Rosenkrantz y Guilderstein no han muerto

Al escribir aquella magistral obra que trataba sobre la tragedia de un príncipe de Dinamarca, William Shakespeare incluyó, entre los personajes secundarios, a dos cortesanos que planeaban traicionar a Hamlet. Pero la traición planeada llegaba a conocimiento del príncipe que la revertía, y entonces quienes morían eran Rosenkrantz y Guilderstein. Muchos años más tarde, un dramaturgo inglés, Tom Stoppard, escribió una tragicomedia, en la cual los cortesanos eran los protagonistas. Finalmente, al igual que en la obra original, todo terminaba con la llegada del embajador que anunciaba que Rosenkrantz y Guilderstein habían muerto.

A esta altura algunos se preguntarán a dónde va esta columna, generalmente dedicada al análisis de las publicaciones de la Tribuna de Doctrina. Pues bien. Ocurre que en la escena política de nuestro país, los vaivenes institucionales han llevado a que en última instancia todo dependa de cuatro personajes, que -vaya casualidad-, son cortesanos. Y aquí cabe una disgresión, sobre los usos del lenguaje. Porque cortesano, así, en masculino, es una palabra que describe a quien es miembro de una corte. Sea la de Dinamarca como en la obra de Shakespeare, o de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, como en el caso del que vamos a ocuparnos. Pero en el caso del femenino, cortesana, es usado para describir a las mujeres que ejercen la prostitución, especialmente si lo hacen de manera elegante o distinguida. Usos patriarcales del lenguaje, propios de una sociedad machista.

Volvamos a lo nuestro. Uno de esos cuatro cortesanos, dueños de la última palabra, lleva por apellido el de uno de aquellos que tramaban la traición contra su príncipe. Rosenkrantz. En las editoriales de LA NACIÓN, el cortesano (de nuestra Corte Suprema) es generalmente bien tratado, sobre todo cuando vota en disidencia. 

Veamos: cuando el pasquín mitrista trató la presentación del cortesano ante el Senado que debía darle el acuerdo, nos informó que “Rosenkrantz también brindó otras definiciones que inclinaron la balanza a su favor al declarar que ‘los jueces no deben gobernar’ y que lo que a él le ‘gusta en lo personal no va a impactar en modo alguno en lo que decida’ (22/08/2016)”.

Cuando el cortesano asumió su cargo, LA NACIÓN dijo que “La sorpresa, sin embargo, llegó tras su aceptación, cuando Rosenkrantz recibió de parte de todos los presentes una estruendosa y sostenida ovación, especialmente de muchos ex funcionarios radicales. En Tribunales, pocos tienen memoria de haber escuchado semejante bienvenida (23/08/2016)”

Y el cortesano llegó a presidir la Corte. Entonces, la Tribuna de Doctrina nos informó que “Quienes conocen a Rosenkrantz señalan que su esquema será ‘paso a paso’, que el nuevo presidente dirigirá la institución a su manera, con sus tiempos, y que ‘no lo manda nadie’ (01/10/2018)”.

También se nos informó de lo bien que se llevaban el gran dormilón y el cortesano: “Entre sonrisas y clima distendido, el presidente Mauricio Macri y el flamante titular de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, compartieron por la mañana la conferencia del J20, que nuclea a los integrantes de los altos tribunales de los países miembros del G-20, en el hotel Alvear Icon, de Puerto Madero… Rosenkrantz dio el discurso de apertura del J-20. Enfatizó en la ‘imparcialidad e independencia’ como ‘virtudes cardinales’ de los jueces y dijo que esas virtudes ‘no se satisfacen meramente con la independencia de otros poderes, o de quienes concentran poderes económicos o sectoriales en la comunidad (…) se nos exigen por sobre todo independencia de nuestras propias convicciones ideológicas y políticas’ (09/10/2018)”.

Hubo lugar para las confesiones: hablando con Carlos Pagni, columnista siempre servicial, el cortesano se sinceró: “Fui alfonsinista. Milité en Renovación y Cambio. Más confiado en la renovación que en el cambio. La renovación incluye la referencia al pasado, que no puede estar ausente de la construcción del futuro…”. Agregó que “El 2 x 1 era un caso fácil en términos de interpretación constitucional y lo decidí sin mirar a la tribuna”. Y finalizó avisando que los jueces de la Corte  “somos muy poderosos. Podemos declarar la inconstitucionalidad de las leyes. En otros países solo lo pueden hacer tribunales especializados. Somos elegidos de por vida. En otros países la elección es por términos más reducidos. No estamos constreñidos por la regla del precedente, no existe una comunidad jurídica que nos controle y tampoco una sociedad civil que nos someta a un escrutinio muy severo (11/11/2018)”.

Lo rescataron cuando votó en disidencia: “Rosenkrantz fue el único de los jueces que habían conformado la mayoría de Muiña que siguió diciendo que el 2×1 es un beneficio que incluye a represores. Su argumento central fue que no es constitucionalmente válido aplicar la nueva ley con efectos retroactivos en contra del condenado. (04/12/2018)”. Por si quedaban dudas, la pluma de Morales Solá las disipaba. “Rosenkrantz es la contracara de Rosatti. Su voto, sostenido con una sólida argumentación jurídica, es coherente y previsible. Escribió los mismos conceptos que había escrito en mayo del año pasado, con las necesarias modificaciones impuestas por la ley posterior del Congreso. Coherencia y previsibilidad son atributos imprescindibles para ejercer el cargo de presidente de la Corte (05/12/2018)”.

Claro que el cortesano devolvía los halagos: “Rosenkrantz afirmó que tanto la Corte como Adepa tienen un compromiso con la alta calidad periodística. ‘La libertad de expresión se ejerce mejor con buenos periodistas’, sostuvo (13/12/2018)”.

Siguiendo con las declaraciones de Rosenkrantz, la Tribuna de Doctrina nos informó que el cortesano “señaló que los jueces no pude tomar decisiones que son del parlamento o de la ANSES. (18/12/2018)”.

Seguimos sumando definiciones que LA NACIÓN publicó: “Rosenkrantz se refirió a la necesidad de un Poder Judicial independiente. ‘Los jueces debemos mostrar que somos refractarios a todo interés personal, ideológico, político y de cualquier otra naturaleza que no sea el interés de realizar el imperio del derecho’ (19/03/2019)”.

Las buenas relaciones con el ejecutivo de esos años sobrepasaban incluso a sus colegas de la Corte, según el diario de los Mitre-Saguier: “De hecho, en las últimas reuniones del año pasado con el jefe de Gabinete Rosenkrantz atinó a leerle los temas de la agenda que tenía prevista la Corte para 2019. Elena Highton lo interrumpió. ‘Carlos, eso no lo consensuamos’, le dijo delante de Marcos Peña. La agenda de causas, consensuada, se hizo pública a comienzos de este año. (01/04/2019)”.

Eso sí, el cortesano buscaba apoyos en sus amigos: “Rosenkrantz analizó los desafíos de la Justicia con jueces de la Corte de EE. UU. (29/04/2019)”.

Rosenkrantz es muy adicto a hacer declaraciones. Aunque las mismas poco tengan que ver con lo que efectivamente hace: según LA NACIÓN, el cortesano decía que “El juez debe limitarse a aplicar el derecho. No debe hacer política, no debe fijar moral” y que “Enfrentamos tiempos muy difíciles por distintas razones y necesitamos un punto donde apoyarnos. Es el juez que aplica el derecho la roca sólida donde debe apoyarse la sociedad para volver a confiar” (13/05/2019).

Cuando se conoció la fórmula del Frente de Todos, LA NACIÓN destacó que “Carlos Rosenkrantz criticó la advertencia de Alberto Fernández a los jueces que investigan a Cristina Kirchner (26/05/2019)”. Y agregó que ‘La democracia constitucional y republicana exige distinguir entre juzgar y militar, entre aplicar el derecho y hacer política’, afirmó el titular de la Corte Suprema en su breve discurso enfocado en la independencia judicial. Y les pidió a los jueces alejarse ‘todo lo posible de la errada concepción de que jueces son políticos con toga’ (13/06/2019)”.

Cuando la Corte asumió, vía el per saltum, el caso de Bruglia y Bertuzzi, los jueces que ocupan cargos para los que no fueron designados constitucionalmente, los herederos de don Bartolo destacaron los argumentos de Rosenkrantz: “Es inocultable entonces que el caso reviste una gravedad institucional inusitada, pues en su decisión se encuentra comprometida una institución básica del sistema republicano, cual es, la independencia del Poder Judicial que el artículo 110 de la Constitución Nacional busca asegurar no solo en favor de los magistrados sino, fundamentalmente, en beneficio de la totalidad de los habitantes de la Nación (29/09/2020)”.

Las editoriales de LA NACIÓN también lo rescataron: “La interpretación que subyace en la decisión de la mayoría representa un peligroso antecedente jurídico, ya que, como señala en su voto en disidencia el doctor Carlos Rosenkrantz, en nuestro país, ‘la soberanía reside en el pueblo, que es uno solo, y por lo tanto las comunidades indígenas no pueden pretender derechos políticos que ningún colectivo diferente al pueblo de la Nación y las provincias tiene ni podría aspirar a tener dado el modo representativo republicano y federal adoptado por la Constitución de nuestro país’ (07/06/2021)”. Eso sí, el cortesano no reniega de sus amigos: “En otro pasaje de la entrevista, Rosenkrantz ratificó su amistad de muchos años con Fabián Rodríguez Simón y que mantuvo contactos telefónicos con el exasesor de Mauricio Macri (06/09/2021)” (¿sería el famoso Pepín el Guilderstein del magistrado?).

Siempre opinando (y en cuestiones que la Corte resolvió, aunque no las mencionara por su nombre) Rosenkrantz aseveró que “La emergencia, cualquiera sea la gravedad de la situación, no puede ser una excusa para ejercer un poder que no se tiene ni tampoco una excusa para coartar el poder de quien sí lo tiene (30/09/2021)”.

En algún punto, el cortesano se cansó de excusas, y LA NACIÓN nos contó que “El juez de la Corte Carlos Rosenkrantz le comunicó a sus colegas que de aquí en adelante dejará de excusarse en las causas en que estuvieran involucradas a empresas o particulares que alguna vez hubieran sido clientes del estudio jurídico que él integró… Al momento de participar de la audiencia pública en el Senado, cuando se le dio acuerdo, el juez presentó un listado de clientes de su estudio entre los que se encontraban el Grupo Clarín, Cablevisión, YPF, Musimundo, América TV, Ávila Inversora, LA NACION, La Rural, Carbap, McDonald’s, y las cerveceras Anheuser-Busch InBev, Quilmes y Grupo Modelo. También representó a Panamerican Energy y Central Térmica Patagónica SA. Bouzat, Rosenkrantz y Asociados declaró haber asesorado a los Fondos de inversión GP, Aconcagua Ventures, HWF Capital y Pegasus (27/10/2021)”. Dime a quién serviste…

Contra lo que indican multitud de encuestas, que ubican al Poder Judicial como el más desprestigiado de los poderes del Estado, los escribas del mitrismo siguen firmes en su defensa: “La mayoría de los miembros de la Corte (Horacio Rosatti, Juan Carlos Maqueda y Carlos Ronsenkrantz) está integrada por jueces íntegros, cuya honorabilidad nunca fue puesta en duda (28/11/2021)” (parece que la de Lorenzetti sí está en cuestión). Y llegamos a lo más actual: “El vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Carlos Rosenkrantz, participó en Chile en un foro sobre ‘Justicia, Derecho y Populismo en Latinoamérica’ y contradijo uno de los pilares del mensaje peronista (01/06/2022)”.

¿Qué pasó? ¿No era que los jueces no debían opinar de política? ¿Y la independencia? Empecemos por el principio. Como siempre, LA NACIÓN no es veraz. Rosenkrantz no participó de un foro: dio una conferencia magistral, en la Universidad de Chile, en el inicio del año académico de la Facultad de Derecho, y la tituló “Justicia, Derecho y Populismo en Latinoamérica”. Él solito, nomás, y en un ambiente amigable (universidad privada, de conocida raigambre liberal).

Rosenkrantz efectuó distintas consideraciones de orden político. Expresó que “hay muchas dudas sobre si el particular modo de hacer y concebir a la política por parte de los movimientos que se caracterizan como populistas, son compatibles con los arreglos institucionales que caracterizan a las democracias constitucionales de raigambre liberal”. Agregó que “el populismo presupone una entidad colectiva, supra-individual, cuya existencia, aunque sus contornos nunca son definidos con precisión, es autónoma e irreducible a la de sus integrantes”, y también que “pretende cambiar el sujeto y el destinatario de lo que políticamente hacemos. En este sentido, más allá de muchas diferencias relevantes, en todas las narrativas populistas el pueblo es el criterio validante por antonomasia”. Dijo asimismo que “El populismo se caracteriza por demonizar a la dinámica política tradicional a la que le reprocha, centralmente, su carácter retardatario. La concibe como la promotora y reproductora del status quo, como la mascarada perfecta de la continuidad. Por eso todo populismo pregona el cambio ya”. 

Por otra parte, sostuvo que“El populismo es relativamente insensible a la cuestión del costo que involucran las reformas que proponen, porque la urgencia del cambio solo es posible cuando los costos del cambio no se hacen explícitos o no se identifica con precisión quienes son los que pagarán dichos costos; la insensibilidad al costo se sintetiza de modo patente en una afirmación muy insistente en mi país que yo veo como un síntoma innegable de fe populista según la cual detrás de cada necesidad siempre debe haber un derecho”. Sobre la misma cuestión, indicó que a su juicio “En las proclamas populistas hay un olvido sistemático de que detrás de cada derecho hay un costo. Otros tienen obligaciones y honrar obligaciones es siempre costoso en recursos y que no hay suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades”.

Con esos fundamentos, concluyó diciendo que “los jueces tenemos que controlar que se respeten los procedimientos constitucionales, pero aun cuando estos procedimientos se respeten, el populismo puede poner en riesgo al espíritu de nuestras democracias constitucionales porque pone en riesgo las convicciones en las que las democracias constitucionales se fundan. Y cuando ello sucede, son los ciudadanos los encargados de aventar dicho riesgo. Son los ciudadanos porque el populismo, mientras no afecte la constitución y la ley, es –recordémoslo- un problema político. Y por ende son los actores políticos los encargados de resolverlo”. 

Una arenga netamente política, del más rancio cuño liberal, sesgada, casi discriminante, y por sobre todo, contraria a todo lo que en tantas oportunidades anteriores (loadas por LA NACIÓN) el cortesano sostuvo. Lo que es peor es que no las dijo el ciudadano, el abogado, el catedrático Rosenkrantz. Las dijo el Vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. ¿Alguien hará algo al respecto? En fin. Parece que Shakespeare primero y Tom Stoppard después se equivocaron al contarnos que los amigos que traicionaron a Hamlet cayeron víctimas de su propia traición. Por esta parte del mundo y en este tiempo, al menos Rosenkrantz está vivito y coleando.

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