¡Pero lo que sé es que entre esa gente nunca ha habido  más que miserables! (Víctor Hugo, Los Miserables)

Uno abre LA NACIÓN (en el formato que sea) y se encuentra con la columna de Luis Majul. Haciendo acopio de valor, se dispone a leerla. Y choca con el título: No pueden ser tan canallas. Y se ilusiona. Piensa bueno, al menos la pandemia sirvió para algo, para que hasta un tipo como Majul se de cuenta que hay quienes se aprovechan de la crisis para aumentar los precios, despedir empleados, no colaborar con el esfuerzo de todos. Pero no. A poco de leer, se da cuenta que era solo una vaga ilusión, más tenue y fugaz que la libélula de la sonatina de Rubén Darío (que escribió en el diario de don Bartolo cuando por lo menos se preocupaba de publicar cosas bien escritas). No. Majul es siempre el mismo. Majul está indignado. Pero no con quienes hacen del egoísmo y la falta de solidaridad sus banderas. De esos no hay ninguna mención, ninguna noticia, ni una sola palabra. Lo primero que indigna al tinterillo de los Mitre es que Amado Boudou esté en libertad. Y comienza a destilar su odio y sus falsedades. Porque, seamos claros, Boudou no está en libertad. Solo le fue concedido el cumplimiento de la condena que le impusieran en su domicilio. Tampoco es cierto que esa condena esté firme: ni siquiera a Majul se le puede pasar por alto que falta, todavía, la instancia de la Corte Suprema de Justicia y luego de esta todavía se podría recurrir a la jurisdicción del Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos. Y según uno recuerda, la Constitución dice que todos son inocentes hasta que una sentencia firme (o sea, no susceptible de revisión por ninguna instancia), establezca que es culpable. Cosa que, reitero, no ha ocurrido en el caso de Boudou. Claro, acabo de mencionar a los Derechos Humanos. Que vaya uno a saber qué significan para Majul. De su columna lo que surge es que en su poco razonado criterio Boudou desprestigia la causa de los Derechos Humanos. Concepto sin fundamento que le permite arremeter contra Hebe de Bonafini (siempre un blanco predilecto de los columnistas de LA NACIÓN, que no le perdonan su intransigente defensa de los sueños y las luchas de los desaparecidos). Y ya que estamos, aprovechemos -habrá pensado Majul, si es que uno puede suponer algún grado de raciocinio previo a su escritura-, y metamos más cosas en la bolsa. Entonces encuentra más veneno que desparramar: lo ofende el “concepto mentiroso e insultante: la idea mentirosa de que en la Argentina existen presos políticos. La idea ruin de que él mismo es un preso político. La idea insultante de que todavía hay varios presos políticos presos, como Milagro Sala”. Dejando de lado su modesta prosa capicúa, se va encadenando una línea que responde a la historia de la tribuna de doctrina. Una línea de conducta que justifica las persecuciones, la cárcel (y en muchas épocas, la muerte o desaparición), de los militantes populares. Y que es impiadosa con todo el que no la siga a rajatabla. Cae entonces el castigo de Majul sobre Daniel Obligado, juez del Tribunal Oral Federal número 5 de la Ciudad de Buenos Aires, a quien se le ocurrió cambiar su decisión y tomar una decisión humanitaria. Que, reitero, no implica ni la libertad de Boudou ni su absolución. Solo el cumplimiento domiciliario. Decisión judicial tomada en momentos en que el mundo analiza qué hacer con las personas privadas de su libertad, que siguen siendo titulares de derechos ya que solo se les restringe el de ambular sin límites pero que merecen el cuidado del Estado. Incluso el Papa Francisco expresó su preocupación por este tema. (Debería cuidarme de escribir cosas como estas, si Majul o cuaquiera de los escribas de los Mitre las leyera terminaría acusándome de garantista, abolicionista a cualquier cosa de esas que para ellos son anatema). Que un juez tome decisiones humanitarias es inaguantable para Majul, que se pregunta “¿Cómo pueden ser tan caraduras? ¿Cómo pueden ser tan canallas?”. Claro, uno duda acerca de dónde estaba cuando escribió esas palabras. Si a solas con su espejo, o en grupo con sus compañeros columnistas. Porque para Majul lo humanitario parece un chiste. Y una nueva arremetida, esta vez contra Florencia Kirchner, con otra falsedad como excusa. También le parece un chiste que a la hija de la Vicepresidenta “no se la podría juzgar, ni interrogar ni condenar, solo porque estuvo o está enferma”. Cosa que nunca fue utilizada en la defensa de Florencia. Que como hasta el más desinformado sabe, solo está vinculada en las causas armadas contra su familia por ser hija de Cristina. Aunque a Majul seguramente eso le parezca razón suficiente. Y otra frase contundente, que se les podría atribuir a quienes piensan como el escriba: “Siempre hacen lo mismo. Siempre usan los mismos argumentos. Siempre usan las enfermedades, la muerte y el dolor y lo mezclan con tragedias y muertes de otra naturaleza, como la tragedia de Once”. Porque eso es exactamente lo que hacen los columnistas de LA NACIÓN, Majul entre ellos.Tal vez una confesión fallida que se le escapó, aunque la atribuya a otros. Más mentiras desparrama cuando insiste en que Boudou tiene condena firme. Y de paso lo condena él, que debe creerse superior a cualquier tribunal, por hechos que ni siquiera merecieron pronunciamientos de los tribunales de Comodoro Py, tan alertas hasta hace unos meses en dictar resoluciones que cayeran bien en el gobierno de Mauricio Macri, ese mismo gobierno que Majul defendió. Cuando ya no le quedan más ideas, vuelve Majul a los temas de siempre. A hablar de la corrupción. Le sirve la cuestión de los sobreprecios que al final el Estado no pagó, por decisión del Presidente, en algunas compras del Ministerio de Desarrollo Social. Pero le sirve no para decir que los empresarios que se plantaron y dijeron este es nuestro precio y si no no vendemos eran aportantes de las campañas de Juntos por el Cambio y firmes seguidores de Macri, María Eugenia Vidal y su tropa. No, de eso ni una palabra. Al contrario. Para reforzar su indignación convoca a su colega Carlos Pagni, el mismo que tan tranquilo y como si nada contó hace poco cómo con la amenaza de una tapa de LA NACIÓN se consiguieron detenciones y procesos. Se le escapa otro reclamo, tal vez guardado desde las épocas en que su amiga Laura Alonso destrozaba la Oficina Anticorrupción: “El fiscal de investigaciones administrativas, el organismo oficial que abrió una causa, ¿va a avanzar o la va a cajonear, como se hicieron con otras causas parecidas?”. No, Majul no habla de la funcionaria que alegremente declaraba que no iba a investigar a nadie de su gobierno. De eso otra vez silencio. Y para el cierre, usa una figura que debe parecerle un hallazgo literario, tanto como para ponerlo en boca de otro prócer de la literatura mal escrita y del odio a lo nacional y popular, nada menos que Federico Andahazi, el mismo que suponía a Alberto Fernández como una marioneta mal disfrazada. Que no se preocupe Majul. El barbijo no nos tapa los ojos, cuando miramos a LA NACIÓN. Lo que ocurre es que, como la frase de Víctor Hugo, entre esa gente nunca ha habido más que miserables.

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