Los orígenes del mal
Decía Hanna Arendt que “El mal no es nunca ‘radical’, solo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un ‘desafío al pensamiento’, como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada”. Esa falta de profundidad, ese vacío, es lo que vuelve al mal banal. Lo que lo torna más peligroso, porque no es fácilmente reconocible. Ahora bien, para combatirlo es necesario encontrar sus orígenes, ubicar de dónde surgió, quiénes fueron sus difusores y continuadores. Solo así se hace posible combatirlo. Trasladado eso a nuestra realidad histórica y política, esa tarea de revisión del pasado para encontrar en él los inicios de los males que nos afectan, fue en su momento la preocupación de historiadores que se encontraron con que la versión oficial de nuestra historia no ofrecía las respuestas buscadas. Para no reeditar trabajos que otros ya han hecho, y seguramente mejor, estas líneas tratarán de ceñirse al camino que nos marcamos desde el mismo título de la sección que se iniciara hace poco más de un año. Nunca más adecuada la elección, en estos días en que se cumplen los dos siglos del nacimiento de Bartolomé Mitre, figura central en la construcción del Estado Nación moderno en nuestro suelo. Algunas cosas sobre el fundador de la Tribuna de Doctrina. El que se sintió oriental hasta la caída de Rosas, en la derrota de la Confederación en Caseros a la que contribuyó como oficial de artillería de las tropas uruguayas que participaron en la batalla. Paradojas de la vida, Rosas había salvado la vida del joven Bartolo cuando este trabajaba para el hermano del Restaurador: “Había llovido bastante y el río estaba algo crecido. Yo no era baqueano en los pasos y buscaba el más aparente para vadearlo y ya iba a intentarlo por donde mejor me pareció, cuando surgió de improviso un jinete muy apuesto y muy bien aperado que me gritó. ‘Chiquilín, ¿Qué vas a hacer?’ Voy a pasar el río, señor. ‘Por ahí no, criatura; te vas a ahogar’. Y agregó imperativo, dando espuelas a su caballo: ‘Sígueme’. Yo le obedecí y anduvimos silenciosamente varias cuadras, costeando el río. ‘Este es el vado más seguro. Agárrate bien de las crines de tu caballo y anda tranquilo, pero fijate para no errarle en el regreso’. Gracias señor, le respondí. ‘¿Y como te llamas?’ Me preguntó entonces el providencial personaje. Bartolomé Mitre señor, repliqué. ‘De donde eres’. De lo de don Gervasio Rozas. ‘Aja, decile a Gervasio, que dice su hermano Juan Manuel que no sea bárbaro, que no se envía a una criatura como vos a cruzar el Salado crecido sin mandarlo a la muerte. Y dale recuerdos míos’. Serán dados, señor. Así conocí a Juan Manuel de Rosas.” (Bartolomé Mitre, “Mis Memorias y Escritos Sueltos”, Museo Mitre y Editorial Coni, 1921). Poco le importó el hecho a quien sería luego un feroz opositor a don Juan Manuel. No sería lo único notable en la vida de Mitre. Que presumía de haber sido decisivo en el triunfo del Ejército Grande en Caseros, aunque otras versiones no le reconocen demasiado mérito: “Vive en Entre Ríos un anciano coronel Espíndola, a quien en otro tiempo le oí decir que en Caseros encontró al comandante Mitre, con su batería, detrás de un monte y que habiéndole preguntado por lo que allí hacia, Mitre le contestó: Estoy economizando sangre” (Alfredo F. de Urquiza. “Campañas de Urquiza. Rectificaciones y ratificaciones históricas”, Buenos Aires, 1924). Lo cierto es que don Bartolo no se detuvo en su camino hacia el poder. Lo logró tras la batalla de Pavón, otra rareza histórica, ya que la caballería de Urquiza parecía encaminarse al triunfo cuando el entrerriano decidió retirarse, tan sorpresivamente que José María Rosa contaba que un gaucho debió advertirle a Mitre que no huyera: “No dispare, general, que ha ganado”. Victorioso, Mitre permitió que sus generales demostraran no tener piedad. Como cuando en 1856 Jerónimo Costa fue asesinado en Villamayor, en 1856, el 22 de noviembre de 1861, más de dos meses después de Pavón, el oriental Venancio Flores pasaba a degüello a los restos del ejército de la Confederación, en Cañada de Gómez. Tan brutal fue la cosa que Gelly y Obes, ministro de guerra de Mitre, informaba así del suceso: “El suceso de la Cañada de Gómez es uno de esos hechos de armas que aterrorizan al vencedor… esto es lo que le pasa al general Flores, y es por ello que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado. Hay más de 300 muertos, mientras que por nuestra parte sólo hemos tenido dos muertos… Este suceso es la segunda edición de [la matanza de] Villamayor, corregida y aumentada… Para disimular más la operación confiada al general Flores se le hizo incorporar toda la fuerza de caballería de la División de Córdoba enemiga”. Entre los que lograron salvar sus vidas se contaban el futuro autor del Martín Fierro, José Hernández, junto a su hermano Rafael y a un muy joven Leandro N. Alem. Regado por la sangre de sus enemigos, se despejaba el camino de don Bartolo hacia la presidencia: “un día, después de Cañada de Gómez –secuela sangrienta de Pavón-, El General Bartolomé Mitre (…) Tuvo un sueño mientras reposaba en la almohada de sus triunfos. Era una visión. La visión del país portuario (…) librecambista y agrario, con pocas y selectas familias dueñas de la riqueza y el poder, un pueblo disciplinado, sobrellevando su pobreza con pulcritud y buenos modales, un ejército fuerte, brazo armado de la civilización y de los buenos negocios”. (Mercado Luna, Ricardo. Los Coroneles de Mitre. Buenos Aires, Alción, 2006). Con el primer golpe de estado de nuestra etapa constitucional, Mitre lograba su objetivo de ser nombrado presidente. Junto a él, una naciente burguesía mercantil y agroexportadora, que operaba en la provincia de Buenos Aires se instalaría en el centro del nuevo escenario político. Esa sería la base sobre la cual don Bartolo sentaría las bases del nuevo Estado. Esta vez no se limitaría a pensarlo para los bonaerenses sino que buscaría instalarlo en todo el país. Como se le podían criticar muchas cosas pero no falta de astucia, Mitre se preocupó primero por instalar una Corte Suprema de Justicia. Sus apologistas claman que no designó a ninguno de sus amigos, pero ocultan que los elegidos tenían ciertas cosas en común: habían sido enemigos de Juan Manuel de Rosas y pertenecían a los sectores dominantes, compartiendo con éstos el desprecio por las clases populares. Luego sería el turno de la “guerra de policía” en la que fue entusiastamente secundado por su compinche Sarmiento: “mi idea se resume en dos palabras: quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. La Rioja es una cueva de ladrones (…) Declarando ladrones a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos ni elevar sus depredaciones al rango de reacciones, lo que hay que hacer es muy sencillo”. (Carta de Mitre a Sarmiento. Cit. en Rosa, José María. Historia Argentina. La oligarquía (1862-1878). Tomo VII. Buenos Aires: Oriente). El 30 de mayo de 1862, cerca de la localidad de Tama, en la provincia de La Rioja, se firmaba el Tratado de La Banderita entre las fuerzas del ejército nacional y las del Chacho Peñaloza. El Tratado preveía el intercambio de prisioneros. “el General Peñaloza dijo: Aquí tienen ustedes los prisioneros que yo les he tomado, ellos dirán si los he tratado bien, ya ven que ni siquiera les falta un botón del uniforme. Un entusiasta viva, al general Peñaloza, dado por los mismos prisioneros, fue la única pero la más elocuente respuesta que estas palabras recibieron. El general Peñaloza, viendo el silencio de los jefes de Mitre, insistió en la devolución de los prisioneros que le habían tomado a él. Y bien, dijo, ¿Dónde están los míos? ¿Por qué no me responden? ¡Qué! ¿Será cierto lo que se me ha dicho? ¿Será verdad que todos han sido fusilados? ¿Cómo es, entonces, que yo soy el bandido, el salteador, y ustedes los hombres de orden y principios?”. (Hernández, José. (1973). Vida del Chacho. Buenos Aires: Alonso). Era el resultado de la guerra de policía del presidente Mitre. El General Ángel Vicente el Chacho Peñaloza caería asesinado en Olta el 12 de noviembre de 1863; su cabeza sería clavada en una pica y exhibida en las plazas del interior, como la de San Juan, que su mujer Victoria Romero, encadenada, fue obligada a barrer. En 1864, ya muerto el Chacho Peñaloza, Mitre creó el ejército nacional, primero para terminar con las últimas montoneras y luego para la destrucción del Paraguay. Esa idea de organizar mediante la represión recogía una tradición que los unitarios cultivaron fervorosamente, con picos como el asesinato de Dorrego. En ese mismo registro, el secuaz sanjuanino de don Bartolo diría: “Las guerrillas, desde que obran fuera de la protección de gobiernos y ejércitos, están fuera de la ley y pueden ser ejecutadas por los jefes en campaña. Los salteadores notorios están fuera de la ley de las naciones y de la ley municipal, y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus fechorías. Este es el uso que hace, no la República más celosa de las garantías, sino todo Estado, todo soberano, de los privilegios que las naciones se han reservado a sí mismas para proveer a su preservación y conservación, atacadas por quienquiera que sea, nación extranjera, sol- dado, ciudadano o mujer, que todos pueden dañarla”(Sarmiento, Domingo F., “El Chacho, último caudillo de la montonera de los llanosEpisodio de 1863”, en “Facundo; o civilizacion i barbarie en las pampas argentinas” Nueva York: D. Appleton y Cia, 1868). En ese sentido, Mitre y Sarmiento pueden ser considerados como precursores del terrorismo de Estado. Costumbres repetidas a lo largo de nuestra historia: en la década de 1860, los opositores que no fueron exterminados como el Chacho y sus seguidores, terminaron presos en barcos anclados en el puerto de Buenos Aires o en las cárceles que distaban mucho de ser sanas y limpias y para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, mientras que toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exigiera, no hizo responsable a ninguno de los jueces que las consintieron. La Constitución era letra muerta cuando debía aplicarse contra los dueños del poder. “ElPoderEjecutivoejercidoporBartoloméMitrehacíadelaarbitrariedadunmétodoylajusticia–yadesdeentoncessubordinadapolíticamente–acumulabalosescritosconmorosaindiferencia” (Duhalde, Eduardo Luis: ContraMitre.Losintelectualesyelpoder:deCaserosal80. Editorial Punto Crítico, Buenos Aires 2005). Pese al predicado liberalismo de los gobernantes, los derechos fundamentales fueron pisoteados sin clemencia. No existieron ni la libertad de expresión ni el debate democrático: “Desdeluegomenospreciólasventajasdeunalibrediscusión.Nisiquieraintentóinfluir,enlaesferadesusmedioslegales,afindedarensancheatodaslasopiniones,franqueándoleslaentradaalrecintodelarepresentaciónnacional.Alcontrario,coadyuvó,consusmarcadassimpatíasalexclusivismodelaparcialidadque,tomandoporasaltotodaslasavenidasdelaadministración,sehizodueñaabsolutadelpaís” (Guido Spano, Carlos: ElGobiernoylaAlianza, Imprenta de Buenos Aires, calle Moreno frente a la casa del Gobierno Provincial, 1866). Con la infame alianza convocada contra el Paraguay del Mariscal Francisco Solano López, la situación de la prensa y la oposición se hizo mucho peor: “el diario ‘La América’ sufre clausura. Andrade y Hernández escapan a la cárcel refugiándose en la libre Entre Ríos. Alberdi pune con el exilio de toda su vida la apasionada defensa que hizo del Paraguay. Guido Spano se ve encerrado en estrecha prisión. El periodista Juan José Soto es detenido y confinado en Bahía Blanca. El Coronel Benjamín Méndez, el Teniente Coronel Carlos Lacalle, los abogados Miguel Navarro Viola, Alejandro Plaza Montero, Aurelio Palacios, y los periodistas Epifanio Martínez y E. de Lafforest son encerrados, en la rada del Río de la Plata, en el pontón ‘Vigilante’, antiguo depósito de carbón”. (González, Natalicio. La Guerra del Paraguay. Imperialismo y nacionalismo en el Plata. Buenos Aires: Sudestada, 1968). La que hubiera sido la generación de 1860 desapareció de los libros de la historia que Mitre manejó. Personajes como Miguel Navarro Viola, José y Rafael Hernández, Carlos Guido Spano, Olegario Andrade, Aurelio Palacios, Nicolás Calvo, parecen no haber existido en esos años de don Bartolo y el sanjuanino. Incluso la gran figura de esos tiempos, Juan Bautista Alberdi, sería sometido al agravio y la persecución. Su gran pecado era la denuncia de los crímenes del mitrismo, y la defensa que hacía del Paraguay. “LapolíticaactualdelgeneralMitrenotienesentidocomúnsiselebuscaúnicamenteporsuladoexterior.Otroeselaspectoenquedebeserconsiderada.Sufinescompletamenteinterior.NoeselParaguay,eslaRepúblicaArgentina.Yesteeselpuntopordondeestaluchapreocupaabsolutamentenuestraatención.Noesunanuevaguerraexterior:eslaviejaguerracivil,yaconocida,entreBuenosAiresylasprovinciasargentinas,sinoenlasapariencias,almenosenlosinteresesymiraspositivasquelasustentan” (Alberdi, Juan Bautista: LosinteresesargentinosenlaguerradeParaguayconelBrasil, París, Imp. Simón Baçon y Comp., 1865). La política exterior del mitrismo marcó un profundo cambio que implicaría el sometimiento a la potencia hegemónica de aquellos tiempos, la Gran Bretaña. Bajo el disfraz de na necesidad de modernización, se introdujeron profundos cambios en la estructura productiva del país. No habría un proyecto de industrialización ni un horizonte soberano. Por el contrario, Mitre insertó a la Argentina en el mundo como un país proveedor de materias primas para aquellos que sí se habían industrializado, principalmente Gran Bretaña. La modernidad mitrista no era más que la aceptación de la nueva división internacional del trabajo. Las relaciones internacionales, de ahí en más, serían marcadas por el modelo inglés en torno del cual se articula toda la política exterior. Mitre prefirió asumir el cómodo rol de gerente de los intereses británicos, que en lo personal le aseguraba una vida sin sobresaltos, antes que la aventura de construir un país soberano. Ese el es estadista cuyo aniversario número 200 se festeja en estos días. ¿Es de extrañarse que la criatura que dejó para que le cuidara las espaldas cuando ya no estuviera, le rinda innumerables muestras de pleitesía? Por cierto que no. LA NACIÓN ha sido y es fiel al legado de su fundador. Una línea ideológica que se caracteriza, en sus más de ciento cincuenta años de existencia, por la defensa de los intereses de los sectores dominantes, el ciego alineamiento con las políticas de las potencias hegemónicas (primero la Gran Bretaña que subordinó a don Bartolo y más tarde su sucesión, encarnada por los Estados Unidos), y el desprecio declarado y declamado por todo lo que signifique la reivindicación del pueblo y el reconocimiento de sus derechos. El 26/06/2021, día del aniversario del nacimiento de Mitre, se sucedieron las notas. Antonio Requeni lo elogiaba así: “Humanista incansable. Mitre, uno de los fundadores de la Argentina moderna” y contaba que “fue uno de los organizadores del Ejército Grande que venció a Rosas en Caseros, batalla en la que participó. En 1859 experimentó el revés de Cepeda y en 1861, el triunfo de Pavón; fue presidente en 1862, un año después fundó el Colegio Nacional de Buenos Aires y fue controvertido protagonista de la Guerra del Paraguay. En 1870 fundó el diario LA NACION, una tribuna de doctrina. Será luego senador, embajador en Brasil y Paraguay, jefe del Partido Nacionalista y partícipe siempre de los avatares políticos del país”. El resto es una recorrida por los intentos poéticos y literarios de don Bartolo, el humanista incansable sobre el que pesan las muertes de Villamayor, Cañada de Gómez, la guerra de policía contra el interior y la infamia cometida contra el Paraguay. El fundador de la Argentina moderna que dio el primer golpe de nuestra era constitucional. Para Marcela Ternavasio, fue “Un personaje que, desde los márgenes, optó por luchar por la república”. Habla de la Historia de Belgrano y de la independencia argentina y refiere que Mitre plasmó una operación memorial en las últimas páginas cuando recuperó la gestión de Bernardino Rivadavia como ”la que establecía en 1821 la primera estación de una genealogía: la de la tradición liberal y republicana que consolidó el núcleo de la nacionalidad argentina, aunque su futura organización quedara en suspenso por las dolorosas pruebas que aún tenía que vencer en el desenvolvimiento de su revolución interna”. Rivadavia, aquel que inauguró el ciclo del endeudamiento del país con el empréstito celebrado en Londres con la firma Baring Brothers & Co., que fue firmado el 1º de julio de 1824, y en el cual Buenos Aires como garantía debió “empeñar todos sus efectos, bienes, rentas y tierras, hipotecándolas al pago exacto y fiel de la dicha suma de libras esterlinas y su interés”. Más de ciento veinte años después, el gobierno de Juan Perón terminaría de pagar la deuda, en 1947. Cómo no iba a ser Rivadavia y su endeudamiento con los ingleses un modelo para don Bartolo. Eso sí, la autora detalla que “Cuando desembarcó para participar de la campaña que derrocó a Rosas en 1852, regresaba con 30 años de edad a una ciudad que le era prácticamente desconocida. La ciudad que había rendido los pomposos homenajes fúnebres a Belgrano y en la que desarrollaría su intensa y larga vida como político, militar, periodista e historiador”. El porteño que desconocía a Buenos Aires. El que para Eduardo Míguez fue “Un periodista que puso la palabra al servicio del progreso y la libertad”. El que clausuraba diarios y encarcelaba periodistas. “En el siglo XIX, el periodismo fue, al igual que la guerra, una extensión de la política; un diario era un arma. Mitre, en cambio, buscó dar un sentido constructivo a su actividad como periodista y editor. En la política, muchas veces se vio inevitablemente arrastrado a acciones que comprometían su afán principista. La prensa, en cambio, pudo ser quizá, junto con la historia, la expresión más acabada de su programa de acción social”. La prensa y la historia, que don Bartolo tergiversó con igual pasión. Natalio Botana prefiere hablar de “Jornaleros y arquitectos. Mitre y el empeño por restituir la historia e interpretarla”. Botana analiza al Mitre escritor y actor de la historia, y nos dice que “Tocqueville decía que no hay democracia posible sin un punto de partida favorable que siembre en América el sentimiento de igualdad. Mitre traslada ese sentimiento a nuestro territorio y lo pone en movimiento para seguir, a lo largo del proceso histórico, el rastro de ese impulso. Si, por un lado, se ha depositado en los orígenes esa democracia instintiva y rudimentaria, por otro, la forma de dicha materia deberá proveerla la ilustración del Río de la Plata, esos hombres de leyes que traen la novedad de las revoluciones en América del norte y Europa y de las constituciones que nacían al calor de dichos sucesos. En la mirada de Mitre, una tendencia respondía a la necesidad; la otra, al arte de forjar regímenes de gobierno, guardianes de la libertad y adecuados a ese pasado pronto a entrar en ebullición”. Será por eso que Mitre en el gobierno forjó una tradición de represiones y persecuciones, de muertes y exclusiones, de censuras y prisiones. Por fin, el 27/06/2021 Natalia Blanc describe el “Homenaje a Bartolomé Mitre en el bicentenario de su nacimiento”. Cuenta la cronista que Carmen Longa Virasoro, presidenta de la Asociación de Amigos del Cementerio de la Recoleta (ADACRE) comenzó el acto diciendo que “Mitre fue un ciudadano comprometido con su tiempo y uno de los constructores de la Argentina moderna… Es un héroe presente y necesario”, definió y destacó que el ex presidente siempre instó en sus discursos y en sus acciones a “fortalecer la unión nacional y superar los viejos antagonismos”. Más que comprometido con su tiempo, don Bartolo estaba comprometido con los intereses británicos a los que sirvió tan fielmente. Y su manera de fortalecer la unión nacional y superar los viejos antagonismos fue tratando de liquidar a todos sus adversarios, o por lo menos a aquellos que defendían los intereses nacionales y populares. En el acto, Gabriela Mirande Lamedica, directora del Museo Mitre, dijo que “Mitre fue una figura indispensable durante cincuenta años de la historia argentina, su presencia gravitó en la política nacional, su perfil polifacético se identifica con la figura del intelectual del siglo XIX, que abarcaba casi todo y que, en su caso, superó cualquier modelo: estadista, intelectual, administrador, gestor, estratega, poeta, periodista, presidente de la nación, gobernador, traductor, parlamentario. A su paso siempre sumó: cada conquista fue una lucha; cada logro, un sacrificio” y citó una de sus frases, de 1898, en la que el homenajeado proclamó que “El anhelo argentino, inspirado en el ejemplo de los próceres que le dieron libertad, en la tradición de su vida independiente y en los intereses de la prosperidad nacional, ha sido y es un anhelo de justicia como ideal, de derecho como doctrina y de concordia como fin”. Uno podría decir que a su paso siempre sumó muertes, desgracias e infortunios. La justicia fue una herramienta útil para sus intereses, el derecho lo construyó a su medida y solo para los suyos, y la concordia la instaló en los cementerios. Pero bueno, José Claudio Escribano, voz histórica del pasquín de don Bartolo, decía también el 27/06/2021 que “Ayer, también, en el cementerio donde reposan los restos del presidente y legislador, del gobernador y del guerrero, del periodista y escritor, del fundador de instituciones y protagonista de acuerdos memorables entre rivales de contiendas cívicas intestinas, y de acuerdos entre la Argentina y algunos de sus vecinos, un puñado de personas nos reunimos para agradecer los servicios que prestó al país”. Digámoslo una vez más: preguntemos al Chacho Peñaloza y a sus hombres cómo fue que Mitre protagonizó acuerdos memorables entre rivales de contiendas cívicas intestinas; y al heroico Paraguay de Solano López, cuáles fueron los acuerdos que logró entre la Argentina y algunos de sus vecinos. Los servicios de don Bartolo, como los de sus seguidores, nunca fueron en beneficio de este país. Así que es mejor recordarlo como lo que fue. Uno de los forjadores del origen del mal. Pero permítaseme no cerrar la nota con el homenaje a don Bartolo sino con uno mucho más merecido a alguien que pocos conocieron. A Tiago Ares, que inventó el Plan Qunita para servir a los más pobres y que murió a los 25 años.