En el año 2006, cuando comenzaba a tomar impulso el proceso de Memoria, Verdad y Justicia -que enfrentaba como su más duro escollo la oposición de muchos jueces y funcionarios judiciales-, Mariano Grondona publicó en LA NACIÓN una de sus columnas de opinión a la que tituló “El antifaz judicial de la venganza”. Era su respuesta a la decisión de la Secretaría de Derechos Humanos de sumarse a los reclamos de varios organismos de derechos humanos en la querella contra José Alfredo Martínez de Hoz. Con su pluma culta -pero insidiosa-, Grondona sostenía “los continuadores de los Montoneros, ahora en el poder, presentan ante los jueces su venganza diferida”, y terminaba preguntándose “¿Es éste el país que queremos?¿No un país unido y reconciliado, sino un país devastado por los recurrentes huracanes del odio?” (10/09/2006). La unión de los argentinos, para el ideólogo de nuestra derecha, solo era posible si dejábamos atrás los reclamos de terminar con la impunidad, pero sobre todo si olvidábamos que el terror se desató desde el Estado para poder consagrar el orden neoliberal.

Casi quince años después, algunas cosas no han cambiado. Solo el modo de decirlas, hoy que las plumas de los opinólogos de don Bartolo dejan, cada vez más, de escribir aunque sea con una pátina de cultura. Pero la insidia es la misma y lo que defienden también. Laura DI Marco -la primera mujer columnista de LA NACIÓN-, nos advierte sobre “Los peligros de la nestorización de Alberto Fernández” y dice, como al pasar, que el Presidente imita los enojos de Néstor Kirchner y se fabrica nuevos enemigos: “Ahora la culpa es de los empresarios ‘imbéciles’ y de los ‘idiotas’ que violan la cuarentena”. Según su parecer, la emergencia económica del 2003 anestesió a la sociedad y le permitió al santacruceño tejer “la trama de corrupción más perfecta, desde lo más alto del poder político y ante los ojos de todos”. Del mismo modo, hoy la sociedad, acuciada por la pandemia global, no estaría formulándose preguntas esenciales: “¿Cómo se está reconfigurando el sistema de salud pública, mientras se espera del pico más severo del virus? ¿Cómo se están haciendo las compras del Estado? ¿Quién las controla? ¿Dónde está la vicepresidenta?”. En su apoyo cita a dos compañeros de columnas, Luis Majul y Norma Morandini, para alertarnos sobre el peligro de “malvinizar” el problema sanitario y de esa manera construir una épica nacional en torno al nuevo e invisible enemigo. Porque en su visión “El escenario actual es distinto, aunque la tentación de su uso político podría ser semejante. Una pulsión que siempre permanecerá agazapada, latente, en una sociedad formateada bajo el sentido común populista”.

Pablo Mendelevich nos dice que la cuarentena parlamentaria lleva a la pregunta de fondo, que sería “si no se está habilitando en estos días tan poco comunes una mayor concentración de poder por parte del Ejecutivo”. Fernando Laborda se permite recordar que la mayor frustración del recientemente fallecido Roberto Alemann “haya sido la inconclusa reforma económica de signo liberal que se había propuesto llevar a cabo cuando fue nombrado Ministro de Economía en diciembre de 1981, durante la dictadura del general Leopoldo Fortunato Galtieri”. Reforma con la cual está de acuerdo. Como parece estar de acuerdo en que el gobierno ceda a las presiones del establishment, abandone su prédica de privilegiar la vida sobre la economía y evalúe “una ‘salida gradual’ a las restricciones impuestas al desplazamiento de personas y al funcionamiento de las empresas”.

Pedro José Güiraldes arremete una vez más contra la política de Memoria, Verdad y Justicia. Y vuelve a presentar los hechos ocultando datos esenciales. Porque se refiere al pedido de que los nombres de los montoneros abatidos en ese combate (el del Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa) sean retirados del Parque de la Memoria y dejen de ser considerados “asesinados” en el Registro Único de Víctimas del Terrorismo de Estado de 2015 (Ruvte). El problema es que quienes figuran en ese registro no fueron abatidos en combate. Fueron ejecutados por los militares que los capturaron con vida. Asesinados. Como fueron también víctimas del terrorismo de Estado Horacio “Chacho” Pietragalla y Liliana Corti. Los padres del actual Secretario de Derechos Humanos, aludido en la nota de Güiraldes.

Sergio Suppo vaticina que “La salud política de Fernández todavía no pasó por la prueba del pico de casos de la pandemia ni los síntomas dramáticos de una recesión profunda. El país y su presidente apenas si se asoman a lo peor”. Carlos Reymundo Roberts, el redactor pseudo humorista estigmatiza a los médicos cubanos: “¿Médicos? Sí, son médicos, y también gente a sueldo del régimen, y también embajadores de la revolución”. Reparte sus burlas de mediocre contra todo lo que sea peronismo: “Cristina perdió muchos puntos descansando a la sombra de palmeras en las playas de La Habana”,  “yo hubiese traído, no sé si de Cuba, a otros profesionales. Psicólogos, sociólogos, economistas, comunicadores, todos dedicados a asistir a Kicillof”, “esta chica Sabina Frederic. Tiene un problema ideológico y cultural con cualquier cosa que huela a milicos, y se ha visto obligada a sacarlos a todos a la calle y a aparecer en las fotos con ellos”. Y critica a la oposición: “No saben insubordinarse, salir a tirar piedras, incendiar el conurbano o fundar el Club del Helicóptero”. Aunque los perdona porque “No se les pueden pedir peras a los que no son peronistas”. El que no tiene perdón es él, alguien debería decírselo. De humor nada y de ironía menos. Solo un odio de clase mal disfrazado.

Jorge Enríquez se preocupa porque “Hay que enfrentar al coronavirus dentro de la constitución”, mientras habla de la “absoluta irresponsabilidad” del Ministro de Salud González García, de quien dice que “parece no tener cura” y se queja de que “Hasta ahora, el gobierno neokirchnerista de Fernández exaltaba el diálogo solo como un recurso retórico, porque sus decisiones eran fuertemente centralistas” y de que “la prohibición de volver al país de ciudadanos argentinos que se hallan circunstancialmente en el exterior no se justifica y tiene un tinte autoritario innegable, acaso vinculado a esa absurda pretensión de muchos dirigentes kirchneristas de atribuir la difusión del coronavirus a los ‘chetos’…”.

Volvamos al principio. A la cuestión de los antifaces. Porque desde el comienzo de la crisis y hasta ahora, LA  NACIÓN se preocupó de no confrontar abiertamente con Alberto Fernández, tal vez advertida del alto nivel de aprobación que tiene su gestión. Pero bajo una pátina de buenas maneras sigue la vieja prédica antinacional y antipopular de la Tribuna de doctrina. Ojo con imitar a Kirchner. Basta de pelearse con los empresarios.

Cuidado, que siguen siendo corruptos. ¿Y dónde está Cristina? Miren que van por todo… Concentran el poder y no usan el Congreso. No siguen las buenas políticas liberales, no se preocupan por la economía, siguen pagándoles a los subversivos, se les viene la noche, traen a los cubanos, zafan porque la oposición todavía no se levanta, pasan por encima de la constitución, son autoritarios… Todo eso bajo el antifaz delos modales correctos y el reconocimiento a la autoridad presidencial. 

Pero el verdadero pensamiento del mitrismo lo expresa ese absurdo personaje autorreferencial, Jaime Bayly, cuando dice que “El presidente Alberto Fernándezhace una extraña reflexión peronista fustigando a los creadores de riqueza… Eso no es exacto, señor Fernández, y es lamentable que usted sea un charlatán… No hable mal usted de la especulación, usted no tiene suficiente talento para ser un especulador, un inversionista global, usted es solo un pequeño, ínfimo especulador de la política aldeana, tribal de la Argentina. Usted es un especulador entre la categoría de los charlatanes políticos… Su cháchara, su charlatanería socialista, peronista, retardataria, enemiga de la libertad individual y de la creación de riqueza es la razón por la cual Argentina está postrada en la decadencia, señor Fernández. Por usted y los peronistas… El típico charlatán, demagogo, populista del peronismo argentino sale a decirles miserables (a los empresarios). No entiende cómo funciona la economía. No tiene idea”. Mitrismo en estado puro. Que para serlo no es preciso haber nacido en nuestro país. Basta con servir a quienes piensan que es preferible que se pierdan mil vidas a un día de ganancias.

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