noviembre 21, 2024

Dice el diccionario de la Real Academia que “ridículo” es algo que por su rareza o extravagancia mueve o puede mover a risa, o que es escaso, corto, de poca estimación, extraño, irregular, o de poco aprecio y consideración. También se aplica a la persona de genio irregular, excesivamente delicada o reparona. A estas definiciones, si nos atenemos a las notas del principal escriba de la Tribuna de Doctrina, deberíamos agregarle la que el inefable Joaquín Morales Solá, que de él se trata, le aplica al gobierno de Alberto Fernández en su columna del 12 de junio de 2022. El veterano escriba, que se iniciara como cronista del Operativo Independencia comandado por genocidas de la talla de Antonio Bussi, generalmente no ahorra municiones cuando se trata de disparar contra el gobierno. Convengamos que muchas veces, es el propio gobierno el que le brinda razones para destilar su odio antiperonista, pero no es menos cierto que los motivos que esgrime don Joaquín inevitablemente nos llevan a estar en la vereda opuesta a la que transita el columnista. 

¿Por qué piensa Morales que el gobierno está al borde del ridículo? Por una de las pocas cosas con las que últimamente se puede estar de acuerdo con Alberto. Ocurre que el presidente fue a la llamada Cumbre de las Américas -más bien, de una parte de ellas-, y allí se despachó, en su carácter de titular de la CELAC, contra la decisión de los Estados Unidos de no invitar a Cuba, Venezuela y Nicaragua a la reunión. Uno hubiera preferido que Fernández no fuera, pero ya que lo hizo, no estuvo mal recordarle a Biden el repudio a aquella afirmación que calificaba a Nuestra América como el patio trasero de los yanquis. Claro, si uno recuerda la eterna política de sumisión a las potencias hegemónicas (primero a Gran Bretaña, ahora a los Estados Unidos) que ha sostenido LA NACIÓN desde que la fundara Bartolomé Mitre en 1870, no puede sorprender que Morales Solá se ofenda ante esas manifestaciones de Fernández.

Para el columnista, esta posición de Alberto implica que la Argentina “ha vuelto a hacer un papelón en la esfera internacional”. La primera vez, para Morales Solá, “Sucedió con Néstor Kirchner en 2005, en la Cumbre de las Américas que se realizó en Mar del Plata. Fue un duro reproche (con contracumbre incluida) al entonces presidente norteamericano, George W. Bush”. Qué desvergüenza, decirle al jefe del imperio que guardara en algún recóndito lugar su alianza de libre comercio, que como es sabido significaba libertad para ellos y sus empresas de hacerse ricos a costa de la pobreza de nuestros países. Y cómo se le ocurre a Alberto recordar aquella actitud de quien proclama que fue su maestro, justo en la cara de Biden.

Mucho peor parece que fue que Alberto reclamara la remoción de Luis Almagro, el triste personaje que cumple con todos los mandatos de la derecha regional y fue actor principal en el golpe de estado contra Evo Morales en Bolivia. Lamentable papel, el de quien fue en otras épocas no tan distantes el canciller del gobierno frenteamplista en Uruguay y ahora opera de fiel sirviente de los intereses de los poderosos. Actitudes que son las que le ganan el respeto y la defensa de Morales Solá y LA NACIÓN.

Volvamos al principio. ¿Quiénes son más escasos, cortos, de poca estimación: los que como el pasquín de los Mitre-Saguier defienden a los que han apoyado cuanta dictadura asesina atentó contra la democracia en Nuestra América y divulgan como un credo infalible la sumisión a los dictados de la prepotente potencia del norte, o los que ponen por delante los intereses de la Patria Grande y cumplen con su deber de defender la soberanía contra los que quieren avasallarla? Aunque la defensa sea tímida como la ensayada por Alberto en Los Ángeles.

Claro que ese accionar extraño, irregular, digno de poco aprecio o consideración es característico de Mitre y sus seguidores. Porque ese modelo de país que actúa como gerente de los intereses de las potencias en contra de los de su propio pueblo es el que don Bartolo construyó, tras hacerse de la presidencia en 1862, consumado el primer golpe de Estado de nuestra historia constitucional contra Santiago Derqui. Para eso había que formar cuadros dirigentes que prefirieran la comodidad de administrar los negocios de las compañías británicas, en aquellos tiempos (y las trasnacionales en estos) antes que el desafío de construir una patria para todos, con su propio desarrollo no sujeto a las decisiones de los países hegemónicos. Con Mitre, el Estado-Nación soñado por los hombres de las luces comenzó a conformarse definitivamente, con la eliminación de las resistencias provinciales (con el asesinato de Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho, el exilio y muerte de Felipe Varela y la derrota de Ricardo López Jordán), al tiempo que se emprendía la guerra criminal contra el Paraguay de Francisco Solano López, en una infame alianza con Brasil y Uruguay, que apadrinaban los intereses británicos.

Para que esa tarea antipatriótica tuviera bases firmes y cuadros que la defendieran y propagaran, varias cuestiones más eran necesarias. Nada de permitir opiniones divergentes:  la libre expresión estuvo ausente durante los años de Mitre. Como expresó Carlos Guido Spano, en su gobierno Mitre “Desde luego menospreció las ventajas de una libre discusión. Ni siquiera intentó influir en la esfera de sus medios legales, a fin de dar ensanche a todas las opiniones, franqueándoles la entrada al recinto de la representación nacional. Al contrario, coadyuvó, con sus marcadas simpatías al exclusivismo de la parcialidad que, tomando por asalto todas las avenidas de la administración, se hizo dueña absoluta del país”.

La libre expresión estuvo ausente durante los años de Mitre. Como expresó Carlos Guido Spano, en su gobierno Mitre “Desde luego menospreció las ventajas de una libre discusión. Ni siquiera intentó influir en la esfera de sus medios legales, a fin de dar ensanche a todas las opiniones, franqueándoles la entrada al recinto de la representación nacional. Al contrario, coadyuvó, con sus marcadas simpatías al exclusivismo de la parcialidad que, tomando por asalto todas las avenidas de la administración, se hizo dueña absoluta del país”.

Otro paso era construir un Poder Judicial que en lugar de administrar justicia para todos se convirtiera en fiel guardián de los intereses de los nuevos dueños del país. A Mitre cabe también la instalación de la primera Corte Suprema de Justicia de la Nación, en 1862. Pero lejos de constituirla para garantía de los derechos de los habitantes, la hizo un instrumento más de su hegemonía. Como dice Eduardo Luis Duhalde “El Poder Ejecutivo ejercido por Bartolomé Mitre hacía de la arbitrariedad un método y la justicia –ya desde entonces subordinada políticamente– acumulaba los escritos con morosa indiferencia”.

Faltaba un detalle. Educar a las elites. Mitre tuvo claro que la educación podía funcionar para diferenciar a las elites de las masas. Promovió fundamentalmente la educación media (durante su mandato se fundó el Colegio Nacional de Buenos Aires, con el objetivo de formar las futuras clases dirigentes, en un modelo de estado que no cuestionara ni el reparto de grandes latifundios entre pocas familias ni la dependencia del país respecto de la potencia hegemónica. Educación para pocos.

¿Puede sorprender entonces que LA NACIÓN exalte a figuras como la de María Eugenia Vidal, que expresó con crudeza el pensamiento de nuestra derecha cuando dijo que nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad? Tal afirmación no es más que la continuidad de aquel proceso iniciado por Mitre. Pero es, como suele suceder con las afirmaciones que publica la Tribuna de Doctrina, falsa.

Noemí Viera es una madre de cinco hijos, de 34 años de edad, que vive en Villa Itatí, en el Partido de Quilmes, pleno conurbano bonaerense. Pudo terminar sus estudios secundarios ya grande, gracias al plan FINES (Programa de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios, impulsado por el Estado desde 2008). Es, para los criterios que maneja la ex gobernadora bonaerense, hoy otra vez porteña, pobre. Y por lo tanto, excluida de los estudios universitarios. Pero Noemí en 2016 se inscribió en la Universidad Nacional de Lanús, para estudiar una carrera nueva, única en su género en el país, y casi seguramente, en toda América: la Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos. Lo hizo porque su experiencia de vida le había enseñado que había que luchar para defender esos derechos que son de todos pero que unos pocos pretenden limitar.

Su camino no fue fácil. Compartir sus tareas maternales con los estudios, y las demás exigencias de la vida, la obligó muchas veces a tener que ir hasta los predios de Remedios de Escalada donde funciona la Universidad, en lo que fueran los viejos talleres del ferrocarril, con uno o más de sus hijos. Descubrió que la Universidad no solo no ponía trabas para esas presencias sino que las recibía con los brazos abiertos. Se fue acostumbrando a los nombres de los pabellones del predio y conociendo la historia que simbolizaban: José Hernández, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Ortega Peña, entre otros.

En las plazas de la Universidad jugó con sus niños (y algunos docentes que se acercaban a compartir el rato). Esas plazas que tienen símbolos identificatorios: el pañuelo blanco, para la de los derechos humanos; las caras de Perón e Yrigoyen, para la de la democracia; las figuras de San Martín, Artigas, Bolívar y el Che para la de la Patria Grande americana. En la biblioteca Rodolfo Puiggrós pudo consultar sus miles de textos, y en el cine Tita Merello ver películas sobre la realidad nacional y debatir con sus directores. Fue rindiendo sus exámenes y en un momento se convirtió en tutora par de los nuevos ingresantes a la carrera. Y un día concluyó sus estudios y se transformó en la primera Licenciada en Justicia y Derechos Humanos, con su título oficial. Sí, María Eugenia. Los pobres pueden estudiar en las Universidades públicas, gratuitas, de calidad. Y se pueden recibir. Como lo hizo Noemí, que ha demostrado que quienes sostienen lo contrario son personas de un genio irregular que las llevan a afirmar cosas que por su rareza o extravagancia mueven o pueden mover a risa. Que la presencia del Estado puede servir para que la educación no sea para elites, sino para todos. Que sea un motor de progreso y de equidad. Que pueda formar miles y miles de personas empoderadas, que quieran construir una nación justa, libre, soberana. Que los que piensan lo contrario son solo dueños de un pensamiento escaso, corto, de poca estimación, extraño, irregular, de poco aprecio y consideración. En definitiva, Noemí los ha condenado al ridículo. Felicitaciones para ella.

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