Entre los mejores géneros literarios, el de escribir cartas ocupa un lugar no menor. Nombres célebres como los de Rilke, Kerouac, Flaubert, Goethe, Bécquer, Herman Hesse y Thomas Mann, Kafka, Rousseau y Kawabata, entre muchos otros, dan cuenta de la trascendencia de lo epistolar en la historia de las letras. Tal vez en el tecnologizado mundo de hoy, cuando la gente se comunica cotidianamente por mensajes que parten de celulares, tablets y notebooks y a lo sumo, lo que antes se escribía en una carta meditada y corregida sobre el papel hoy se teclea con vértigo en múltiples e-mails, hablar de cartas parezca un anacronismo. Pero no lo es. Porque basta una carta para que el escenario político se trastorne. Ya veremos cómo. Pero antes empecemos a desmenuzar las últimas aventuras de las patrullas mitristas en su guerra de nunca acabar contra el populismo. Vale la pena detenerse en la columna que Luciana Vázquez publicó el 24/10/2020, titulada “El (anti) capitalismo en versión kirchnerista”. Porque se trata de una exposición meditada del pensamiento de la derecha de nuestro país, en sus versiones más ilustradas. Sostiene Váquez que “hoy el conflicto entre versiones contrapuestas de la Argentina -una que cree en el capitalismo y en sus instituciones y otra que descree de sus beneficios- está en las zonas grises de esos hechos. La Argentina es un país con muchas deudas internas: una gran parte de la población está en condiciones de enumerar derechos vulnerados. La colisión, el choque de derechos legítimos es el trazado legal de un país empobrecido”. Cómo no estar de acuerdo con estas palabras. Es cierto. La grieta divide a los que sostienen al capitalismo en sus versiones más crudas, que desnudan claramente la injusticia de un modelo que solo cree en el lucro como objetivo y que privilegia el egoísmo y el sometimiento de los no privilegiados a los que sí lo son, de quienes buscan una alternativa, ya sea que crean que dentro del mismo modelo pueden existir maneras de corregir esas injusticias, o que sostengan que no hay otra forma de superar al capitalismo que no involucre su final y su reemplazo por un nuevo modelo que hasta ahora no ha encontrado una concreción viable y permanente, tras el fracaso del llamado socialismo real. Vázquez lo entiende y sabe que el núcleo de la contienda política de nuestros días se esconde en esa disputa. Claro que ella escribe en LA NACIÓN. Y entonces dice que “la cuestión central que se impone es si el derecho de propiedad privada y su protección se considera el camino más legítimo y efectivo en pos de un país productivo, justo, equitativo y de crecimiento sustentable. Y ahí hay un problema importantísimo del presente argentino: que parte de la coalición gobernante del Frente de Todos no cree en el derecho a la propiedad privada, sobre todo a la propiedad privada de los otros. Hay derechos buenos y derechos de derecha”. Hay que detenerse en estas palabras y pensarlas de otro modo. ¿La propiedad privada es un derecho que merece protección para lograr ese país que menciona la columnista? Habría que remontarse a la Constitución de 1949. La misma que el golpe criminal de Aramburu y Rojas borró con un bando militar. La que hablaba en su Capítulo IV de la función social de la propiedad, el capital y la actividad económica, a punto tal que el artículo 38 establecía que “La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado fiscalizar la distribución y la utilización del campo e intervenir con el objeto de desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la comunidad, y procurar a cada abriego o familia labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva”. La simple lectura de esa norma tal vez sirva para explicar por qué el empeño de nuestra derecha en combatir al peronismo. Porque esa pauta programática (toda Constitución es un programa de vida en común, en definitiva) choca contra la visión de quienes creen que la propiedad privada es un derecho absoluto que no debe ni puede ser puesto en cuestión por nadie, y mucho menos por el Estado. Lo que permite a Vázquez, puesta a analizar los conflictos actuales sobre la posesión de tierras, expresar que “Esta visión de las tomas, este salto conceptual desde un conflicto que podría quedar acotado al ámbito privado y al derecho de familia, una sucesión reñida entre hermanos, a la operación ideológica que le superpone una visión del mundo -redistribuir las tierras para hacerlas productivas en una economía agroecológica, reacia a la última tecnología del campo argentino y del mundo que ha permitido ampliar la posibilidad de alimentar a millones en todo el planeta-, ese conflicto está hablando de una disputa ideológica”. Y una vez más hay que estar de acuerdo en un punto central: se trata de una disputa ideológica. Y la ideología es una cosmovisión que se expresa en todas las actividades humanas. Cuando esa cosmovisión es compartida por una clase, que se preocupa en elaborarla científicamente, traducirla a la lengua común, convertirla en verdad religiosa y hacerla parte de las tradiciones, estamos frente a una ideología orgánica. Como la de nuestra derecha. Que en general, se preocupa en dejar sentado que no está surcada por la ideología. Lo que no es otra cosa que un disfraz que oculta su cosmovisión. Que es la que permite a Vázquez avanzar con sus planteos: “Este marco plantea una pregunta: cuán capitalista es la Argentina y si el modo de salir de esta crisis, que es terminal pero nunca toca el fondo, es el modelo capitalista con un Estado de bienestar interesante, no un Estado presente retórico”. Capitalismo más estado de bienestar. Casi un axioma keynesiano o un postulado socialdemócrata. Que, para Vázquez, está lejos de lo que el Frente de Todos puede llevar adelante en nuestro país, porque para ella “Las únicas certezas que el Gobierno es capaz de construir están en el pasado: una épica que lo reinventa con un consenso asombroso en la esfera oficialista. Pero hacia adelante no hay futuro. No hay un futuro propuesto e imaginado en común. Hacia adelante, solo se instalan interrogantes y dudas inquietantes sin que haya respuestas todavía. Apenas contradicciones que se renuevan día a día”. De un modo inteligente, la autora defiende la ideología de nuestra derecha, de don Bartolo en adelante (o sea, recurre al pasado sin nombrarlo) al tiempo que niega toda posibilidad de futuro a quienes se contraponen a esa ideología. También   Pablo Sirvén, cuando el 25/10/2020 habla de “Censores tuertos y malhumorados” escribe párrafos a los que se podría prestar conformidad. Hace una contra crítica sobre las opiniones que desató una nota de Pola Olaixarac sobre el Jefe de Gabinete Santiago Cafiero, lo que le permite sostener que “Las nuevas generaciones de periodistas, tan talentosos en lo suyo, deben explorar mejor esos antecedentes que ignoran y abrir sus cabezas en vez de sumarse a las apuradas a la nefasta cultura de la cancelación que solo busca acallar las voces de los que están en la vereda de enfrente. No volvamos para atrás”. Sentencia que, reitero, podría compartirse. Claro que no es esa la práctica común de los escribas de la Tribuna de Doctrina, cuyo principal objetivo pareciera ser acallar toda voz que se contraponga con esa visión de un mundo irremediablemente dividido entre quienes mandan porque ese es su mérito y quienes deben someterse porque no hay otra posibilidad de subsistencia. Ahí aparece el novelero Jorge Fernández Díaz, que el  25/10/2020 cree que estamos frente a “Una crisis agónica tramitada por un gobierno imposible”. Es por lo menos curiosa la tenacidad conque desde las páginas de LA NACIÓN se habla de la agonía del populismo, en sus vernáculas versiones de peronismo y/o kirchnerismo. Una y otra vez se les augura la muerte, sin que tantas profecías se hayan cumplido ni remotamente. El tinterillo se pierde en referencias que sólo él y los que se le asemejan pueden encontrar risueñas, supuestamente referidas a la disputa entre el comunismo y el capitalismo, para afirmar que “El humor resulta siempre analgésico; sobre todo en tiempos alucinatorios y desesperados como los que atraviesa actualmente un país con una crisis agónica tramitada a los tumbos por un gobierno imposible. Tal vez la arquitecta egipcia, aquejada por la fatiga cognitiva del enclaustramiento, haya olvidado que no hay país ni poder, ni siquiera hay impunidad sin una economía”. Una vez más el Fernández que no quiere a los Fernández se pierde en la confusión entre sus deseos y la realidad. Porque si bien es cierto que el país atraviesa una crisis, lo primero que debería decirse sobre la misma es que la provocaron justamente quienes son defendidos por el novelero. Que el gobierno sea imposible es lo que más quieren los seguidores de don Bartolo, pero de ahí a que eso sea cierto hay un trecho bastante largo. Y cuánta falta de creatividad que denota la recurrencia a los emprendimientos faraónicos de Cristina. Porque cuando Fernández (digámoslo así, Fernández solo, aunque le moleste) habla de la arquitecta egipcia pretende burlarse de las obras que el kirchnerismo emprendió y que los cuatro años de macrismo, pese al empeño puesto de manifiesto, no lograron destruir del todo. Aunque la gobernadora disfrazada de hada buena no haya querido más hospitales ni más universidades. Lo que ocurre es que el novelero, en sus tramas ficticias de pobre sustento, cree en oscuras conspiraciones que se le van desgranando al punto en que la realidad las va desmintiendo. Entonces ya no se trata de Argenzuela sino de que “Este programa de partido único, creado por la dinastía Kirchner y respaldado por La Cámpora, no aspiraba a construir un régimen chavista, sino una democracia apócrifa y feudal”. Programa que nadie ha visto, ya que al parecer solo existe en alguna próxima novelucha de don Fernández. Que atribuye a las acciones del gobierno una sola finalidad: son hechas “Para simular una fortaleza que no tiene, apenas le queda el insumo del miedo; ladrar y tirar tarascones para que no nos coman vivos, compañeros: amenazar la libertad de los periodistas, la carrera de jueces y fiscales, y la propiedad privada de algunos productores o empresarios”. Ningún periodista, de los que desempeñan esa noble función, ha visto amenazada su libertad por serlo. La carrera de los jueces y fiscales solo estuvo en peligro cuando el macrismo persiguió a quienes no se le sometieron, persecución por cierto alentada, promovida y aplaudida por don Fernández y sus colegas del grupo Saguier-Mitre. Una última diatriba del novelero, cada vez más cerca del insulto y del agravio cuando más lejos de cumplirse están sus predicciones: “La intransigencia de la dinastía, casada con un dogma que tal vez el propio Néstor consideraría un anacronismo o una imbecilidad dadas las condiciones externas e internas, convierte en muy difícil la única salida posible”. Salida que, a estar a las ideas del Fernández novelero, sería volver al país de 1862 cuando Mitre y Sarmiento encarcelaron opositores, prohibieron periódicos, asesinaron a los jefes que se les oponían y arrastraron al país a una guerra infame para satisfacer los intereses de sus amos de ultramar. Pero nosotros estamos analizando este presente, en el que Claudio Jacquelin el 26/10/2020 nos habla de “Dos ilusiones contra la crisis de confianza”. Cosa que “ocurre con algunas reuniones que Fernández multiplica con miembros del establishment empresarial, incluso (o especialmente) con aquellos que no son del agrado de la omnipresente y omnisciente Cristina Kirchner. La existencia de los encuentros se deja caer como por descuido. También aquí hay un multipropósito. Se pretende mostrar a un presidente empoderado, que hace lo necesario para salir de la crisis sin reparar en la agenda de enemistades (muchas) o amistades (pocas) de la vicepresidenta”. La a este punto aburrida reiteración de las supuestas disputas entre Alberto y Cristina. Que para el columnista son las que acarrean los problemas de un gobierno que, para Jacquelin, no logra hacer que le crean. Y eso pasa porque “La construcción de confianza también es una tarea hacia adentro. El pasado deja huellas. Los silencios, las ausencias o las relampagueantes apariciones de Cristina Kirchner y sus lenguaraces desalinean a Fernández. Pero también lo hacen funcionarios que él designó. La relación con la Justicia o las tomas de tierras lo confirman”. Y dale con lo mismo. Si Cristina habla porque habla. Y si calla porque calla. Siempre hay motivos ocultos que sólo los sagaces escribas del mitrismo alcanzan a ver. Solo que a esta altura parece que el Presidente tiene problemas no solo con su Vice sino con sus funcionarios. Porque con Cristina no basta. Bueno, pero lo verdaderamente trascendente todavía no apareció. Hagámosle lugar, entonces, para justificar también el título de estas líneas y su comienzo. Ocurre que Martín Rodríguez Yebra, el 27/10/2020, empieza a tratar lo que verdaderamente preocupa a LA NACIÓN: “Cristina Kirchner y su carta: los mensajes subterráneos que impactan en el Gobierno”. La carta. Que es nada más y nada menos que la irrupción tantas veces esperada por los escribas de don Bartolo, de Cristina en el escenario actual. Dice Rodríguez Yebra que “Desde que descubrió el poder del silencio estratégico, Cristina Kirchner suministra sus palabras en dosis tan esporádicas como espectaculares. Una carta de 18.000 caracteres, llena de mensajes subterráneos, alteró los nervios del gobierno de Alberto Fernández en su momento de mayor fragilidad en casi 11 meses de gestión”. Pobres escribas, castigados por una Cristina que no les da material concreto sino en cuentagotas. Al fin, parece que dijeron cuando apareció la carta. Que no es una misiva cualquiera. Porque “La reivindicación de su obra pasada es el hilo conductor del discurso de Cristina. No está ausente en el texto que presentó para homenajear a Néstor Kirchner, a 10 años de su muerte -y confirmar de paso que no irá a los actos oficiales de conmemoración-. No eran ‘las formas’ lo que fallaba en sus años en el poder, sino la supuesta acción de fuerzas reaccionarias contra políticas distributivas o populares que encarna el kirchnerismo. Se encargó de resaltar que ‘no pocos dirigentes peronistas’ cayeron en ese error”. Lo que Rodríguez Yebra no dice -o tal vez, no pueda decirlo en las páginas de la Tribuna de Doctrina-, es que el análisis de Cristina es certero. Mención aparte merece el tratamiento dado a la ausencia de Cristina en los actos del 27 de octubre. Parece que ninguno cayó en la cuenta de que no es fácil para nadie -y seguramente no lo es para Cristina- recordar los diez años de ausencia de quien fuera su compañero de vida, su pareja, aquel con quien construyó una familia, con quien compartió sueños y luchas. Cada quien elige cómo atravesar su duelo, y no hay obligación de hacerlo en público. Que el homenaje corra por cuenta de otros, y está bien que lo hagan. Porque hay muchos motivos para homenajear al hombre que devolvió la dignidad a los argentinos. Cosa que, por cierto, no aparece en los análisis que sobre Néstor Kirchner hacen los columnistas del pasquín sesquicentenario. Ningún reconocimiento: solo el resentimiento contra el que osó proclamarse hijo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y posibilitó el avance del Proceso de Memoria, Verdad y Justicia. Resentimiento que se extiende a su viuda. Que encima escribe cartas llenas de análisis y propuestas, que obligan a Rodríguez Yebra a decir que “quizás el punto más impactante del documento resultó su propuesta de un acuerdo ‘que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina’ para solucionar el problema de la moneda. Es decir, llama a sentarse con la lista completa de los acusados en los párrafos precedentes de la carta. Una presidenta del Senado que cierra micrófonos de los opositores, que admite haber necesitado un candidato con fama de dialoguista para recobrar competitividad electoral, que se declara víctima del establishment y que en 8 años de presidencia jamás recibió a la oposición presenta como una certeza indiscutible la necesidad de un gran pacto nacional”. Vaya con los escribas. Se la pasan gritando a voz en cuello que el gobierno no dialoga, y que no lo hace porque en realidad la reina maléfica gobierna desde las sombras. Y cuando la reina en cuestión aparece y propone el diálogo, entonces no hay que creerle y hay que volver a mentir, a difamar, a atacar, a agrandar la grieta. Sería bueno que alguna vez los columnistas de LA NACIÓN hablaran claramente. Muchachos, basta de buscar subterfugios. Díganlo sin tapujos: no creen en la democracia, detestan al peronismo y a toda forma de expresión popular, están a sueldo de los dueños de un poder que no se resigna a que le marquen sus infamias, que le condenen a los que en otros momentos les sirvieron para llevar adelante sus planes de sometimiento. Digan que sostienen un modelo basado en la injusticia y en la explotación de las mayorías por parte de las minorías del privilegio para las que ustedes trabajan. No se hagan ni los analistas serios, ni los pseudo cómicos como  Carlos M. Reymundo Roberts que el 28/10/2020 exclama “¡No se me tire al agua, Cristina!”. Vuelta al ataque chabacano que se cree simpático. Porque para el pretendido humorista “Llama la atención que la madre de este engendro, la partera de un gobierno en el que el Presidente habla y se convierte en meme, y habla la vice y provoca un terremoto, haya tardado tanto tiempo en permitirse un pequeño paréntesis en su agenda judicial”. Tanto tiempo sin hablar y ahora se le ocurre salir a desparramar verdades, parece decir. Así que a señalarle que “Más allá de los párrafos con furibundas condenas a la oposición, los empresarios y los medios, qué bueno que le haya dedicado un párrafo a alentar un acuerdo con la oposición, los empresarios y los medios. Dicho esto, y sin quitarle valor al resto de la carta, me parece que lo más novedoso es que sea usted la que propone una mesa de diálogo. Con usted va a ser difícil, pero sin usted no hay mesa ni diálogo que puedan prosperar”. Y una vez más la verdad se les cuela, por esas cuestiones del subconsciente traidor. Porque es cierto que la centralidad de Cristina, y lo que ella representa en la escena política, es tanta, que es imposible pensar en cualquier solución que no parta de su presencia. Aunque les duela a los escritores y lectores de LA NACIÓN, para los que “El gusto que queda en la boca de quienes leen su mensaje es que intenta despegarse de Alberto, tomar distancia, ponerse a resguardo de lo que se viene. No es bueno eso. Con respeto y cariño se lo digo: si el barco zozobra, que la capitana no se tire al agua”. Por si caso, insisten. Hay que pelear a Alberto con Cristina. La cuestión de la pelea atraviesa estos días a los columnistas, por eso Pablo Mendelevich el 28/10/2020 se refiere al “Caso Etchevehere: cuando los hermanos pelean”. El notorio esfuerzo que los medios hegemónicos dedicaron a transformar a la disputa entre los Etchevehere, que claramente muestra los disensos entre las familias del poder cuando de repartir herencias se trata, y que es una cuestión sucesoria similar a tantas otras que atraviesan a la oligarquía vernácula cuando se muere algún padre de familia, en un drama nacional. Y aunque no se trate de una cuestión que forme parte necesaria de la agenda presidencial, Mendelevich introduce como uno de los actores principales a Alberto, y dice que “El Gobierno explica la usurpación del campo de los Etchevehere como ‘una pelea entre hermanos’, justo cuando irrumpe otro enfrentamiento fraterno, el de Mariano Macri con Mauricio Macri, a propósito del libro ‘Hermanos’, de Santiago O’Donnell”. Cualquier cosa sirve para atacar al gobierno populista. Hasta las peleas fraternas. Mendelevich sigue atacando: “Fernández sostiene que la creencia de que está en juego la propiedad privada, allí, en el campo tomado bajo la batuta de su aliado Juan Grabois y al que ingresan funcionarios nacionales en un contexto de crecientes tomas de tierras, es ‘una estupidez profunda’. Por lo menos hay coincidencia en cuanto a que el tema es profundo”. En mi anterior nota me referí a la estupidez. Que sigue estando presente. Y lo digo otra vez: la torpeza impide comprender las cosas. O lo que es peor, ciega todo análisis que no sea el que de antemano se ha propuesto como línea editorial: todo es, de alguna forma, culpa del peronismo, el populismo, la izquierda. Sea por acción, por omisión, por decir algo o por no decirlo. Porque “La idea de que las peleas entre hermanos están atadas a la riqueza ya destila un determinado enfoque, cuanto menos desatento con el primer homicidio del que hay noticias, el de Abel a manos de Caín, donde está acreditado que el móvil no fue la herencia de sus célebres padres. Quizás en los casos resonantes el origen del conflicto no es tan determinante como la utilización que puede hacerse de ellos”. Hasta es preciso volver a la Biblia. A los orígenes. Habría que preguntarse si para LA NACIÓN Caín era un precursor del populismo.  Pero sigamos con Mendelevich que no es ningún escritor bíblico: “Sería atendible la sentencia de la estupidez profunda del presidente Fernández en un país ordenado, con un rumbo, si hubiera un escándalo mediático en torno a la ocupación súbita de un campo por parte de una supuesta copropietaria que se dice despechada por su familia. Eso no indicaría una amenaza de propagación. Pero en el país de Vicentin y en medio de una multiplicación de tomas de tierras con diversidad de protagonistas y argumentos, lo que el episodio de Entre Ríos menos parece es un suceso extravagante de una familia rica donde el gobierno no tiene interés alguno. En la ambigüedad deliberada de la reacción del oficialismo respecto no solo de la propiedad privada sino también del imperio de la ley y del valor de la palabra judicial se reconocen fácilmente las huellas kirchneristas”. Y ahí estamos. No es que Vicentin haya estafado a medio mundo, a punto tal que en los bancos de los Estados Unidos se cuestionan sus métodos y se preguntan a dónde fue el dinero distraído de sus finalidades verdaderas. No. Es que de por medio está el tema de la sagrada propiedad privada (no importa cómo fue adquirida ni cómo se pretende mantenerla ni a costa de qué) sino que lo que importa es reconocer las huellas kirchneristas, incluso donde no aparecen. Porque esas huellas llevan a que Joaquín Morales Solá nos hable el 28/10/2020, de “El riesgo del enfrentamiento social”. Aquí reaparece la carta. Analizada en clave de LA NACIÓN, lo que significa que “Alberto Fernández eligió leer las partes de la carta de Cristina Kirchner en las que lo defiende de las supuestas agresiones de empresarios y medios periodísticos. Es su derecho. Pero la política no es tan lineal ni ingenua. El Presidente debería detenerse en los párrafos en los que la vicepresidenta toma distancia de su gobierno, que parece ser el sentido último de su declaración pública”. O sea. Alberto tiene que pelearse con Cristina. Tiene que hacer real lo que los columnistas de don Bartolo vienen anunciando desde el mismo momento en que se proclamó la fórmula del Frente de Todos, y que hasta ahora no han logrado que suceda. Cosa que los molesta y los perturba, y los lleva a señalar que  “El aspecto más sorpresivo de la carta de Cristina es el que propone un amplio acuerdo para enfrentar la crisis económica. No le gusta la economía bimonetaria, que realmente existe por imposición de la sociedad, como si fuera un problema que se resuelve solo con voluntad política. La propuesta incluye la convocatoria a la participación de los sectores de la vida nacional contra los que ella despotrica en esa misma carta. Esto es: los empresarios, los medios periodísticos y la oposición”. Ya lo dije antes. Cómo se le ocurre a Cristina hacer lo que se le viene reclamando al gobierno, esto es llamar al diálogo. Qué mujer esta, siempre haciendo lo contrario de lo que esperamos, parece ser lo que dice Morales. Porque el llamado al diálogo, en los términos de LA NACIÓN, no significa sentarse a discutir soluciones para los problemas reales que aquejan a la Argentina. No, eso no puede ser porque “¿Cómo hacer un acuerdo con un sector político que no cree en la participación de los empresarios en el progreso nacional? ¿Cómo hacerlo con gobernantes que hasta descreen de la propiedad privada, resguardada por la Constitución, con funcionarios que alientan la toma de tierras y de campos? Los grandes acuerdos que se dieron en otros países, y que fueron piedras fundamentales de cambios y superación, los protagonizaron personas de extracciones políticas muy distintas, pero seguras y coincidentes de hacia dónde iban”. El acuerdo que Morales quisiera es la rendición del gobierno y la continuidad de las políticas que el macrismo llevó a cabo entre 2015 y 2019 y que nos condujeron al desastre. Pero para Morales ese no es el problema. El problema es que la propiedad privada (de los dueños del poder) está siendo puesta en cuestión. Y que “El Gobierno, tan lleno de escribidores de cartas y de gente propensa a hablar de lo humano y lo divino, calla. En un país sumergido en una crisis económica y social demasiado profunda, atizar el enfrentamiento entre sectores sociales es el peor de los remedios”. Lo que pasa, don Joaquín, es que ese es justamente el remedio que propone La Nación, aunque reconozcamos que no es una cosa de ahora sino de siempre, una línea mantenida a lo largo de sus ciento cincuenta años. Línea que continúa presente en los análisis de Carlos Pagni, que el  29/10/2020 se dedica a “La carta documento de Cristina Kirchner a Alberto Fernández”. La carta ya es más que una simple carta. Es una intimación documentada. Que se da en un contexto en el que, para Pagni, “Los socios de la alianza a la que Fernández dice homenajear con su gestión compiten por diferenciarse del fracaso. Sobre todo, los que tienen votos que cuidar. El adelantado, como siempre, fue Sergio Massa. El lunes la corrida se agravó. Se distanció la vicepresidenta. Fernández, que para el aniversario de Néstor Kirchner esperaba una carta de amor, recibió una carta documento”. Intimación que, según el columnista, “cobija tres mensajes centrales. El primero se podría sintetizar así: ‘Yo no soy el obstáculo. Fui la posibilidad’”. Cosa que, al menos desde las palabras de Alberto Fernández, nunca se ha puesto en cuestión. Varias veces lo dijo: sin Cristina nada es posible. Pero sigamos leyendo a Pagni.  “El segundo planteo es muy sintético: ‘El que gobierna es él’. Podría haberlo aclarado cuando Fernández volaba en las encuestas. Sin embargo, llegó en el momento ‘menos’ oportuno. Cuando el Presidente encamina al país hacia el centro de una gran tormenta”. La Tribuna de Doctrina viene cuestionando el supuesto doble comando del gobierno incluso desde antes de que Alberto asumiera la presidencia. Y reclamó más de una vez que la cuestión de quién es el que manda en realidad se aclarara. Pero es que los reclamos no se hacen para que se les haga caso, solo es motivo de alimentar el caos y generar climas desestabilizantes. Qué gracia tiene que se aclare que el Presidente es uno solo y es el que manda. Así no hay nada que cuestionar. Así que vayamos al tercer mensaje, que “es el más novedoso: el problema del dólar es histórico y no tiene solución sin un acuerdo entre todos los sectores de la vida nacional”. Cuestión sobre la cual ya nos explayamos. Pagni añade una vuelta de tuerca sobre la cuestión del acuerdo propuesto. Para él, “Cristina Kirchner no está sugiriendo un programa. Está deponiendo una supuesta dificultad. Su liderazgo, como todo liderazgo populista, se basa en el conflicto. El modo en que ella delimita a su propio grupo es la confrontación. El kirchnerismo es mucho más impreciso en definir aquello a lo que adhiere que aquello contra lo cual pelea. Lo que la vicepresidenta expresa es que ella aceptaría suspender esas rivalidades para que Fernández pueda superar los desafíos de una economía bimonetaria. La pretensión es siempre la misma: que si el barco se estrella contra el iceberg, no se le reproche a ella haber impedido girar a tiempo”. O sea, no es que lo que dice Cristina de acordar signifique eso, sino que lo que quiere decir es otra cosa. Que como el acuerdo no es posible no es culpa de ella. Hay que buscar explicaciones cada vez más rebuscadas, cuando resulta que lo que se les exigía antes ahora se les dio por aceptarlo. Entonces la tesis de Pagni, para explicar que lo que dice la carta no es lo que está escrito en sus líneas, es que “La misiva de Cristina Kirchner pretende desbaratar lo que ella considera la narrativa de Olivos. Si el Gobierno se movía con mucha prudencia porque debía vencer las resistencias que ella interponía, ahora levantó cualquier barrera. ‘Que el Presidente haga lo que quiera. Incluso un acuerdo de política económica con aquellos que son mis enemigos’. Se trata de dejar solo a Fernández”. Complicada explicación. Llamemos al acuerdo para estar en desacuerdo. Acompañemos para dejar en soledad. Expliquemos que lo que se dice significa lo contrario. Y para terminar remarquemos lo que venimos diciendo desde siempre, parece concluir Pagni: “Este paisaje demuestra que el acuerdo que propone Cristina Kirchner tiene un carácter hipotético. Ella está también ante un dilema de casi imposible solución. La receta que le permitió ganar las elecciones garantiza la frustración de la gestión. Programó a un presidente débil. Alguien tan dócil que aceptó ser postulado por un tuit. Ahora se sorprende de que ese colaborador no realice un buen gobierno. Lo acusa de un pecado muy sofisticado: hacerse el títere. Su drama es haber violado una regla espacial de la política que suele formular Julio María Sanguinetti: el poder siempre está arriba; en casos excepcionales, puede estar afuera; nunca puede estar abajo”. Para LA NACIÓN puede que esta definición del conservador uruguayo sea aceptable. Pero sucede que el peronismo, como todo movimiento que se pretende nacional y popular, aspira a una construcción democrática del poder. Y en la democracia el poder nace de lo que para LA NACIÓN está abajo. Nace del pueblo, se ejerce por el pueblo y es para el pueblo. Que no se le olvide a nadie. 

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