Allá por 1959, el gran Julio Cortázar publicó, dentro del libro que llamó Las armas secretas, uno de sus mejores relatos, dedicado al genial saxofonista negro Charlie Parker, que es el protagonista de la historia, aunque bajo el nombre ficticio de Johnny Carter. Parker tuvo una vida para nada fácil. Con muchos esfuerzos, su madre le había comprado un saxo, convencida de que su talento musical lo haría progresar. Mas, aunque todos reconocían su calidad, no logró que lo aceptaran como estudiante en los conservatorios. Aunque logró integrarse a una gran banda a los 17 años, al llegar a Nueva York dos años después tuvo que trabajar de lavaplatos para ganarse la vida. Finalmente, comenzó a grabar en 1940 y a partir de allí su ascenso en el universo del jazz fue incontenible. Su alianza con Dizzy Gillespie transformó la forma de tocar y sentir esa música, alejándola de todo convencionalismo. Pero al mismo tiempo su búsqueda de algo diferente lo llevó a consumir cada vez más alcohol y heroína, lo que lo llevó a pasar temporadas internado en distintos nosocomios. En 1954 la tragedia lo golpeó duramente, cuando su pequeña hija Pree, de solo tres años de edad, murió de una neumonía agravada por la falta de dinero para darle una atención médica como la que precisaba. Parker quiso suicidarse, y aunque no lo logró, un año más tarde una combinación de neumonía, úlcera y cirrosis hizo detener su corazón. Cortázar en su cuento narraría esta última etapa de Parker, signada por su búsqueda de encontrar una manera diferente de vivir el tiempo, no sujeta al convencionalismo de relojes y calendarios. En la dualidad que describe Cortázar, entre el narrador que cuenta la historia y el protagonista, se marca ese conflicto con el tiempo, pero también surge que ambos, narrador y personaje, son a la vez perseguidor y perseguido. 

La realidad del país no alcanza ni siquiera mínimamente a rozar la calidad de la escritura de Cortázar. Carentes del genio del gran Julio, y muy lejos también de la inspiración de Charlie Parker, personajes que serían menores en cualquier historia pueblan las páginas de los principales medios, inundan las pantallas de los canales asociados a esos medios y de sus señales de cable, escupen su odio por las radios y lo dejan grabado en las redes sociales. Parece que estuviéramos, los argentinos, atrapados en un tiempo pasado que se resiste a morir y se recicla en nuevas catástrofes mientras el tiempo nuevo no logra romper el cascarón, atrapado en las ruedas de una maquinaria infernal que repite una y otra vez la misma historia, solo cambiando algunos nombres.

Viejos perseguidores que toman nuevos nombres. Perseguidos que esperan la redención de la historia, que se les niega de una forma tan pertinaz que aterra. Es que la misma pluma con la que el perseguidor escribe sus acusaciones es la que escribe la historia. Y por cierto que no tiene ni el vuelo ni la profunda humanidad de la pluma de Cortázar, que nunca perdió su argentinidad a pesar de los largos años pasados en Francia, primero por decisión propia y más tarde amenazado por la dictadura genocida que no le perdonaba su compromiso con las causas populares.

En vez de la música de Parker, el ruido chillón de la comparsa que pulula en páginas y pantallas que envenenan el aire. Donde el saxo de Charlie improvisaba cual un pájaro que canta su esperanza de volar sin ataduras, sonidos que ni llegan a imitar el graznido de los cuervos tratan de convencernos de que la corrupción a la que son tan aficionados es de otros, que la podredumbre de la que se alimentan es la ambrosía de los dioses.

Permítaseme recordar, ya que estos días son propicios para hacerlo. Yrigoyen derrocado y una turba que asalta su casa para encontrar, en lugar de las míticas riquezas acumuladas durante los años de poder, una modesta cama de hierro, una mesa, unas sillas y algunos libros. No importa. Se lo someterá a juicio, aunque no haya ningún motivo valedero para hacerlo, más que sus intentos de defender la soberanía nacional y la pureza de la democracia. La Plaza de Mayo bombardeada, Perón condenado al exilio, privado de su grado militar, juzgado en ausencia, declarado como el tirano prófugo. Cientos de sus partidarios presos, otros asesinados en los basurales de José León Suárez o en la penitenciaría de Las Heras en nombre de la cruzada moralizadora que prohibió mencionar siquiera su nombre, porque hacerlo era cometer un delito, y que secuestró y vejó el cadáver de su esposa. Todo en nombre de la libertad.

El 31 de julio de 1974 caía asesinado por las balas de la Triple A una de las personalidades más brillantes de esa convulsionada época: Rodolfo Ortega Peña. Único caso de un diputado nacional abatido mientras cumplía su mandato, en su figura resumía lo mejor de varios mundos. Abogado, historiador, comunicador social, y tantas otras adjetivaciones se podrían agregar a poco de que se revise su trayectoria, que iluminó con una luz distinta campos que parecían resignados a la oscuridad de un tiempo al que, como al actual, se le negaba la esperanza. Compuso, Ortega Peña, ese dúo irrepetible que cambió la forma de entender la abogacía y de escribir la historia, entre otras muchas cosas. Su compañero de aventuras fue el también inolvidable Eduardo Luis Duhalde. Juntos pusieron al ejercicio profesional al servicio de las luchas de su pueblo, desde su rol de asesores de la CGT, de letrados de sindicatos, de defensores de presos políticos. Con una característica especial: aunque comprendían que cualquier cambio profundo debía partir del peronismo, en tanto identidad principal asumida por nuestro pueblo, no tuvieron nunca una actitud sectaria y defendieron por igual a todos los perseguidos por las distintas dictaduras y los gobiernos seudo democráticos que les tocaron sufrir.

Al mismo tiempo pusieron en claro las cuentas de la historia, bien diferentes a las que el pérfido fundador de LA NACIÓN había entronizado desde la versión oficial, tan mentirosa como su autor y sus cómplices y seguidores. Que el gobernador federal fusilado en Navarro no era un muerto cualquiera fue comprendido por quienes pudieron leer El asesinato de Dorrego. Que la deuda externa que se cernía, ya entonces, como un cerrojo que estrangulaba cualquier posibilidad de progreso independiente no era un recurso moderno imposible de evitar lo dijeron en su historia de la Baring Brothers. Figuras como las de Facundo Quiroga o Felipe Varela resurgieron de la doble muerte y el ostracismo al que se las había condenado. Podrían darse muchos ejemplos más. Cuando Ortega Peña asumió su banca de diputado nacional, juró que la sangre derramada no sería negociada. Puso su escaño a disposición de cuanto conflicto se presentaba. La derecha impiadosa, la misma denunciada desde los libros de historia y las páginas de las revistas que dirigió junto a Duhalde (Militancia, De Frente), no lo perdonó. Sabía, Ortega, que la muerte no duele, sino que es vivir indignamente lo que marca con dolor a personas de su talla. Y fue fiel a su compromiso hasta esa tarde fatal de aquel invierno triste, en la esquina de Arenales y la 9 de julio, en pleno centro porteño. Los perseguidores habían logrado su objetivo pero no abandonaron su presa: reprimieron el velorio que se efectuaba en la Federación Gráfica Argentina, y golpearon y detuvieron a cientos de personas que quisieron participar del sepelio. Años más tarde José López Rega moría en prisión, mientras era juzgado, entre otros crímenes, por el asesinato de Ortega Peña. También fallecerían en la cárcel dos de los ejecutores del asesinato, Rodolfo Almirón y Juan Ramón Morales.

Perseguidores y perseguidos que cruzan las páginas de nuestra historia, y que vuelven en un retorno gris, como las mentes y las almas de los que odian cualquier variación, cualquier color diferente.

Volvamos a estos días. Que de repente no parecen tan distintos a aquellos otros, si escuchamos los coros vocingleros de la comparsa a sueldo de los partidarios de la oscuridad. Como siempre, todo resuena con un eco más trágico en las páginas del pasquín de los Mitre-Saguier o en las pantallas que ahora multiplican los denuestos. La víctima de turno, la perseguida, es ahora la detestada Vicepresidenta.

Un par de fiscales, uno de los cuales, ahora se sabe, visitaba la Rosada cuando el gran dormilón usaba las pantallas del despacho presidencial para ver alguna serie de Netflix, sin ningún pudor tejen la acusación tantas veces preanunciada por los voceros de la derecha. No les preocupa que no existan pruebas: se atreven a decir que tienen la convicción de que los muy odiados Kirchner construyeron una red de corrupción, incluso cuando en el caso que deberían analizar la propia pericia ordenada por el denunciante arrojó como resultado que no hubo irregularidades. Paréntesis: el 23/06/2022 la Tribua de Doctrina informaba que “el exdirector de Vialidad Nacional del gobierno de Mauricio Macri, Javier Iguacel, fue procesado por el delito de negociaciones incompatibles con la función pública, acusado de haber favorecido a un grupo de empresas a las que les extendió concesiones de siete corredores viales que se les habían vencido, sin las licitaciones previas que, por ley, son obligatorias”. Sí, Iguacel, el denunciante de la causa Vialidad, la misma en la que los fiscales Luciani y Mola acusan a Cristina. Acusación que le valió, al procesado denunciante, la felicitación de sus amigos. Vean LA NACIÓN del 02/08/2022: “Causa Vialidad: Esteban Bullrich le envió un contundente mensaje a Cristina Kirchner en medio del juicio”. Si se preguntan cuál fue el contundente mensaje, acá va: “Hoy comenzaron los alegatos en el juicio contra CFK por la corrupción en Vialidad Nacional, denunciada por Javier Iguacel -exministro de Energía de Mauricio Macri- y su equipo, entre ellos mi amigo Rick Stoddart, quienes demostraron que habían montado un sistema para robar”. Dónde y cómo lo demostraron es un misterio, contrapuesto a lo que el mismo pasquín informó: “Iguacel se arrogó ‘una prerrogativa que no tenía’, extendió las concesiones sin el dictamen jurídico obligatorio y alegó ‘una emergencia que no era tal’, afirma el juez”. Junto a Iguacel, también fue procesado Ricardo Stoddart. Por si falta algún datito más, Iguacel es el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires que impulsa la gran saltimbanqui, Patricia Bullrich.

Feliz con los alegatos que no hablan sobre la prueba sino sobre las convicciones de los fiscales, Javier Fuego Simondet el 02/08/2022 titula: “Borrar todo. Los WhatsApp comprometedores para cobrar todo lo posible después de perder las elecciones”. Y agrega que se trata de “Las pruebas que reveló el fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad buscan mostrar el intento de López para que Austral Construcciones cobrara cifras millonarias en tiempo récord y que los pagos no se frenaran con el cambio de gobierno”. El único problema es que en esos intercambios de mensajes Cristina no participa, ni hay ninguna mención a coimas o irregularidades. 

No importa. LA NACIÓN insiste y el mismo 02/08/2022 nos cuenta que el fiscal Luciani dijo que “Hubo un direccionamiento grosero e inadmisible y una falta total de control. Era imposible que se permitiera si no era porque la orden venía de lo más alto del Poder Ejecutivo”. Orden de la cual no pudo exhibir ni la más mínima sombra de prueba.

Luciana Vázquez se regocija el 02/08/2022 con lo que considera “El ocaso argentino en la etapa del barroco kirchnerista”. No se logra entender cuáles son las características que cree encontrar para hablar del barroco, porque según el Diccionario de la Real Academia Española ese es “un estilo arquitectónico o de las artes plásticas, que se dsarrolló en Europa e Iberoamérica durante los siglos XVII y XVIII, opuesto al clasicismo y caracterizado por la complejidad y el dinamismo de las formas, la riqueza de la ornamentación y el efectismo”. Uno podría leer casi un elogio del kirchnerismo, pero lo más probable es que la cronista, como buena heredera de don Bartolo, no sepa de qué habla pero lo dice como si fuera una verdad consagrada. Como tampoco se priva de decir que “Cristina Kirchner corre riesgos judiciales concretos y más que nunca necesita aliados”, eso por las dudas de que la odiada reina maléfica acuerde con Sergio Massa.

Dos parlanchines de las pantallas que forman parte de los medios herederos del mitrismo también aportaron lo suyo. El inefable Luis Majul contó que “cuando Néstor Kirchner gobernaba Santa Cruz, Lázaro Báez le aportó información sensible con el nombre de todos los empresarios deudores de esa provincia patagónica”. Como acostumbra el servicial escriba, no hay ni una sombra de referencia al método que usó para enterarse, más de veinte años después, de algo que habría ocurrido muy lejos y entre gente que no es precisamente del círculo de Majul. Acompañado en su rol de perseguidor por el otrora hombre del pensamiento de izquierdas Alfredo Leuco, que paree alegrarse porque “Cada día que pasa, Cristina está más cerca del abismo y de la cárcel”. Se ve que sabe algo que los demás desconocemos. Porque la sarta de opiniones nada jurídicas que desparrama Diego Luciani está muy lejos de constituir un riguroso, minucioso y demoledor alegato. Claro que con los tribunales que tenemos y los antecedentes que ofrecen ciertos jueces, camaristas y hasta cortesanos la verdad del expediente y el apego a lo jurídico no parecen ser temas de importancia. Lo que importa es quién es el perseguidor y quién, en este caso, la perseguida, en este relato sin gracia y sin fineza, que no busca embellecer las notas de un sonsonete torpe y opresivo sino que prefiere la opacidad al brillo, la oscuridad a la luz, el tiempo encadenado a la vida en libertad. Nada que ver con Cortázar ni Charlie Parker. Pero ojo. Dicen las escrituras: justicia, perseguirás. A veces, por mucho que se tarde, esa justicia es alcanzada. Sino, pregunten a López Rega, Morales y Almirón.

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