En 1962, sobre música del inmortal Aníbal Troilo, uno de los grandes poetas del tango, Cátulo Castillo, escribió una letra de esas que trascienden a su época y se convierten en clásicos, y la llamó Desencuentro. Los versos comenzaban describiendo el sentir de muchos, en aquellos tiempos de proscripciones y golpes: Estás desorientado y no sabés qué trole hay que tomar para seguir… Cuestiones que hoy podríamos aplicar para otros fines, menos poéticos que los de los autores pero que son una muestra acabada de lo perdidos que andan los que día a día esperan que Alberto se pelee con Cristina, esta con Massa, Massa con Máximo y así sucesivamente, y que el Frente de Todos se despedace y esto permita el retorno del proyecto neoliberal de entrega. Así que las columnas de LA NACIÓN siguen repitiendo sus consignas pero con menos fuerza y convicción, solo motivadas por algunas cosas básicas como ser el odio al peronismo, odio que nació en el ’45 y se alimenta cotidianamente y lleva a que Graciela Guadalupe, en su veta supuestamente sardónica, el 07/11/2020 titule su articulito “Yo, Peronista”, burlándose de una frase atribuida a Diego Armando Maradona, y entonces diga que a los peronistas “No les pasa nada, así sea que gobiernen por decreto, que paguen más de lo que debemos a los acreedores internacionales y menos de lo que merecen a los profesionales que se cargaron al hombro la pandemia. Así sea que inventen una nueva fórmula para seguir atrasando las jubilaciones o que decreten un cepazo o que se aumente la presión fiscal para satisfacer el hambre del Estado voraz o se alteren los contratos, se regule el home office para neutralizarlo, se bombardee la economía del conocimiento, se expropien tierras con el aval de funcionarios o les serruchen el piso a los jueces para que no los puedan juzgar”. Vamos por parte. ¿Gobiernen por decreto? En serio, Guadalupe, los que (des)gobernaron por decreto fueron tus amigos, que no son precisamente peronistas. ¿Qué paguen más de lo que debemos a los acreedores internacionales? Nos está tomando el pelo. Después de todos los endeudamientos catastróficos que los gobiernos neoliberales han llevado a cabo, culpar de la deuda externa al peronismo es un absurdo que no merece respuesta. Atrasar las jubilaciones, etc. etc. etc… La manía de culpar a otros por los pecados propios. Manía que precisa cultores de rostro con la consistencia del más pétreo granito. Y manía que alimenta también al novelero Jorge Fernández Díaz, que el 08/11/2020 se asusta al creer que “Asoma una peligrosa setentización”. Lo primero que habría que aclararle es que los ’70 fueron, en todo el continente, años que mostraron el contraste entre una generación que creyó posible cambiar el orden injusto de las cosas y comprometió sus mejores esfuerzos y hasta su vida en ese empeño, contrapuesto al plan criminal urdido por los Estados Unidos y coordinado por las dictaduras asesinas que violaron masiva y sistemáticamente los derechos humanos  de esa generosa militancia y de todos cuantos se opusieron al vuelo siniestro de un cóndor que no era tal, sino el águila rapaz del imperialismo y sus lacayos. Claro que alguien como Jorge Fernández Díaz debe temer que ese afán de justicia social, independencia económica y soberanía política renazca en los pueblos de la Patria Grande, mucho más cuando Bolivia marca el camino de la recuperación democrática. La pobre novela del escriba mitrista arranca por el desalojo de Guernica, aunque debe reconocer que “el procedimiento fue cuidadoso y correcto, y la mayoría de los ocupas se retiró del predio sin incidentes ni violencia”. Pero la sinceridad le dura poco y enseguida le habla a sus seguidores, arengándolos porque “Sabemos muy bien que existe desde hace quince años una glorificación de aquella ‘juventud maravillosa’ que practicó el crimen político y que jamás les pidió perdón a sus víctimas: no concordamos con la armas, pero sí con los ideales, y somos herederos de ellos, transmite esta nueva pedagogía que institucionalizó el Estado kirchnerista, consolidaron los medios públicos (donde los exguerrilleros son tratados como héroes) y adoptó el mundo de la enseñanza, donde se los presenta como luchadores por la democracia, cuando en realidad querían instalar a sangre y fuego una dictadura popular“. La juventud maravillosa -que sí lo fue, mal que le pese al novelero-, no prácticó el crimen político. Si abrazó el camino de la lucha fue porque todos los otros le habían sido arrebatados por quienes impusieron a sangre y fuego el secuestro y la tortura como métodos, el asesinato y la desaparición como mecanismos macabros y reiterados. Fernández (y todos los columnistas de LA NACIÓN) son quienes deberían pedir perdón por haber apoyado a esas dictaduras sangrientas. No sólo no lo hacen, sino que continúan reivindicándolas. Son igual de  culpables por haber violentado la voluntad popular y pervertido el orden institucional democrático. Falsea las cosas Fernández Díaz cuando dice que “Se trata, no obstante, del último tramo de una narrativa en cadena, que comenzó en los 50 de la mano de Cooke, quien pretendía unir ideológicamente a Perón con Fidel. Otros grandes escritores marxistas (Hernández Arregui, Puiggrós) se le unieron en esa reescritura fantástica del peronismo: lo convirtieron en ‘socialismo nacional’, transformaron al General en un comunista agazapado y a Evita en una feminista y en una revolucionaria”. No, Fernández. No es el último tramo sino que es la misma pasión por la libertad que alienta en nuestros pueblos desde las gestas de Artigas, Bolívar, San Martín, Martí y otros patriotas que vieron continuadas sus luchas en las de esa generación que el novelero detesta. Incapaz de escribir una obra que alcance tanto vuelo, prefiere el vituperio mediocre y supone que “Este gran relato hegemónico se nutre del eficaz argumentario de Jauretche, del revisionismo histórico redivivo y de diversas voces culposas del progresismo gourmet. Se trata de una narrativa aluvional y despareja, donde conviven caudillos federales con pobristas vaticanos y marxistas leninistas”. Su paupérrima pluma solo le permite el insulto apenas disimulado y el despecho que lo lleva a afirmar que “Esa pléyade de paladines de la nacionalidad no solo ha deformado la historia y ha resucitado credos autoritarios, sino que también ha creado una visión endogámica y añeja de la economía y del mundo, e instalado un sentido común en sectores ajenos al peronismo y a la izquierda”. No, la historia deformada es la que escribieron los opresores y los vendepatria, de Bartolomé Mitre en adelante. La que desde hace ciento cincuenta años reflejan las páginas de la Tribuna de Doctrina. Ahora, si la semana anterior el circo derechista se ofuscaba con la Corte Suprema y sus resoluciones que no resuelven nada, al no haber estallado la tormenta tribunalicia tantas veces pronosticada los tinterillos de los Mitre-Saguier no saben para dónde hay que rumbear. No hay trole que les venga bien, podría decirse. Entonces recurren a los tópicos tantas veces gastados: el peronismo, los setenta, y claro, otra vez la cuestión judicial. Que le permite a Joaquín Morales Solá proclamar el 08/11/2020 que vivimos en “La Argentina, un país sin jueces”. Tan desorientado está el que fue cronista de los genocidas en Tucumán que no puede evitar contradecir su propio título, y entonces dice que “La reacción de la mayoría de los jueces contra la resolución de la Corte ha sido pésima. Todos se sienten inseguros, en situación condicional. Muy pocos saben qué será de su destino como administradores de Justicia. ¿Seguirán administrando justicia? ¿O serán recusados por algunas de las varias razones que dejó flotando el fallo de la Corte? Algo peor se instaló. Los argentinos han perdido una noción elemental de seguridad jurídica. La inamovilidad de los jueces fue escrita en la Constitución para garantizar la independencia de los magistrados. Una nación con jueces sin independencia es lo mismo que un país sin jueces”. En qué quedamos, ¿hay o no hay jueces? Porque lo que es claro es que los que se sienten en peligro son los que nunca administraron justicia, sino que fueron funcionales a los mandatos de los poderosos. Por si queda algún lugar para la duda, lo disipa el propio Morales cuando cuenta que “La certeza de la inseguridad fue exteriorizada ayer en un documento firmado por once sociedades rurales del país. ‘La Justicia ha claudicado ante el poder político’, dijeron”.Las sociedades rurales tienen su lugar en la historia más negra de este país. Fueron los que financiaron la masacre de los pueblos originarios comandada por Roca y sus generales genocidas. Los que aplaudieron los derrocamientos de Yrigoren y Perón y los que apadrinaron las dictaduras de los ’60 y los ’70. Los que llevaron al ingeniero sin ingenio y su banda de depredadores al poder. La Justicia, así, con mayúsculas, es un valor que significa mucho más que un fallo judicial. En todo caso, los jueces que se aliaron con espías, policías y mercenarios de los medios para perseguir y encarcelar opositores políticos jamás hicieron justicia. Por las dudas, Morales se mete en las internas de la derecha y nos cuenta que “Carrió dulcificó su alusión a Macri. Yo quise decir que ‘ya fue presidente’, no que ‘ya fue’, relativizó su anterior referencia peyorativa al expresidente. Macri cree que lo subestiman (‘otra vez’, dice) cuando lo imaginan pensando ahora en 2023 en medio de semejante crisis económica y social”. No debería preocuparse. Nadie lo imagina capaz de pensar. Aunque como si viniera de otro planeta diga que “Si nos convocaran, lo que no ha sucedido hasta ahora, el primer acuerdo deberá ser sobre el respeto a la Constitución y sus instituciones o no habrá acuerdo“. La Constitución que ni conoce ni acató en su vida y las instituciones que pisoteó y destruyó. La deriva desorientada sigue y recurre a alguien traicionado por su apellido. Porque Loris Zanatta escribe el 08/11/2020 que “La Argentina no es Venezuela, pero lo intenta y va por buen camino”. La sanata de Zanatta tiene siempre el mismo sonsonete desafinado, que lo lleva a sostener que las consignas de los gobiernos populares en Nuestra América combinan “Pobrismo e ilegalidad, autoritarismo y paternalismo, estatismo y anticapitalismo, campaña contra ciudad, pueblo contra oligarquía, solidaridad contra propiedad: un déjà-vu, un disco rayado”. Para el sanatero Zanatta,  “La Argentina no es Venezuela, es cierto. Pero lo intenta, y va por buen camino”. Acaso será que la Argentina, Venezuela y los países de la región están recuperando el buen camino. Tal vez por eso tanta desorientación que lleva a que Gustavo Menna, el 09/11/2020, sostenga lo contrario de lo que dicen los otros columnistas y diga que el de la Corte fue “Un fallo con un precio altísimo para el gobierno y casi ninguna ganancia”. ¿Cómo, no era que la Corte se había rendido ante Cristina y había dictado un fallo a su medida? ¿Y entonces, cómo puede el diputado invitado a escribir para LA NACIÓN manifestar que “Para el Gobierno, el saldo final de la aventura que comenzó con la resolución gestada en el Consejo de la Magistratura es casi totalmente negativo”? Ojo, que pocas líneas más adelante el nuevo columnista explica su postura, y dice que el gobierno “Logró transformar en provisionales los traslados de los jueces que se había trazado como objetivos a remover. Es cierto. Pero por esa misma razón en la práctica no logró desplazar a nadie ya que de acuerdo a los términos del fallo, eso solo podrá materializarse cuando se designe a un juez luego de un nuevo concurso específico para cada uno de esos cargos, elaboración de una terna, remisión del pliego al Senado, acuerdo senatorial y decreto de designación”. Caramba. El legislador descubrió que hay un procedimiento constitucional para designar jueces. Con tamaño descubrimiento se pone un paso más delante de sus ocasionales compañeros de publicación. Igual, los escribas habituales se exprimen los sesos para encontrar nuevas maneras de decir lo que siempre dijeron, y Luciano Román el 09/11/2020 nos habla de “La Argentina de la Universidad obsoleta y el desempleo calificado”. Lo que parece preocuparlo es que en nuestro país cada vez hay más graduados, lo que viene ocurriendo desde hace un tiempo. Para el escriba, “Hay un problema estructural que lleva décadas en la Argentina: el sistema universitario ‘produce’ por año más graduados de los que llega a absorber el mercado laboral. Es un fenómeno que se agrava con otro: las universidades forman más abogados y psicólogos que ingenieros y diseñadores de software, pero el país necesita más ingenieros e informáticos que abogados y psicólogos. Así, las universidades proveen más frustración que oportunidades”. Uno podría prestar cierta atención y ver qué tipo de propuestas se le ocurren a Román para solucionar el problema. Pero si lee toda la nota no las va a encontrar. Para el columnista, “El ‘desempleo calificado’ no es ni más ni menos grave que el desempleo a secas. Pero expresa la profundidad y la magnitud de la crisis que agobia a la Argentina. Es el disparador, además, de una distorsión en el mercado laboral. Cuando el arquitecto maneja un taxi y el abogado busca empleo como administrativo, se achata la pirámide de oportunidades: el que solo tiene título secundario se cae a un escalón inferior y así se profundiza el deterioro del tejido laboral”. Palabras escritas en un medio que alaba la meritocracia y que descree de la gratuidad de la enseñanza. No lo olvidemos. Porque al final, parece que la solución (no enunciada de modo claro) es que haya menos universitarios, o menos universidades, o aunque sea menos carreras, de manera que haya menos graduados. Que los que manejen taxis pierdan toda esperanza de cursar algún estudio superior y obtener un título, para Román eso achata la pirámide de oportunidades. Confórmense con saber manejar un automóvil, para qué más conocimientos. Y que el gobierno de modo urgente solo deje cursar carreras de ingeniería y de informática. No se precisa nada más. Mientras tanto, Daniel Bilotta el 09/11/2020 cree haber desentrañado la estrategia oculta del Presidente, y por eso escribe: “Fundar el albertismo sin que se note, la meta de Fernández”. Pobre Alberto, no habría logrado su objetivo porque si Bilotta se dio cuenta es fácil suponer que todo el mundo lo sabe. Lo cierto es que no hay que creer que la nota es una muestra de la sagacidad de los columnistas de la Tribuna de Doctrina. Dice Bilotta que los presuntos conflictos internos del gobierno son “una muestra de la dificultad de Fernández para alcanzar acuerdos por su falta de influencia fuera del Poder Ejecutivo. ¿Podría cubrir esa carencia con el cambio de gabinete previsto para diciembre? Esa incógnita alimenta el instinto conservador de los caudillos provinciales, reticentes a participar de un proceso donde ya está confirmado que el peronismo bonaerense sucederá a María Eugenia Bielsa en el Ministerio de Vivienda. Fernando Gray es quien tiene más posibilidades de coronar el plan convenido por Alberto Fernández con Juan Zabaleta y Alberto Descalzo el 29 de octubre”. Pobre escriba, debería haber esperado unas horitas para presentar su columna. En la que, sin decir cómo se enteró de tamaña cosa que ocurrirá en nuestro futuro cercano, nos cuenta que “los jefes comunales intentarán capturar votos para el Frente de Todos desde esa cartera con la consigna de solucionar el déficit habitacional, pero destinados a cubrir un flanco débil del Presidente. Su falta de inserción territorial en el conurbano. Gray cumple con los requisitos para ser ministro en estas circunstancias. El más importante es que podría resolver sin traumas la sucesión en el municipio de Esteban Echeverría”. Todo muy bien, salvo que en lugar de Gray el elegido por Alberto para suceder a Bielsa no es nada menos que Jorge Ferraresi, el intendente de Avellaneda que LA NACIÓN suele calificar como ultracristinista. Otro avance de la reina malvada! Quizás Cristina leyó la columna de Bilotta y se decidió a frustrar una vez más los deseos de Alberto. Muchachos, ahí tienen tema para entretenerse. Ahora sigamos el tortuoso derrotero de los columnistas, del peronismo a los setenta pasando por la Corte, casi llegando a Caracas, con una parada en las universidades y cruzando el conurbano. Si fueran maniobras del Frente de Todos para enloquecer a los seguidores de don Bartolo, estarían dando resultado. Ahí aparece Joaquín de la Torre, el 10/11/2020, pidiendo “No nos subestimen con el proyecto del aborto”. Otro saltarín que aterrizó nada menos que en el gabinete de María Eugenia Vidal, cuya gestión se esmeró en no construir hospitales ni escuelas -para qué-, ni siquiera en terminar obras que ya estaban casi terminadas, tal vez porque estaban pensadas para la gente común. Para los más necesitados, los pobres que, como nos explicó el Hada Buena del macrismo nunca llegarán a las universidades. De la Torre es coherente con todo eso. Arremete contra el tantas veces anunciado proyecto para legalizar la interrupción voluntaria del embarazo y vocifera: “En vez de buscar solucionar los problemas reales que hoy padecemos, pretenden distraernos con nuevas discusiones. Con esta actitud ponen de manifiesto su mediocridad, su falta de compromiso y se confirma que aquello de ‘unir a los argentinos’ era solamente un eslogan de campaña”. Claro que no se está refiriendo al gobierno del que formó parte, al que le calzan perfectamente sus definiciones. No, si la salud pública nunca fue un motivo de interés para la gestión en la que se desempeñó, cómo pensar que la solución al drama de los abortos clandestinos pueda preocuparlo. Por el contrario, insiste: “No nos subestimen. No nos van a poder dividir. Habrá alguno que, encandilado por el canto ideológico de las sirenas, se preste al juego de intentar tapar el sol con las manos y termine siendo funcional a los intereses del oficialismo. Será cómplice de darle al gobierno el único ‘logro’ en una gestión plagada de desaciertos. Es inevitable que eso ocurra, pero esta vez lo grotesco de la maniobra, hará -espero- que sean pocos los que así procedan”. Tendría que enterarse que no es tan importante como para que alguien pretenda subestimarlo. Basta con observar su desempeño como Ministro de Gobierno entre 2015 y 2019 y los resultados de su gestión para poderlo calificar adecuadamente y no prestarle más atención. Sigamos. Como el fundador del diario se preocupaba por hacerse una fama como historiador, pero también tenía veleidades de poeta, Alejandro Poli Gonzalvo el 11/11/2020 canta la “Apología de Buenos Aires”. Retomando las viejas posturas de los hombres de las luces que nutrieron el unitarismo porteño y buscaron sostener la hegemonía de la ciudad-puerto a costa de empobrecer al resto del país, nos trata de convencer que “La educación es una misión fundacional de Buenos Aires. Contra la opinión que dibuja a Buenos Aires como una factoría sin alma, puro afán de lucro y especulación crematística, la cultura y la educación son los valores eminentes de la sociabilidad porteña. Los porteños de todas las épocas han apostado sin vacilaciones a la gesta educativa como medio transformador de su vida colectiva. Buenos Aires es sinónimo de cultura, de la defensa insobornable de la libre expresión, de la pasión por aprender y de una férrea voluntad obsesionada por instruir a sus conciudadanos. No se termina de valorar que comparte con Nueva York y Londres el podio de las capitales culturales del mundo entero. ¿En cuántas áreas de la vida de las naciones ocupamos ese lugar privilegiado?”. Habrá que ver qué es lo que entiende por cultura el columnista. Que parece ser nada más que una versión remozada de la visión elitista, clasista, discriminadora que caracterizó a los cenáculos porteños. Que no se caracterizaron por la defensa insobornable de la libre expresión. Recordemos que don Bartolo en su presidencia encarceló opositores, persiguió periodistas, clausuró medios, entre otras de sus hazañas civilizadoras. La apología sigue: “Los porteños han sido a lo largo de su ejemplar historia el blanco perfecto de todos aquellos que no pudieron igualar sus logros, sufrieron su poder político y envidiaron su vigorosa irradiación cultural, de netas raíces occidentales. El ataque sistemático a los valores humanistas de los porteños siempre ha nacido de populismos demagógicos, favorecidos por el retroceso de la educación. Que quede claro: no habrá decadencia definitiva en la Argentina mientras Buenos Aires permanezca fiel a su espíritu de libertad y progreso”. Historia ejemplar, la de la ciudad que generó recursos a partir del contrabando y el tráfico de esclavos. Que los argentinos sufrieron el poder político de Buenos Aires es cierto, como también lo es que su irradiación cultural lo que pretendió es anular todo vestigio de las culturas de los pueblos originarios, de los afrodescendientes primero esclavizados y luego borrados de la historia, de los sectores populares, de las provincias a las que Buenos Aires trató siempre como inferiores. En eso es claro que los porteños fueron fieles a sus raíces occidentales, las de quienes conquistaron a sangre y fuego al continente americano. Valores humanistas nunca tuvieron, y su espíritu si alentó alguna idea de libertad y progreso la pensó sólo para sus círculos privilegiados, más dispuestos a servir a sus patrones de occidente que a pensar en una patria para todos. Carlos Pagni el 12/11/2020 nos cuenta “Quiénes ganan con las ojeras de Alberto Fernández”. Pagni retoma la cuestión de las diferencias internas en el Frente de Todos, un clásico de LA NACIÓN desde el mismo momento en que la alianza de los distintos sectores peronistas tomó forma. La supervivencia del Frente es el peor fantasma para los escribas del mitrismo, empeñados en ver peleas en cada cosa y en crearlas si no las hay. Por eso el columnista sostiene que “La unidad de la coalición pasó a ser un objetivo que organiza todo lo demás. Para garantizarla se utilizan diversos ligamentos. Uno es el eclecticismo exasperante de Alberto Fernández, que administra dando a cada socio algo de razón. Otro lazo es la fragmentación del gabinete, donde en cada ministerio conviven integrantes de distintas familias, hasta convertir cada política en una torre de Babel”. Más sagaz que muchos de sus compañeros de pasquín, Pagni alimenta la pelea aunque parezca decir lo contrario. En una sola frase nos dice que la unidad no está garantizada (por eso es unobjetivo), que Alberto le dice a cada uno lo que quiere oir (el eclecticismo exasperante), que el gabinete está partido (fragmentado), que las acciones del gobierno no las entiende nadie (una torre de Babel). Y pasa después a ocuparse de Cristina, cuándo no, y su empeño en moldear a placer la administración de justicia, aunque esto la lleve a confrontar con sus socios. Dice Pagni: “El motivo más delicado es la designación del procurador. Es decir, el jefe de los fiscales que deben acusarla o absolverla. El funcionario que puede sugerir a la Corte que la condene o la perdone. El conflicto no se limita a la identidad del candidato: Daniel Rafecas. La clave es el método de designación. Ese actor estratégico, ¿debe ser nombrado por el oficialismo o tendría que ser la expresión de un acuerdo con la oposición? Desde el punto de vista de la señora de Kirchner: ¿Juntos por el Cambio, que incluye a Macri, debe incidir en la selección de quien debe acusarla o perdonarla? Otro enfoque: ¿Alberto Fernández tiene derecho al éxito que significaría un entendimiento con la oposición en materia institucional? Sería importantísimo para la constitución de un liderazgo de Fernández”. Cosas que esconden medias verdades, lo que equivale a mentiras completas. Porque el Procurador General sólo intervendría en las causas contra Cristina si las mismas llegaran, por vía de algún recurso extraordinario, a la jurisdicción de la Corte Suprema. No le compete acusarla o perdonarla, sino en todo caso dictaminar si en los casos en los que se la involucró se resolvió conforme a derecho o no. El problema radica en que la ley del Ministerio Público estableció que para la designación del Procurador General hace falta el acuerdo dado por los dos tercios del Senado. Hasta ahora, ningún gobierno logró reunir tal mayoría, y por eso desde mucho antes de que asumiera Alberto Fernández y propusiera a Daniel Rafecas se viene discutiendo si no sería mejor una mayoría simple, que permitiera terminar con la vacancia del cargo, que se viene sosteniendo desde que el macrismo, persecución mediante, obligó a renunciar a Alejandra Gils Carbó. También se discute la duración del mandato, y los proyectos que actualmente se tratan en la Cámara Alta son de legisladores de la actual oposición. Y es una cosa a discutir si un entendimiento con esta oposición debe ser leído como un éxito del Presidente. Mientras tanto, Pagni nos dice que “Massa libra su batalla. La vicepresidenta también. ¿Fernández tiene algo por lo cual pelear? Es la duda que abruma a cientos de caudillejos del conurbano bonaerense. Los intendentes están amenazados por la limitación a la reelección a dos períodos consecutivos. Sobre esa restricción avanza Máximo Kirchner con La Cámpora. Los intendentes del PJ esperan que el Presidente los proteja. Pero él se resiste a liderar una corriente. Por eso lloriquean sus amigos: Mientras Massa saca plata para su campaña y La Cámpora, desde el PAMI y la Anses, arma el conurbano, Alberto pone las ojeras“. Todos los actores en la coctelera: Massa, Cristina, Alberto, los intendentes del conurbano bonaerense, Máximo, La Cámpora. Lo malo para los tinterillos del mitrismo es que sus afanes parecen no dar resultado. Al revés, cuando logran que se produzca un cambio en el gabinete, el nuevo integrante designado por Alberto es para LA NACIÓN, desde hace rato, un hombre de Cristina. Un kirchnerista. Como para que los escribas se sientan tentados a entonar el tango clásico:  “Amargo desencuentro, porque ves que es al revés… Creiste en la honradez y en la moral… ¡qué estupidez! Por eso en tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir”.

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