predominio del peronismo en la escena política nacional, sea que los vivió desde el gobierno, o desalojado de este.

Y al final de las cosas, el mismo 13/02/2022 el inefable Joaquín Morales Solá despliega su inventiva para contarnos que “Alberto logró enojar a Biden y a Cristina”, y como todos sus compinches se siente preocupado por el presunto alineamiento de Fernández con Rusia y China y lejos de los Estados Unidos. El temor de Morales es muy claro: que llegue el día en que “los argentinos deberán vivir con lo suyo, poco y caro, aunque ocurra el acuerdo o suceda la muerte”. Un poco apocalíptico lo suyo, don Joaquín. ¿No se le podría haber ocurrido otro final, algo así como que vivir con lo nuestro sea más barato, no necesite de ningún acuerdo y nos aleje de la muerte?

Para terminar, hay otras cosas que entristecen a muchos. O deberían hacerlo. Por ejemplo, a los viejos radicales les debe parecer mentira que hoy los dirijan tipos como Mario Negri, que ni siquiera sabe que la Unión Soviética se terminó hace más de treinta años. Y que el periodismo mainstream tenga como estrella a Cristina Pérez, capaz de resumir enormes cantidades de ignorancia al suponer al Presidente entregado al comunismo zarista de la KGB. Lenin y los Romanoff se espantaron por igual, y por una vez los antiguos bolcheviques y los nostálgicos de la autocracia -que todavía los hay en esta parte del planeta-, se pusieron de acuerdo en sentir una vergüenza nacional.

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