El virus del odio
Como todas las semanas, recorro las páginas de LA NACIÓN en un ejercicio que pretende desentrañar las claves del pensamiento de la derecha reaccionaria en nuestro país. Pensamiento que tozudamente vuelve una y otra vez sobre la bestia negra de la política argentina, en la versión de los herederos de Mitre: el peronismo. Ese fenómeno de masas al que una y otra vez dieron por muerto pero que se empecina en renacer y en remediar los desmanes que el neoliberalismo produce en su afán irrefrenable de llenar las arcas de unos pocos a costa del sacrificio de muchos. Y la situación actual permite trazar una analogía entre esa obsesión gorila y los males del mundo: el antiperonismo es una enfermedad inoculada por el virus del odio. Un odio que nace de las profundidades de nuestra historia. El odio contra las montoneras federales que don Bartolo (y su socio Faustino el sanjuanino) llevaron a una de sus máximas expresiones en la década de 1860. El odio contra los anarquistas en la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde. El odio contra los yrigoyenistas en los tiempos del fraude patriótico. Toda una historia del odio que encuentra su cauce a partir de 1945 en el rechazo a ese subsuelo de la patria sublevada que osó poner en crisis el bloque histórico construido por las oligarquías vernáculas sobre los huesos del gauchaje explotado y combatido. Ese odio que presenta a la oferta realizada a los acreedores para la reestructuración de la injusta deuda externa que Macri y los ahijados de LA NACIÓN nos supieron conseguir, como “un planteo formal y filosóficamente agresivo” y “un enfoque no carente de hipocresía” (editorial del 19/04/2020). Ni una referencia al desastre causado por las políticas neoliberales. Solo reproches al kirchnerismo, dueño de “todos los desconceptos y muletillas tradicionales de quienes reclaman el repudio de la deuda”. Odio disfrazado del pseudo humor ramplón del Prosecretario General de Redacción de LA NACIÓN, Carlos M. Reymundo Roberts, cuando en su tono socarrón le dice al Presidente que “da la impresión de que ni siquiera está enterado de los peligros que acechan” y define a Máximo Kirchner como “un chico ideologizado, ligero de matices y sin más conocimientos en materia tributaria que lo que aprendió de Cristóbal López” aprovechando la ocasión para pegar por otros lados sus garrotazos gráficos (columna del 18/04/2020). Odio enmascarado de crítica cinematográfica cuando Jorge Fernández Díaz, militante acérrimo del culteranismo burdo, a partir del recuerdo de Sunset Boulevard, un film de Billy Wilder, imagina “el desenlace que tendría esa rara asociación entre la patrona altanera (Cristina) y el empleado aquiescente (Alberto), que aceptaba un liderazgo prestado a cambio de vivir aquel falso sueño esplendoroso. Fernández flotaría al final en las aguas nada depurativas de su propia frustración, y recordaría con amargura cómo aquella reina, solo obsesionada por mantener en pie su mito intocado, lo había ido condicionando con sus exigencias, cómo había bloqueado la chance de ejercer en plenitud sus deseos y cómo, en los epílogos, se deshacía de aquel vicario ingrato” (columna del 19/04/2020), para terminar definiendo al Presidente como “solo un Mujica aspiracional que acepta el tutelaje ideológico de aquel santo peronista cómodamente arrellanado en el trono de Pedro”. No vaya a ser que nos olvidemos del Papa. Carlos Pagni recuerda que es profesor de historia (historia mitrista, no hay otra posibilidad) para calificar las ideas del Ministro de Salud como “las extraviadas profecías de Ginés González García”, mientras reclama salvar a las clases dominantes (aunque las nombre como “las organizaciones que a lo largo de los años han acumulado capital, tecnología y conocimiento y han desarrollado mercados para generar empleo y producir riqueza”), y arremete contra el posible impuesto a la riqueza que no ha sido rechazado por un Alberto Fernández que “trató de miserables a los empresarios. Da la impresión de que se regodea con la idea, tan discutible, de que “un bichito” está destrozando al capitalismo” (columna del 16/04/2020). Qué otra cosa se puede esperar -habrá pensado-, de alguien que pertenece a un movimiento que enronqueció miles de gargantas cantando aquello de “combatiendo al capital”. Morales Solá nos pide que “dejemos a Cristina Kirchner entregada a su amor por la grieta” al tiempo que nos informa que “Lo único que sabemos de la expresidenta es que deja trascender que disiente con políticas y estrategias de Alberto Fernández” (columna del 15/04/2020). No vayamos a creer que se llevan bien, sabemos que no es así porque de eso se encargan los escribas del mitrismo, de informarnos que estos son los mismos, siempre corruptos, siempre autoritarios, siempre peleando. La prueba está en las páginas de LA NACIÓN, dónde más? Veamos. El 14 de abril Luis Majul nos advertía acerca del sospechoso silencio de Cristina Kirchner. Lo bueno de esa columna es que el agudo tinterillo se regocijaba porque tenía tres ideas fuertes. Y a uno le daban ganas de aplaudir, por fin Majul lograba tener alguna idea, aunque no fueran las tres que decía. Pero no. La nota explicaba el silencio de la Vicepresidenta. No habla “Porque está celosa de Alberto Fernández. Porque está sorprendida con sus altísimos índices de adhesión. Y porque no soporta el éxito ajeno. Entonces, en secreto, junto a sus incondicionales, Cristina trabaja en un plan para transformarse en alternativa, en el caso de que la recesión económica le explote al Presidente en la cara, inmediatamente después de la salida de la pandemia”. Buscamos las fuentes de tamaña noticia, pero en vano. La fuente única es Majul. Ni vale la pena tratar de ver cuáles eran las otras dos ideas. El 16 de abril el silencio se había acabado, y Majul nos explicaba que Cristina “se vio obligada a romper su sospechoso silencio. Y lo rompió con un acto de apariencia formal, pero que esconde una maniobra política que es preciso desenmascarar”. La maniobra era el pedido hecho a la Corte Suprema de Justicia para que se expidiera acerca de la constitucionalidad o no de las sesiones “a distancia” del Senado, algo que -Majul dixit- es solo para tratar el proyecto de impuesto a la riqueza, algo que “le servirá tanto a Cristina como a los chicos grandes de La Cámpora para plantarse como el ala ‘progre’ de un gobierno cuyo presidente, según ellos, sería conservador y de derecha”. Cosas que, una vez más, solo tienen como fundamento que las dice Majul. Ninguna prueba, ni mínima siquiera. Como todo lo que dicen los columnistas de la tribuna de doctrina, hay que creerlo porque lo dicen ellos. Y ellos lo saben porque fueron inoculados con el virus y hoy están inmunizados. Inmunizados de todo pensamiento positivo. Inmunizados de tener que cumplir con reglas básicas del periodismo, como ser que los hechos se prueban con datos verificables que los acreditan. Y que las opiniones son solo eso, opiniones y hay que presentarlas como tales. No como verdades irrefutables. Pero, como lo vengo diciendo, los escribas del mitrismo están a salvo de tener que hacerlo, porque los inoculó el virus del odio y su única tarea es desparramarlo hasta que sea una pandemia que termine, de una vez y para siempre, con el peronismo y cualquier otra expresión nacional, popular y verdaderamente democrática.