noviembre 21, 2024

En realidad, no hay nada que sea realmente nuevo en este análisis de las columnas de los escribas de Don Bartolo. Desde el mismo día en que Cristina anunciaba, allá por mayo de 2019, que Alberto Fernández sería el candidato a Presidente y ella la Vice, LA NACIÓN comenzó a trabajar sobre una hipótesis (que esconde sus deseos profundos) a la que dedica sus afanes para tratar de convencer a la sociedad que esa es la realidad que nos atraviesa. Hipótesis que se reduce a describir la división -supuesta- de la coalición gobernante y su inminente explosión. 

Hemos venido contando, desde que comenzó este espacio, cómo se utilizan las técnicas de la desinformación y la mentira para presentar como hechos probados lo que no es más que el palabrerío venenoso de los empleados del grupo Saguier-Mitre. Así, Martín Rodríguez Yebra el 15 de julio de 2020 titulaba “Hebe de Bonafini y la mano oculta de Cristina Kirchner” para dar por sentado que la Madre no hablaba por sí sino que repetía un libreto escrito por Cristina. Lo que demuestra que o bien Rodríguez Yebra desconoce por completo a Hebe Pastor de Bonafini, o bien no le importa más que ser eficaz en su tarea de destrucción de la coalición gobernante. Porque suponer que Hebe recibe órdenes es a todas luces un disparate. Hebe dijo lo que sentía, y a poco que uno siga las líneas del artículo va a entender que eso se sabe: “Lo que hizo Bonafini fue exponer al foco público el debate irresuelto sobre el rumbo político y económico del cuarto gobierno kirchnerista”, dice el columnista, desnudando así que sabe que son las convicciones de Hebe las que guían sus palabras, por cierto respetuosas y que a nadie deberían parecer peligrosas en una democracia, en tanto expresan una postura asentada en lo ocurrido en un pasado no tan lejano, cuando la dictadura genocida llevó adelante su programa de reorganización nacional para beneficio de los sectores de la oligarquía agrícola ganadera y el capital financiero. 

Cambian los nombres de los que los representan, pero, ¿cambió su política?. Y en todo caso, la Madre tiene el derecho ganado en tantas batallas por la dignidad humana como para decir lo que piensa, sin que eso la transforme ni en vocera de otros ni en peligro para las instituciones. Pero claro, para la Tribuna de Doctrina las Madres son, y han sido, enemigas irreconciliables en cuanto son la referencia ética a la que una y otra vez vuelven sus ojos los militantes populares. Los mismos que LA NACIÓN desprecia.  Carlos Pagni, el 16 de julio de 2020, pone a “Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el juego de las palabras contra los hechos”. Hay que crear el enfrentamiento. Si no existe no importa, la división cobra encarnadura a partir de que los voceros del mitrismo la dan por cierta y atribuyen los roles a cada uno de los actores del Frente gobernante. En ese juego destructivo “la que habla es más determinante que el que actúa. El que actúa, o debiera hacerlo, es Alberto Fernández”. Vuelvo a decirlo. No hay hechos probados detrás de estas palabras. Pero la voluntad de los escribas da como cierto que cuando aparece algún disenso dentro del campo popular, por leve y respetuoso que haya sido, expresa la voluntad insidiosa de la Vicepresidenta que ansía apoderarse de todo. Aunque por las dudas, hay que remarcar que Alberto juega su papel en el drama que buscan dar como cierto: “Sería un error, sin embargo, adjudicar a las obstrucciones de la vicepresidenta todos los problemas del Presidente. Él también se quiere poco”. Debe leerse en esta frase una incitación a Alberto para que rompa lanzas con Cristina y demuestre, así, quese quiere y mucho. Que se quiere como LA NACIÓN quiere que sea. 

Y debe hacerlo rápido. Por eso la nota de Claudio Jacquelin del 17 de julio de 2020 habla de “El tiempo, un factor clave en la disputa oficialista”. Si algo debe reconocerse es cierta habilidad para plantear premisas a partir de un título. En el cual ya se da por sentado que hay una disputa en el oficialismo, con lo cual se insiste con el leit motiv que el pasquín sesquicentenario viene tocando una y otra vez, sin alterarse cuando la realidad le muestra lo desafinada de su interpretación. No es preciso que sea cierto para que el cronista nos cuente que “Las limitaciones del presente y las amenazas del futuro tienen tal magnitud para Fernández que cada día debe ejercer de equilibrista, de malabarista y de contorsionista”. Frase que si se refiriera a la cruel realidad que impone la pandemia, sumada al desastre económico y social en el que dejaron al país quienes gobernaron, con el beneplácito de LA NACIÓN, hasta diciembre de 2019, podría cobrar alguna trascendencia. Pero no. La pandemia es una excusa de la que el kirchnerismo se vale para llevar adelante sus designios ocultos. 

Es lo que busca decirnos Héctor M. Guyot el 18 de julio de 2020, cuando habla de “Las máscaras del Presidente”. Porque los acuerdos entre Presidente y Vice son, en la versión de los émulos de don Bartolo, un juego de sumisiones y rechazos que se ocultan tras las sonrisas y las promesas de un trabajo coordinado donde todos suman. No, “Este juego perverso deriva del acuerdo que ambos firmaron para volver al poder, de fines inconfesables y cumplimiento incierto. En ese pacto hay un mandante y un mandatario. Y el mandante exige lealtad”. Claro que hay un mandante y es el pueblo. Que no es lo que Guyot dice. El pueblo, ya sabemos, es solo una figura que se usa pero que carece de relevancia. Es algo imaginario. Por lo tanto, nada de lo importante tiene que ver con el pueblo. Esta es la raíz de todo la doctrina expresada por el matutino fundado en 1870. El pueblo no existe, existen intereses a los que se sirve. Quienes hablen del pueblo o lo quieran ver como sujeto histórico, trabajan por la nada. Lo que importa es lo mismo que ha guiado históricamente al capitalismo: el afán de lucro, la ganancia como norte no importa a costa de qué. Un Presidente sirve si trabaja para asegurar el éxito de esos intereses. Si no lo hace, no cumple con el rol que los dueños de la tierra le tienen asignado.  Entonces,  Francisco Olivera el 18 de julio de 2020 se lamenta porque “La lapicera del Presidente está guardada”. Conclusión a la que llega porque no se ve que Alberto use su pluma para firmar las normas que los cruzados del neoliberalismo exigen. Como no lo hace, es porque “Si existió, la ilusión de un Alberto Fernández emancipado de quien lo encaramó en la fórmula fue breve o, en todo caso, no sobrevivirá a la cuarentena”. Cuidado. Lo que se está diciendo es que este gobierno es una ilusión. Y que como toda ilusión, terminará por desvanecerse en la bruma de un virus impiadoso. Expresión de un deseo para el que todo escriba de LA NACIÓN compromete sus afanes. Si hasta el cómico Carlos M. Reymundo Roberts se permite augurar el 18 de julio de 2020: “¿La peor semana? Esperen la próxima”.

Lo peor no se debe a la expansión de los contagios ni a la tragedia de las muertes ocasionadas por el COVID-19. Lo peor es que Alberto no rompe con Cristina, no enfrenta al tan odiado populismo. Así que hay poco humor esta vez, porque “Da cierta conmiseración verlo al Presidente tan arrinconado, tan inerme, y cierta inquietud asistir al festival de disputas entre la coalición que gobierna”. Algún desprevenido puede pensar que el aislamiento social lo privó de enterarse de este supuesto festival. Que no se preocupe. El festival solo existe en los esfuerzos de quienes desde los empleos que ocupan en empresas dueñas de medios de comunicación de todo tipo, han decidido que la vieja premisa de divide y reinarás es la que debe enseñorarse de esta hora. Si no hay disputas reales lo serán a partir de cobrar encarnadura en páginas, programas radiales o televisivos, columnas digitales, todas encaminadas en el mismo sentido. 

Vuelve Martín Rodríguez  Yebra el 19 de julio de 2020, y si no hay nuevos dichos que sirvan para alimentar la división, será porque hay, entre “Cristina Kirchner vs. Alberto Fernández: una tregua y el debate que sigue inconcluso”. Que nadie piense que cuando Presidente y Vice se encuentran es para debatir acerca de cómo llevar adelante las tareas de gobierno. Para nada. Es un combate perpetuo, nos dicen los escribas. Los demás asistimos a esa pelea sin darnos cuenta de lo que realmente ocurre, porque los contendientes ocultan su enfrentamiento. En todo caso, si no nos damos cuenta no importa. Porque “Lo que haga o deje de hacer ahora el Gobierno está destinado a marcar un tiempo histórico. Para bien o para mal. En medio de ese desafío se libra una batalla interna que tiene a Alberto Fernández estancado, dando giros de 360 grados y sin sacar rédito del apoyo social que acumuló al inicio de la pandemia”. No se entiende muy bien cómo es eso de estar estancado y dando giros de 360 grados. Si estás estancado no girás, y un giro de 360 grados te deja exactamente en el mismo lugar. Se ve que Rodríguez Yebra no llegó a manejar ni las metáforas ni las matemáticas. Eso sí, que si no vemos lo que pasa es porque las verdaderas razones nos las esconden, parece ser una consigna a repetir.  El novelero Jorge Fernández Díaz, el 19 de julio de 2020, saca a la luz lo que cree que son “Las razones  ocultas de la vice”. Tan poco creíbles como los argumentos de sus folletines, las palabras con las que desgrana su voluntad de ofender y denigrar todo aquello que huela a peronismo delatan un odio que lo corroe y que lo lleva a tratar de rebajar a los gobernantes. Por eso dice que “A pesar de su notable lentitud, el jefe del Estado intenta cumplir la tarea encomendada, a lo que se sumó una faena que no entraba en el cálculo de nadie: morigerar una catástrofe económica de oceánicas proporciones, producto de la crisis del Covid-19 y de la cuarentena eterna”. Cuál es la lentitud presidencial, no se alcanza a vislumbrar. Tal vez Fernández Díaz vería rapidez si los números fatales de la pandemia crecieran vertiginosamente. Y qué curioso. La catástrofe económica no la produjo un gobierno que dedicó sus cuatro años en la administración del Estado a destruir todo lo costosamente construido. No. No fue catastrófico lo hecho en materia de destrucción de puestos de trabajo, de aniquilamiento de las pequeñas y medianas empresas, de desindustrialización, de pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores, de un endeudamiento nunca visto que sólo sirvió para que los amigos del poder fugaran miles de millones de dólares, de negociados que empiezan a salir a la luz, de un juego macabro de espías, agentes de las fuerzas de seguridad, magistrados y fiscales, empleados de las empresas dueñas de medios de comunicación y funcionarios del Estado, complotados para pervertir el sentido mismo de la palabra justicia y rebajarla a un mecanismo de persecución de los opositores y de impunidad para los propios. Eso para Fernández Díaz no existió. Es todo culpa de la pandemia. 

Volvamos a la cuestión central, que como ya vimos es la lucha solapada entre sectores del gobierno, que no pueden ser definidos muy precisamente (ocurre que en su perversión, los camporistas se disfrazan de acuerdistas, los albertistas conciliadores se ponen el cuchillo entre los dientes, y cuesta saber quién responde a quién). Lo que es claro, dirá el novelero, es que “La gran dama no tolera, en apariencia, acuerdos ni negociaciones con la ‘antipatria’, ni reconoce otra fuerza que no sea la propia, y solo concibe la unidad nacional bajo su mando”. Caramba, ¿Es que para ser buena Cristina debería pactar con la antipatria? Cómo le gustaría eso al columnista, sospecha uno. Si no podemos determinar con precisión los bandos enfrentados en esta lucha, no es porque la lucha de marras solo cobra existencia en las líneas del periódico y en la voluntad de quienes las escriben. Será porque “La cultura del zigzag resulta, por todo lo expuesto, el signo más característico de un gobierno estrafalario que no puede  consensuar internamente un programa económico ni una política exterior, ni una reforma de la Justicia ni un plan de seguridad coherente”. 

Otra vez. No es culpa de acreedores que aprovecharon los regalos de la administración macrista y hoy empujan para llevar al país al default, tratando de fijar condiciones imposibles de cumplir. No, es porque este gobierno no celebra los bloqueos criminales con que el imperio condena a venezolanos y cubanos por su terca idea de no doblegarse. Es porque en lugar de privilegiar a los que fueron útiles para el armado de causas truchas y el apriete a arrepentidos delatores se está por diluir el poder de Comodoro Py. Es porque en la Casa Rosada no se recibe y mucho menos se aplaude a policías de gatillo fácil. Esos son los pecados del populismo.  Claro que el inefable Luis Majul nos dice el 19 de julio de 2020 que “A Cristina Kirchner no le importa nada, ni siquiera que Alberto Fernández cumpla el mandato completo“. No le pidamos coherencia en lo que escribe. Pocas líneas después nos enteramos que no es cierto que a Cristina no le importa nada: “Le importa que paguen las cuentas pendientes quienes nos atrevimos a contar la verdad: fiscales, jueces, dirigentes políticos, dueños de medios y periodistas, con nombre y apellido”. Fiscales como Stornelli, jueces como Bonadío, dirigentes como Iguacel, dueños de medios como quienes lo emplean, periodistas no encontramos ninguno digno de tal mención. Majul ya debería saber que las injusticias no son eternas, en un país que logró llevar a los estrados judiciales a los causantes de la mayor tragedia de su historia, demostrando que el olvido no puede ganar su batalla contra la memoria cuando quienes defienden la dignidad humana no se doblegan. Y que más temprano que tarde tanta podredumbre sale a la superficie y es imposible de ocultar. Porque a veces, sin quererlo, hasta él mismo encuentra palabras que son ciertas: “No todo es relativo. Entre la mentira y la verdad hay diferencias insalvables. La mentira sirve para justificar la corrupción, el enriquecimiento ilícito, el fraude, la prepotencia y el apriete”. Sí, Luisito. Por todo eso es que ustedes están de un lado y nosotros de otro. Porque pueden mentir una y mil veces pero eso no transforma sus palabras en realidades.

Vamos cerrando. Pablo Sirvén habla, el 19 de julio de 2020, de “Alberto, el lábil, y una anomalía institucional”. Como no puede encuadrar al Presidente donde le gustaría, debe tratar de desmerecerlo y tratarlo de incoherente: “Si no se puede doblar al mismo tiempo a la izquierda y a la derecha, tampoco es posible hacer marchar un mismo bife de chorizo cocido, a punto y jugoso. Pero dada la naturaleza volátil que Fernández demuestra, no sería raro que lo intentara al ir a comer a una parrilla. No confundir: no se trata de una persona dubitativa, que no se decide entre una postura y otra. Es más complejo: pretende sostener ambas en paralelo, para complacer la preferencia del interlocutor que tiene enfrente”. Metáfora culinaria aparte, sus palabras tratan de decirnos que el gobierno es tan perverso que confunde hasta a sus críticos. 

Y llega Joaquín Morales Solá, el 19 de julio de 2020, retratando a “Cristina, sola con Bonafini y De Vido”. Es por lo menos curioso que si Cristina está tan sola y con tan pocos apoyos le dediquen tantos esfuerzos. No parece que la Vice transite en soledad sus días, si estamos a tanta columna que nos cuenta cómo mueve sus tropas en pos de designios malvados. Designios que muchos no ven, pero por suerte “Las diferencias entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner salieron a la luz en los últimos días, como nunca antes, por decisión de la ex presidenta más que del actual jefe del Ejecutivo”. 

Ahora, cuando uno lee tanto palabrerío, tanta columna dedicada a exponer las supuestas divergencias, no encuentra en ningún lado la palabra de Cristina. Si algunos hablaron, no fue ella. Incluso en su afán de encontrar dónde aferrar sus anhelos divisorios, los distintos escribas nos dicen al mismo tiempo que hasta su hijo y sus fieles se apartan de su camino y tejen sus propias alianzas. Si no le queda ni la familia, a qué preocuparse tanto por ella. Porque además, en esta pelea que no vimos pero de la que nos informan los escribas, Cristina tiene que ser la derrotada. De manera que al final de cuentas, Alberto el indeciso, el lento, el lábil, el zigzagueante habría ganado: “Un vaho de victoria rodea al Presidente después de medir la relación de fuerzas. Cuando escribe en el diario imaginario de su presidencia debe recordar que los intendentes del conurbano estuvieron de su lado”. El Presidente escribe su diario imaginario con las palabras que no dijeron los intendentes. Porque no las van a encontrar. Porque la división que la derecha necesita para reinar busca encontrar su senda en las palabras de tanto mercachifle a sueldo.  Cuidado. La mentira socava, lo irreal se corporiza, y si no lo vemos a tiempo logra instalar la división. Que es su manera de reinar. Que no vuelva a ocurrir.

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