Una tradicional canción infantil española repite vamos a contar mentiras para festejar el universo de los niños. Celebra lo que es evidentemente imposible y se divierte entonando rimas que van enhebrando absurdos. Claro que todos lo saben y no pretenden más que un rato de alegría. En cambio, nuestros sesudos columnistas de LA NACIÓN se dedican a contar mentiras que pretenden hacer pasar por verdades. Y lo hacen sin ponerse colorados, tal vez porque el rojo es un color prohibido en esos lares, sea el de la divisa punzó de los odiados federales, sea el de las estrellas que iluminaron los sueños revolucionarios a lo largo del planeta. Con un entusiasmo digno de mejores fines se empeñan en hacer creer a sus lectores que todo lo malo es culpa del peronismo y/o cualquier otra forma de populismo, incluso los desastres que produjeron a lo largo de nuestra historia Bartolomé Mitre y sus seguidores. A veces disfrazan sus mentiras con alguna pequeña parte de verdad, pero es tan grande la falsedad que terminan por hacer que uno piense que ni siquiera esa partecita es cierta. Y hay mentiras para todos los gustos. Mentiras disfrazadas de literatura barata. Mentiras encubiertas en análisis pretendidamente sociológicos. Mentiras contadas en clave de lo que para los que desprecian cualquier cosa que tenga algo que ver con el pueblo es el humor. Mentiras presentadas como verdades irrefutables. Mentiras de todo tipo. El 28/11/2020 Carlos Me. Reymundo Roberts escribe “Una triste carta para Diego”. Por suerte el D10S más humano no tendrá que leerla. Se libró del humorista que le avisa que “Descansarás de los políticos. Qué barbaridad lo que hicieron esos políticos a los que, además, defendiste (ahí, como con Fidel o Maduro, no puedo seguirte). En el peor de los escenarios, intentaron que jugaras para su equipo cuando el partido ya había terminado; en el mejor, son atolondrados e ineptos”. Por cierto que estábamos seguros de que el columnista no iba a seguir el camino político de Maradona, que tuvo la intuición necesaria para ubicarlo siempre del lado correcto. Qué poco entendió de la vida del Pibe de Oro para creer que lo podían usar, para no entender que nadie podía influenciar en sus decisiones. Tampoco entendió el amor de la gente, solo vio que “cientos treparon las rejas e invadieron la Casa Rosada; quién iba a decir que la movida usurpadora de terrenos, campos e iglesias no perdonaría ni a la Casa Rosada”. En vez de un pueblo emocionado solo vio una movida usurpadora. Cuánta ceguera. O cuánto empecinamiento en negar la verdad. Ese mismo 28/11/2020 Hugo Alconada Mon advertía sobre “El riesgo de que un Frankenstein termine como jefe de los fiscales”. A ver. Frankenstein era un genio extraviado que por vencer a la muerte terminó por engendrar un monstruo. La posibilidad de que alguien como aquel genio de novela termine como Procurador General es menos que ínfima. Lo mismo vale para la criatura engendrada. Pero lo que Alconada Mon teme no es a científicos alienados ni a monstruos literarios. Lo que teme es que el gobierno logre designar a un Procurador General desplazando al siempre útil (para la derecha) Casal. Para el columnista, “si Diputados reafirma la decisión del Senado de bajar el umbral de los dos tercios -48 de los 72 senadores- a la mayoría absoluta -37 votos-, la reforma finiquita una de las premisas inherentes a esa mayoría especial: la necesidad de consensuar entre quienes piensan distinto -y dado que el Senado representa a las provincias, que ese acuerdo sea federal-, lo cual sólo es posible cuando el candidato propuesto es probo”. Premisa que esconde una falsedad, porque la necesidad de consensuar entre quienes piensan distinto solo es argumentada cuando la derecha se encuentra en minoría y entonces clama por ser escuchada. Y porque nada asegura que de un consenso con quienes se preocuparon prolijamente por arrasar con cualquier viso de independencia de la Procuración, hasta lograr forzar la renuncia de Alejandra Gils Carbó, pueda surgir un candidato probo. Que por otra parte ya lo hay, sin que se logre ese consenso. Además, es contradictorio sostener que el acuerdo entre distintos sería federal porque se lograría en el Senado, y al mismo tiempo criticar la reforma votada por ese mismo Senado. Sigue Alconada diciendo que “si finalmente también se decidiera reducir por ley la cantidad de votos necesarios para remover al Procurador, entonces el jefe del Ministerio Público Fiscal (MPF) quedaría en una posición de extrema debilidad, acentuada por el virtual cogobierno que la misma reforma quiere otorgarle a la Comisión Bicameral Permanente del Congreso de Seguimiento y Control del MPF para evaluar concursos, traslados, enjuiciamientos de fiscales y mucho más”. Cuestión que se cae a poco que se advierta que la mayoría de dos tercios exigida actualmente para remover al Procurador no es objeto de la reforma. Insiste Alconada: “si Diputados decidiera apoyar la mayoría absoluta de los votos en el Senado para designar al Procurador, pero se fijase la necesidad de un juicio político para removerlo, entonces el riesgo es que la mayoría circunstancial del Senado -cualquiera sea- pueda designar a Frankenstein sin necesidad de acordar con la bancada minoritaria del Senado, provocando que después sea muy difícil destituirlo”. O sea. Si es para remover a un funcionario provisorio que se destacó por perseguir Fiscales que investigaban al macrismo al tiempo que protegía al procesado Stornelli, entonces hay que mantener la mayoría de dos tercios. Pero si se designa a un Procurador definitivo por la mayoría actual del Senado, entonces habría que ver cómo destituirlo. Antes de nombrado, ya lo quiere echado. Vuelve a machacar: “Volvamos al ejemplo de Frankenstein para graficar los riesgos posibles. Su pliego podría salir con el voto afirmativo en soledad de la bancada mayoritaria”. Lo que vendría a querer decir que si es esta mayoría la que designa al Procurador, el designado va a ser nomás Frankenstein. Un científico alienado o un monstruo. Lo que abre, para Alconada, una serie de opciones: “Frankenstein asume como nuevo jefe máximo de los fiscales con mandato vitalicio, con los riesgos que eso conlleva”. El proyecto, en la versión que se aprobó, fija el mandato en cinco años, renovables por otros cinco. No es un mandato vitalicio. En ese caso, o bien “el presidente Fernández ejerce un solo mandato. En ese caso, convive con Frankenstein apenas tres años, mientras que el siguiente Presidente impedido de removerlo porque requiere los dos tercios de los votos del Senado- se ve obligado a soportarlo durante los primeros dos años de su mandato o, si así lo dispone la mayoría simple del Senado -porque ya no serían necesario los dos tercios-, todo su primer mandato”. Siempre es con Frankenstein la cosa. Veamos: si la suerte es propicia para los amigos de Alconada y Alberto Fernández no es reelecto, lo malo sería que el nuevo Presidente no puede echar al Procurador. ¿La independencia del Ministerio Público? Bien, gracias. Pero si Alberto es reelecto, “En ese caso, convive con Frankenstein hasta que expire el primer período del monstruo en la Procuración, cuando puede darse que el Senado proponga a otro candidato o le conceda otro período a Frankenstein, en cuyo caso, el próximo Presidente que asumiría en diciembre de 2027 debería entonces convivir tres de sus cuatro años de mandato con el monstruo”. Que quede claro. Lo único que puede pasar, para Alconada, es que terminemos con un monstruo como Procurador General por largos años. La cuestión es que se presenta como un hecho que el elegido va a ser Frankenstein. Y esto no ha ocurrido ni se puede saber de antemano, con lo cual todas las elucubraciones del columnista parten de una base falsa. Además, el problema real es que a Frankenstein ya lo tenemos. Con más de tres años de interinato. Otro participante de la ronda juguetona es el novelero Jorge Fernández Díaz, que el 29/11/2020 se propone “Lavarles el cerebro a los chicos”. Aunque como siempre, le echa la culpa a los odiosos populistas. Un tema recurrente en sus escritos es sostener que el peronismo es solo una derivación del fascismo mussoliniano, aunque cualquier persona más o menos pensante le podría explicar que el fascismo es una expresión extrema de la derecha y por ello se inscribe en la misma tradición que él defiende, mientras que el peronismo expresa los intereses de los sectores populares y las reivindicaciones de los desposeídos, víctimas de las derechas y por ende de los fascismos. Para el aspirante a novelero, el primer peronismo instaló un modelo destinado a destruir el sistema educactivo. Y para peor, después los “pensadores marxistas y nacionalistas, que reescribieron las andanzas de Perón a gusto y piacere, propondrían medidas aún más drásticas y revolucionarias bajo la consigna de destrozar para siempre el modelo sarmientino“. El Sarmiento que tanto alaba Fernández Díaz es el que escribió cosas como “la América en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra” (Obras Completas, T.II pág. 214). Seguramente con ese concepto tan progresista e igualitario acuerda el columnista, que piensa que “La dinastía Kirchner, con la ayuda inestimable de cierto sindicalismo docente, retomó esa operación militante y la institucionalizó, si bien ordenó realizarla de manera solapada: no es congruente cacarear diversidad e imponer ideas monolíticas, no es políticamente correcto lavarles el cerebro a los niños y adolescentes, y por lo tanto no hay que levantar demasiado la perdiz”. La inventiva del novelero le alcanza para poco, solo para atribuir a los odiados Kirchner cuanto mal ande suelto. No hay una sola crítica a la ministra educada en un colegio regenteado por el criminal nazi Erich Priebke que trata de fracasados a los docentes. Ni una mención a la destacada política del macrismo, cuyo alfil en la ciudad mandaba a la niñez a educarse en contenedores. No, la culpa es de los Kirchner. Como dice Fernández Díaz “Ningún otro tema es más grave y central que este, puesto que así se instalan falacias, regresiones, supersticiones y prejuicios contrarios a la iniciativa, la excelencia, la lucidez, el verdadero progresismo y el desarrollo nacional”. Así, como lo predica la derecha, así como lo aplaude el escriba. Lástima que su vocación de tergiversador lo lleva a imputar a otros lo que hacen los suyos. Joaquín Morales Solá, el 29/11/2020, no perdona el dolor del pueblo y arremete contra lo que supone “El uso político de una muerte”. Que es exactamente lo que él pretende hacer, cuando dice que “Maradona fue un argentino universal que habitaba desde hacía mucho tiempo en el Olimpo de los dioses del deporte. Nunca pudo trasladar su incomparable genio de deportista a la vida cotidiana, llena de sucesivos dramas y de desmesurados excesos. Sus opciones políticas fueron siempre los regímenes autoritarios o los sistemas antidemocráticos. ¿Por qué no decirlo?”. La respuesta es fácil, Morales. Lo que Maradona eligió fue estar del lado del pueblo, al que pertenecía y con el que siempre se identificó. Y sus opciones políticas respondieron a esa elección. Hubiera sido correcto, para el escriba, que D10S hubiera aplaudido a las dictaduras que LA NACIÓN siempre apoyó y promovió. Que seguro no fueron ni autoritarias ni antidemocráticas, en las ideas de Morales Solá. Que sigue presentando como hechos cosas que no tienen sustento alguno, más que su pluma, acostumbrada a torcer la realidad para presentarla con el color de sus deseos, acomodados a lo que el poder económico le ordena. Entonces cuenta como si hubiera sido cierto que Cristina Kirchner ordenó cerrar las puertas de la sede gubernamental para que ella estuviera sola cuando se despidiera de Maradona y saludara a su familia. El gentío creyó que se había terminado el velatorio. Fue Cristina de cabo a rabo. Arbitraria y ególatra como el muerto del que se despedía. El fuego y la furia sucedieron a la mecha que se encendió cuando las puertas se entornaron. Los caprichos tienen un precio”. Falso. No hay un solo dato que permita sostener tamaño invento. El fuego y la furia lo encendieron los policías de Larreta, cuando fieles al estilo que los caracteriza y para el que los entrena el gobierno cambiemita, arremetieron contra el pueblo que buscaba despedir a su ídolo. Los errores que pudo haber cometido el gobierno nacional, al no dimensionar la magnitud de la multitud que quería dar el último adiós al Pibe de Oro, no justifican la brutal represión. Quedó claro, por otra parte, que quienes lograron ingresar a la Casa Rosada cuando lograron despedirse terminaron por retirarse sin causar problemas. Pero los tinterillos al servicio de los Mitre-Saguier necesitan culpar al gobierno populista de todo lo que pase. Y si no pasa nada no vacilan en inventarlo. Igual, el premio al odio se lo lleva una vez más Juan José Sebreli, que el 30/11/2020 cree descubrir “El otro costado de Diego Maradona”. La vida y las opiniones de Sebreli son en sí un canto a la falsedad. La idea de un pensador de izquierda, con base en el marxismo, que apoya a los sistemas más liberales, ha sido presentada como si el mismo filósofo de Tréveris hubiera renacido y se encarnara en Pérez Sebreli. Que vaya a saber uno por qué decidió extirparse el Pérez del apellido. Pocas cosas más absurdas que un marxista de derechas, podría decirse. Pero sus opiniones son presentadas como si fueran la verdad revelada. Así, “el fenómeno Maradona es un clásico ejemplo del mito popular sin conexión alguna con la vida real del ídolo”. Un sinsentido total. Fue justamente la vida de Maradona la que le valió el reconocimiento popular. Con sus aciertos y equivocaciones, pero siempre con la grandeza de alguien surgido de los barrios marginales del conurbano bonaerense que pese a haber conseguido el acceso a cualquier círculo privilegiado que se le ocurriera, prefirió ser leal a ese origen. Sebreli no le perdona que “en su adultez integró, conscientemente, el nacionalismo de izquierda. Fue adepto de Fidel Castro, se tatuó al Che Guevara en un brazo y fue consecuente en este camino hasta llegar al llamado socialismo del siglo XXI, con Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales yel matrimonio Kirchner”. Eso se llama coherencia, cosa que a Pérez Sebreli más bien le escasea. No se queda en la Argentina, sostiene que “en el pobre y supersticioso sur italiano las condiciones estaban dadas para su éxito: la religiosidad popular, adepta a santificar ídolos, era propicia para la idealización de un deportista caótico. La mafia local, conocida como la Camorra, fue una pieza clave para su consagración, ya que el grupo delictivo fue su auspiciante, relación que le ganó la simpatía de los barrios pobres, dependientes de la mafia, que al mismo tiempo practicaban una devota religiosidad”. La mirada discriminadora hacia los napolitanos, hacia cualquier forma de creencia que encarne en los sectores populares, se hace presente con toda su fuerza. Por algo Maradona les recordaba a los napolitanos que sus vecinos del norte opulento de Italia los traban despectivamente de africanos. Diego ya era un ídolo popular cuando brillaba en Argentinos Juniors, luego en su primera etapa en Boca y también en Barcelona, de donde se fue por sus diferencias con la dirigencia más preocupada por el éxito económico que por el suceso deportivo. Nápoles fue el beneficiado por la magia del Pelusa y no es extraño que le esté agradecida. Ahora, si todavía era necesaria alguna ceremonia consagratoria, se celebró en México, en aquel junio de 1986 cuando los ingleses descubrieron que D10S jugaba a la pelota en el Estadio Azteca, justo contra ellos. Pero para el liberal Sebreli -saquémosle lo de izquierdista, por favor!-, lo que ocurre es que “Este personaje encarna, para el nacionalismo populista, el mito de la identidad nacional. Para las clases bajas, el mito del mendigo que se transforma en príncipe. Para los intelectuales de izquierda, el mito del rebelde social; para la juventud contracultural, el mito del transgresor”. Clarito como el agua. La identidad nacional es, para Sebreli, un mito. ¿Clases bajas? Lo bajo es el modo de pronunciarse de este sujeto, que desprecia por igual a mendigos, rebeldes sociales y transgresores. Y que no vacila en afirmar, desde un resentimiento con la vida y con este país que no lo entiende, que Maradona ni en su final “se vio libre de ser utilizado políticamente por el kirchnerismo, que responsabilizó por los escándalos de su velorio al gobierno de la ciudad de Buenos Aires”. Otra vez, el kirchnerismo. La Tribuna de Doctrina debería poner en sintonía a sus escribas y decidirse de una buena vez. ¿Alberto es kirchnerista o es una víctima de Cristina? Porque las columnas se contradicen una y otra vez en este terreno. Repito: los errores del gobierno nacional no exculpan al gobierno de Rodríguez Larreta de su responsabilidad en la represión desatada. Que parece ser la única forma de actuar que conoce la policía porteña, sobre la cual el pensador parece no tener ningún pensamiento. Claudio Jacquelin, el 30/11/2020, prefiere la figura de los “Goles en contra y voluntarismo”. Desde las cuales pretende analizar la marcha del gobierno. Claro que no se entiende muy bien lo que sostiene, porque como venimos observando cae en el mismo problema que sus compañeros de pasquín. No sabe si el gobierno es kirchnerista o si el kirchnerismo va contra el gobierno. Lo único que sí sabe es que sea como fuere la cosa hay que pegarle a todos. A Alberto, a Cristina y al que sea que tenga alguna pequeña semejanza con el peronismo. Para Jacquelin, “El anhelo de que el tiempo arregle los platos rotos, restañe las desavenencias y salde las contradicciones tiene una presencia constante. Es lo que ocurre con varias acciones de Cristina y Máximo Kirchner que afectan planes del Gobierno”. Aquí parece definirse el columnista. Cristina y Máximo contra el gobierno. Pero ojo, porque a renglón seguido el escriba nos cuenta que “El reciente festival parlamentario cristinista alcanzó su clímax el viernes con la aprobación en el Senado del proyecto exigido por la vicepresidenta para facilitar la designación del jefe de todos los fiscales federales a gusto y placer de la mayoría oficialista que ella sí conduce con mano de hierro y guante de titanio (jamás de seda). Regía aún el duelo nacional que había dispuesto al Poder Ejecutivo. Fue un golpe al hígado del declamado institucionalismo alfonalbertista”. Superficialmente parece que sigue la cosa de Cristina contra Alberto, pero una lectura apenas más profunda nos dice que la mayoría oficialista (que debe entenderse, responde al gobierno), es la que conduce la Vicepresidenta. Vaya uno a saber quiénes integran entonces el declamado institucionalismo alfonalbertista. Porque después nos enteramos que este enfrentamiento (que solo cuenta como prueba con las palabras de los tinterillos mitristas) no le causa molestias al Presidente. Ahora Jacquelin se preocupa: “Lo singular es que Fernández minimiza la situación y algunos de sus colaboradores afirman que hasta se siente cómodo. Lo prefiere antes que las larguísimas e infructuosas discusiones que lo dejaban literalmente de cama”. Tampoco existen pruebas concretas de esas supuestas discusiones. Insiste el columnista: “La relación agriada en extremo con la oposición, por impulso del cristicamporismo y por el laissez faire, laissez passer del albertismo, no facilitan tampoco la concreción de las expresiones de deseos del Gobierno”. Debe reconocerse que el escriba se esfuerza en crear neologismos que le parezcan simpáticos a sus lectores: alfonalbertismo, cristicamporismo. Uno ya cree que hay al menos tres actores distintos pero que son lo mismo. Kirchneristas, albertistas, y el gobierno… Ni el propio autor de la nota entiende a qué se refiere. Eso sí, remata defendiendo, como es norma parece en LA NACIÓN, a la nueva esperanza de la derecha y por eso se enoja y clama: “Los avances sobre la Justicia y las acusaciones y denuncias del ministro del Interior, Wado de Pedro; de la ministra Frederic contra el jefe y el vicejefe de gobierno porteño, Rodríguez Larreta y Diego Santilli, por los incidentes durante el funeral de Maradona hacen ver a la pax pandémica como escenas de otra era geológica”. Falso que la Justicia tenga algo que ver con este Poder Judicial, o al menos con gran parte del mismo. Falso que haya habido paz desde que Alberto y Cristina ganaran las PASO, solo hubo un ataque continuo y pertinaz contra el Frente de Todos. Y falso que Rodríguez Larreta y Santilli sean ajenos a los incidentes en cuestión: fue su policía, cuyo accionar luego se preocuparon en defender, la que actuó salvajemente contra gente que solo quería decirle gracias a su D10S. No importa. Tomados de la mano, los columnistas entonan la vieja canción infantil: Vamos a contar mentiras… Lástima que no sea un juego.

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