No hay otro tema que no sea el que llena de tristeza millones de corazones en el mundo entero. En estos tiempos vacíos de fe, donde pululan las creencias huecas y los falsos profetas alzan sus voces clamando el fin del mundo y catástrofes similares, había una sola deidad profana a la que todos se rendían. Una suerte de dios sucio, el más humano de los dioses, al decir de Eduardo Galeano. El único capaz de convocar a fieles de todas las latitudes y a encender hasta los corazones de los más críticos. Sabrán perdonarme, pero hace muchos años que me rendí a su culto. Que empezó a difundirse entre la gente y logró que el pequeño club en donde jugó su primer partido en la primera división, ese club de barrio fundado en 1904 por obreros anarquistas se hiciera conocido al punto tal que fanáticos de todas las divisas esperaban que la televisión se dignara a transmitir alguno de sus partidos y así poder comprobar que el rumor era cierto: había quien llenaba de magia las canchas de futbol. Eran los días negros de la dictadura genocida. Quizás esa manera única de amar a la pelota que tenía el chiquilín de barrio pobre que soñaba con la selección eran de las pocas alegrías que el pueblo podía disfrutar. Se perdió por demasiado joven el mundial 78; acaso estaba escrito que no recibiera la copa de mano de los asesinos. Al año siguiente hizo madrugar a todo el país, pendiente de los partidos que se jugaban allá lejos, en el Japón milenario. Fue la primera consagración, casi como contrapunto al dolor que causaban tantas muertes. También fue la primera vez que el poder lo quiso usar como excusa, y contraponer el campeonato ganado a las denuncias que los familiares de las víctimas hacían a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que venía a comprobar que el horror era la regla con la que los poderosos querían disciplinar al pueblo. Ajeno a esos manejos, el mago seguía creciendo. La primera vez que lo ví en directo fue en el estadio de Vélez Sársfield, donde mi amado Boca enfrentaba al Argentinos Juniors del genio. A Hugo Orlando Gatti se le había ocurrido decir que ese muchacho tenía que cuidar su peso. La respuesta fue contundente. Cuatro goles, prometió, y cuatro goles hizo aquella tarde en que la hinchada de Boca despidió con una ovación a quien había sido su verdugo, dando comienzo a un romance indestructible que sigue vivo sin preocuparse ni por el paso del tiempo ni por cualquier desventura que ose atravesarse. Al poco tiempo se desató la danza loca de los millones que querían adueñarse del talento. Y el genio aterrizó en la Bombonera. El 22 de febrero de 1981 una multitud se hizo presente para ver el debut. Quiso el destino que yo estuviera allí. Junto a un amigo que venía de Mendoza y que, a pesar de ser hincha de River, quería conocer esa cancha famosa y a ese muchachito de rulos cuya fama crecía día a día. El amor estalló y se hizo sol en los dos penales que la zurda mágica cambió por goles. Y en el fervor del coro embelesado se confundió hasta la voz de mi amigo, el hincha de River contagiado de la emoción colectiva. Así se iban haciendo los pequeños milagros que cimentaban la fama del pibe de Fiorito. Lo seguí en todos los partidos que se jugaron en la Bombonera. Llegaba temprano para conseguir el mejor lugar, al medio de la cancha, donde solo unos metros nos separaban de los jugadores. Nos llenó de sortilegios y cada partido fue una celebración, con picos como el de aquella noche cuando desparramó por el barro al arquero y al defensor de River que trataban de evitar lo inevitable. Así hasta el campeonato, el 15 de agosto de 1981, cuando otro penal le dio la estrella tan deseada. Pasó un mundial que se opacó por la aventura infame desatada por los genocidas, que quisieron esconder sus muchos crímenes detrás Después se fue, el imán de los millones de dólares que Europa prometía lo llevó primero a Barcelona, donde supo de la violencia de los que no podían detenerlo sino a fuerza de golpes. Y luego a Nápoles. El sur castigado y pobre de la Italia milenaria lo recibió primero como a un profeta, y lentamente se fue dando cuenta de que había algo divino en ese ya hombre que tenía a la pelota por amante. Fue la victoria del pobre ante los ricos, ante el norte opulento y acostumbrado a hacerse con todo, hasta con los campeonatos de futbol. Llegaría el año decisivo. Aquel 1986 que para el mundo del futbol argentino había comenzado con muchas dudas e inquietudes iba a ser el altar donde se consagrara el nuevo D10S. Así, una deidad con la camiseta número diez. Un país que tenía frescas las heridas de la guerra absurda lo vio primero trampear al rey de las trampas. Una de piratas contra los inventores de la piratería. Con una explicación genial. Fue la mano de D10S. Y después, para que no quedaran dudas, esa carrera genial en la que fue dejando atrás cualquier obstáculo que se le presentó hasta culminar dibujando esa obra de arte que transformó para la eternidad al 22 de junio de 1986 en el día del gol. De ahí a ganarlo todo. Y a ser uno de los privilegiados que conocen cuánto pesa una copa del mundo. Tan grande fue todo que un poeta de nuestra América, Mario Benedetti, dijo que “Aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina es, por ahora, la única prueba fiable de la existencia de Dios“. Barrilete cósmico, lo designó Víctor Hugo Morales, confesando que cuando relataba la jugada le parecía que Diego volaba. Y sí, volaba. De Fiorito al cosmos. Pero sin olvidar jamás de dónde venía. Después llegaron más hazañas desde Nápoles, hasta ese otro mundial, el del 90, jugado justo en Italia. Y con sus tobillos inflamados y arrastrando lesiones, el D10S del futbol llegó otra vez a una final, esta vez sustraída por un fallo incomprensible de alguien que no administró justicia. Las lágrimas de bronca mostraron que era humano. Vinieron nubarrones y desgracias que solo sirven para demostrar que de cualquier caída podía levantarse, le sobraba la fuerza para volver mejor. A Newell’s o a Sevilla, y otra vez a la selección. Pero la nueva copa era en los Estados Unidos. Los poderosos estaban advertidos de que ese D10S terrestre era capaz de todo, si lo dejaban volar desde su zurda. Entonces le cortaron las piernas. Claro que los que creyeron que así lograrían callarlo se estaban equivocando. Una vez más volvió, cumpliendo su promesa. Era el 7 de octubre de 1995 y la Boca estallaba en ovaciones que repetían como un mantra sagrado el nombre del Pibe de Oro que regresaba. Esa tarde la vida me dio un premio y estuve allí. Lo ví volver. No importó demasiado que aquella vuelta no terminara en campeonatos. Estaba en su casa, aunque un inquilino que nada tenía que ver con ese sueño de gloria buscara desplazarlo. Pobre tipo. El D10S se fue cuando sintió que era su hora de dejar de regar las canchas con su genio. Pero se fue a volar por todas partes. A los que nunca entendieron nada se los explicó bien claro. Todo podía pasar, pero su amada, la pelota, no se manchaba. Fue de un lado a otro, recibiendo el amor hecho canción de cuanto músico popular se le cruzara. Si a los napolitanos les latía el corazón solo con verlo, por estas latitudes tenían bien claro que él iba a estar cuando se caigan a pedazos las paredes de esta gran ciudad, cuando no queden en el aire más cenizas de lo que será, que será[1]. Eso era así porque D10S no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero.Tiene el don celestial de tratar muy bien al balón, es un guerrero, es un ángel y se le ven las alas heridas, es la Biblia junto al calefón.Tiene un guante blanco calzado en el pie del lado del corazón[2]. Lo buscaban para filmar su vida y para que él fuera la estrella en otras vidas. Y algún poeta que filmó maravillas también cantó para él: Una constelación de multitudeste ha cercado por siempre.Ya no tendrás olvido,ya no tendrás descanso.Mientras haya un planeta en que respire un niño,un niño habrá que sueñe que es Diego,y que repite los goles imposiblesde músicas y pájaros[3]. Un andaluz errante que navegó en los mismos mares del delirio lo definía así: “Pelotero genial, hincha pelotas,amigo de Fidel, hermano mío,loco, enfermo, cabrón, líbero en zona.Benditos sean los tacos de tus botas,bendita tu receta contra el frío,mano de dios, bendito Maradona[4]“. Claro que era amigo de Fidel. Cuba lo arropó con su solidario calor, y él le brindó su amor, porque los dioses aman esa isla tan bloqueada y tan libre. No sólo de Fidel fue amigo. Venezuela conoce de sus afanes, cada vez que la vio amenazada corrió a poner el pecho, a despedir a Chávez o a cubrir a Maduro. Como abrazó a Evo, a Lula, a Correa. Porque era un D10S de nuestra Patria Grande. Podía equivocarse en muchas cosas, ya dije que era el más humano de los dioses, pero no se equivocaba cuando elegía una causa que defender. Ahí alzaba su voz, para defender al futbol y a sus artistas de los mercaderes que aspiran a vender los goles que nunca podrán hacer, o para defender a sus iguales, los pobres de la tierra, los marginados de su patria, los nacidos como él al borde de la nada. Cuando tuvo que tomar partido supo enseguida con quiénes debía estar. Cómo no saberlo, si él era ese pueblo que lo idolatraba. Con su pueblo, con Néstor y Cristina. Denunciando los desmanes y atropellos del ingeniero sin ingenio que se atrevió a decir que lo había despedido. Pobre tipo que solo supo llenarse sus bolsillos y los de sus amigos, a costa del sufrimiento de millones, hipotecando el futuro de tanta gente. Atreverse a decir que un día pudo ser más que D10S. La respuesta fue tan certera como siempre. Porque nunca importó que cuando quiso enseñarles a otros a ser aunque fuera un ratito como él, no lo lograra. A quién le puede interesar que D10S no sea un técnico ganador. Si ya había ganado para siempre su eternidad. Claro que tanta osadía, tanta palabra alzada, tanta definición certera le atrajeron enemigos. Que nunca perdonaron que un pibe de la villa se alzara al cielo por obra y gracia de la magia de su zurda, y desde allí disparara con munición pesada contra los opresores. Había que callarlo, no fuera cosa que el ejemplo cundiera y los nadie se animaran a dejar de serlo. A seguir el ejemplo de esa deidad profana, tan igual a ellos. Una y otra vez lo dieron por muerto y una y otra vez se levantó del abismo al que querían condenarlo. Pero hasta las divinidades se cansan. De ver a tanto traidor que se les pega a ver qué puede rapiñar. De conocer las miserias humanas. De ser tentado miles de veces. De ser usado otras tantas. Nos habíamos acostumbrado a creerlo inmortal. Las señales de alerta, si las hubo, las ignoramos muchos o las vieron muy pocos. Y de repente nos dicen que se fue. Que Nietzsche al final tenía razón y D10S ha muerto. Y empieza el circo. A cantarle loas los que hasta ayer lo atacaban. A explicar que una cosa era Diego, el deportista, y otra Maradona. Qué tamaña estupidez. D10S era y es uno solo. Tan Diego como Armando y como Maradona. El Pelusa. El Pibe de Oro. Vienen las cartas de los poderosos, que pretenden contarnos que él era grande a pesar de su adhesión a Maduro que era una de sus derrotas. Que el presidente de Francia se ocupe de los chalecos amarillos y de los desastres de su patria. De D10S y sus batallas nos ocupamos nosotros. Porque el amor por Venezuela es otro de sus aciertos. Tanto comentarista que ahora dice que lo que queda es el futbol. No señores. No es eso. Es mucho más. No lo van a entender nunca porque no entienden al pueblo. Por eso a lo mejor alguno de los que lea esta columna se extrañe. ¿Y el análisis de los vómitos semanales de la Tribuna de Doctrina? ¿Cómo, ni una mención a lo que escriben los columnistas que no se atreven a pelearse del todo con la deidad caída así que cargan las culpas contra el gobierno? Millones de personas en todo el mundo, pero sobre todo en Buenos Aires, lloraron y lloran la partida. Que se equivocaron los que abrieron la casa de gobierno para velar al caído, que se olvidaron de la pandemia, que son demagogos. Ya lo sabemos. Ya vimos a la policía porteña, fiel discípula de las costumbres de don Bartolo y sus seguidores, aprovechar la más mínima ocasión para apalear al pueblo, para descargar el odio de la derecha sobre la multitud que no quería dejar partir al que le dio alegrías. Por eso esta columna se escribe para él. Porque tuve la suerte de disfrutar de su magia y de aplaudir sus decisiones, siempre del lado correcto cuando se trató de defender al pueblo de su patria grande. Porque no necesitaba decirlo para que uno supiera que el D10S estaba CONTRA MITRE. Porque estaba en donde debía estar. Porque en su grandeza y hasta en sus errores fue la síntesis de lo mejor de nuestra gente. Porque la misma pasión que puso en defender la camiseta de su selección y apoyar cuanta manifestación deportiva llevaba los colores argentinos, la tenía para condenar las injusticias. Aquí y en Siria, a favor de Cuba y Venezuela y condenando al imperio del norte. Con los bolivianos y los brasileños y los ecuatorianos y cada uno de los pueblos de su América que es la nuestra. Justo con todos los que están CONTRA MITRE. Y es mentira que se murió. Vive, siempre va a estar vivo, cada vez que alguien tire un caño en un potrero, en una cancha, en cualquier parte, y cada vez que alguien se pare frente al poderoso y le cante en la cara las verdades que duelen. Porque la Mano de D10S siempre tendrá un dedo que señale la injusticia y un puño que defienda a los más débiles. Qué importa lo que hizo con su vida, que tanto le criticaron y le siguen reprochando, si como decía el Negro Fontanarrosa lo que importa es lo que hizo con las nuestras. Porque como dice otra canción Jesús dijo me voy, de tácticas ya no hablo, pero un consejo les doy, la pelota siempre al diez que ocurrirá otro milagro… Gran amante por doquier, danza el diez con su mujer… Por tu milagrosa mano y el milagro de tus pies, muchas gracias señor D10S, muchas gracias señor diez[5].

[1] Los Piojos: Maradó (Andrés Ciro Martínez).

[2] Andrés Calamaro: Maradona

[3] Leonardo Favio, poema a Maradona

[4] Joaquín Sabina, poema a Maradona

[5] Las Pastillas del Abuelo, Qué es D10S (Alberto Sueiro)

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