noviembre 21, 2024

Escribo estas líneas un 26 de julio. Fecha que tiene múltiples significados, para nuestro país y para nuestra América. Fecha histórica, se suele decir. Porque es uno de esos días en que suceden cosas que cambian el curso de las vidas de miles de personas, que inciden en el presente y transforman el futuro. Uno de esos días que pasan a ser parte de nuestra memoria, personal y colectiva. Aunque hayan pasado en tiempos ya lejanos.

El 26 de julio de 1822 en Guayaquil dos personas se reunieron. Nada más y nada menos que José de San Martín y Simón Bolívar. Mucho se ha especulado sobre qué pasó en la reunión, pero lo cierto es que al poco tiempo San Martín dejaría el Perú y partiría luego a Europa, mientras que Bolívar tomaba a su cargo completar la gesta libertadora, tarea que se cumpliría con la victoria de las tropas de Antonio José de Sucre en Ayacucho.  

San Martín volvería en 1829, sin llegar a Buenos Aires porque en Montevideo se enteró del asesinato de Dorrego. La amargura lo cubrió y escribió a su amigo Tomás Guido: “para que el país pueda existir, es de necesidad absoluta que de los dos partidos en cuestión desaparezca de él, al efecto, se trata de buscar un salvador, que reuniendo el prestigio de la victoria, el concepto de las demás provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan”. No quiso ser él quien desarrollara tamaña tarea. En su exilio conservaba en lugar prominente el retrato de Bolívar.

El caraqueño no tuvo días tranquilos. Su sueño de la Gran Colombia se vio despedazado en estados que terminaron compitiendo entre sí. Sucre caería asesinado y el propio Bolívar salvaría su vida de un atentado gracias a la acción de su compañera Manuela Sáenz. Luego de renunciar a sus cargos se retiró y murió, joven todavía, a fines de 1830. Había señalado, no solo con sus palabras sino con los hechos que protagonizó, que “La libertad del nuevo mundo, es la esperanza del universo“.

Ninguno de los dos pudo ver concretado su sueño de una América libre y unida.

Ciento treinta años después, otro 26 de julio pero de 1952, Eva Perón se hacía inmortal. Poco tiempo antes, el 22 de agosto de 1951, había vivido su apoteosis y presentido, quizás, el final que la esperaba. Ese día miles y miles de trabajadores corearon su nombre y la proclamaron su candidata a la Vicepresidencia para las próximas elecciones, en la fórmula que, como no podía ser de otra manera, encabezaba Juan Perón. No pudo ser. Eva debió renunciar, en sus palabras, a los honores y no a la lucha. Dejaría grabado su testimonio al inaugurarse las emisiones de Canal 7, la primera televisora argentina. El 17 de octubre de 1951, aunque ya estaba debilitada por el mal que la aquejaba, se levantó y dejó estas palabras para la posteridad: “Yo no quise ni quiero nada más para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo, y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”. 

La oposición que nunca le perdonó su amor por los humildes, pintó en las paredes de Buenos Aires la terrible frase que resumía su odio: “Viva el cáncer”.

Un año después de la partida de Evita, el 26 de julio de 1953, a solo 90 millas de las costas estadounidenses, un grupo de jóvenes comandados por un abogado tomaban por asalto el cuartel Moncada, que llevaba el nombre de uno de los militares que habían combatido por la independencia cubana, pero que en esos días, en Santiago de Cuba, albergaban a tropas que se especializaban en la represión más feroz a los opositores al régimen de Fulgencio Batista. El ataque fracasó, y su líder, Fidel Castro, pronunció al ser juzgado un alegato que quedaría grabado en la memoria de su pueblo: “La historia me absolverá”. Vaya si lo hizo. El 1º de enero de 1959, la guerrilla que comandaba Fidel, con sus compañeros Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, provocaba la huida de Batista. Poco más de un año después, el 9 de enero de 1960, el cuartel se transformaba en la Ciudad Escolar “Libertad” y Fidel así lo explicaba: “Y la historia demostrará que si al fin y al cabo las fortalezas llenas de aspilleras y soldados sucumbieron ante el empuje de nuestro pueblo, la lucha por una causa justa, en cambio nuestras aulas, representantes del pensamiento y la cultura, jamás caerán bajo la fuerza de quien nos las quiera quitar para convertirlas en cuarteles, a fin de defender los privilegios porque esas escuelas las defenderá con trincheras de ideas y trincheras de piedra”.

Motivos para recordar esta fecha, como se ve, sobran. Aunque LA NACIÓN se haya olvidado prolijamente de todos ellos. Ni siquiera como rastrero homenaje a don Bartolo el fundador, autor de un relato sobre la entrevista de Guayaquil en el que dijo que San Martín abogó por la monarquía porque no consideraba a los pueblos de la América del Sur preparados para la democracia, mientras que al describir a Bolívar expresó que “En este manto de republicano, se envolvía una ambición cesárea, incompatible con la verdadera democracia, como sus reaccionarias teorías confesadas lo manifiestan y el tiempo lo demostró”. Es que como dice Eduardo Luis Duhalde en su “Contra Mitre”, don Bartolo fue un verdadero intelectual orgánico que “advirtió en su tiempo el papel de la historia como elaboradora de los paradigmas constitutivos de la Argentina liberal. A través de la Historia de San Martín y Belgrano, categorizó los valores del liberalismo mediante la hechura de ambos próceres a imagen y semejanza de la Argentina que propugnaba”. Tal vez el silencio de los actuales escribas de la Tribuna de Doctrina se deba a una menor altura intelectual que la del fundador. Ahora solo valen la desinformación, la mentira, las falsas noticias, el discurso del odio, para seguir sosteniendo el paradigma mitrista de un país para pocos, insertado en el plano de las relaciones capitalistas en el mercado mundial, y hoy sometido a los intereses estadounidenses como ayer Mitre y sus secuaces se sometieron a la Gran Bretaña..

Es claro que resulta inimaginable un elogio de LA NACIÓN a la figura de Eva Perón, o a la gesta de Fidel Castro y sus barbudos. Ambos personajes encarnan lo más detestado por la derecha que el pasquín de los Mitre-Saguier representa, en tanto buscaron, cada uno a su manera, combatir al imperialismo, terminar con el dominio de la oligarquía y construir una sociedad de libres e iguales. Por eso no es extraño el silencio del diario frente a los tres 26 de julio. 

Antes del día en cuestión, el 24/07/2022 Joaquín Morales Solá hablaba de “Un país donde todo puede pasar”, a lo que uno agregaría: incluso, que Morales Solá sea considerado un periodista independiente. Ese mismo día el novelero Jorge Fernández Díaz se quejaba de “La explosiva desesperación de los parásitos”, aunque no se refería a sus amigos y empleadores, ocupados como siempre en evadir impuestos y esconder los granos para no cumplir con sus obligaciones.

El 26/07/2022 hubo varias notas: Carlos Pagni tratando de descubrir “Y dónde está el piloto”, aunque su columna no arranque ni una sola de las sonrisas que provocaba la película del mismo nombre. Fernando Laborda nos daba “Las opciones de Alberto Fernández: una reingeniería del gobierno o el vacío del poder”. O sea, que el presidente cambie todo o se vaya. Alberto Benegas Lynch, tal vez con un vago recuerdo de la epopeya castrista y temeroso de que se repita en estos lares, se preguntaba si ¿La Argentina adopta el Manifiesto Comunista?. Andrés Oppenheimer se refirió a “La ola mundial de descontento”, que nuestra derecha aspira a que se lleve puesto al gobierno. Y Darío Palavecino informaba sobre “La trastienda de Chapadmalal: el abrigo ‘obligado’ del gabinete para el Presidente y una más que notoria ausencia entre la militancia”, tratando de contribuir a distanciar a Alberto Fernández de la militancia camporista.  

Pero hubo un par de menciones casi colaterales. Sobre el mismo acto de Chapadmalal, se dijo “Homenaje a Eva Perón: Alberto Fernández cargó contra los que siguen especulando con una devaluación”. Y en el cuerpo de la noticia, una mínima referencia al homenaje del Presidente a la mujer que los trabajadores argentinos eligieron como su jefa espiritual. Y la mención restante solo fue para hacernos saber que se estrena una miniserie, basada en la novela de Tomás Eloy Martínez: Santa Evita.

Las cosas son lo suficientemente claras. De un lado están quienes registran en San Martín y Bolívar la lucha por la primera e inacabada independencia. Los que ven en las figuras de Eva Perón y Fidel Castro el combate que los pueblos de nuestra América siguen librando hoy por su segunda y definitiva independencia. Del otro lado, aquellos que condenaron al ostracismo y a la muerte en soledad a los libertadores de América. Los que vivaron a la enfermedad que se llevó a Evita. Los que todavía esperan ver caer a la revolución cubana.  Pero cuidado. La historia, la verdadera historia, nos habita con una fuerza invencible. Y los ilustres protagonistas de los hechos que se rememoran cada 26 de julio nos muestran el camino. Sí, a pesar de todo, la senda está trazada y más temprano que tarde los pueblos la transitarán victoriosos. Las figuras invencibles de San Martín, Bolívar, Evita y Fidel así lo han escrito con letras indelebles.

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