noviembre 21, 2024

¿Quién no ha visto o leído alguna vez, de niño, de adolescente o ya en la edad madura, alguna historieta que lo ayudó a pasar un rato alejado de la realidad, viviendo aventuras cuadrito a cuadrito? Me atrevería a decir que prácticamente nadie puede declararse exento de haberlo hecho. Y seguramente lo hicimos sin pensar en el significado de esa palabrita. Que no es usada en todo el mundo: los estadounidenses las llaman “comics”, los españoles “tebeos”, los japoneses “mangas”, y podríamos seguir detallando nombres a lo largo del mundo. Lo que no cambia es su esencia: la primera definición que nos da el diccionario es “fábula, cuento o relación breve de aventura o suceso de poca importancia“. La segunda se refiere al uso más común del término: “serie de dibujos que constituye un relato cómico, fantástico, de aventuras, etc., con texto o sin él, y que puede ser una simple tira en la prensa, una o varias páginas, o un libro”.

Argentina ha tenido grandes historietistas. Y ha legado al mundo alguna de las obras de mayor calidad, tanto en lo que hace al relato como en lo referente a las ilustraciones, y mucho más en lo que hace a su contenido y significación. Pero por ahora no vamos a referirnos a esas historietas, que por cierto no resultan ser de poca importancia. Vamos a hablar de otra cosa.

Usemos esa primera definición, que se contrapone a lo que conocemos por historia, así, a secas, esa que se conoce como “la narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados”, o también como “el conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o de una nación”. En suma, esa historia que es la expresión de la memoria colectiva. Que no es una fábula, aunque algunos la pretendan contar de esa manera.

¿A qué viene todo eso, en una columna que se supone destinada a analizar lo que se publica en uno de los diarios más conocidos de la Argentina? Fácil. Sucede que, en gran medida, la historia oficial de nuestro país es obra de la misma persona que fundó la Tribuna de Doctrina. Bartolomé Mitre. Que allá por 1890 creó la “Junta de Numismática”, a la que más tarde el primero de los Ricardos Levene denominó “Academia Nacional de la Historia”.

Bueno. Si hay algo que la vida de don Bartolo dejó en claro es su escaso amor por la verdad, cuando esta se contraponía a sus intereses. La historia escrita con esa impronta, consecuentemente, se ajustó a esos intereses que Mitre y sus secuaces defendieron a lo largo de la vida de nuestro país, intereses que generalmente poco o nada tuvieron que ver con los de las mayorías populares y más bien operaron en sintonía con los dictados de las grandes potencias extranjeras.

Esa historia transformó a Rosas, del defensor de la soberanía a quien San Martín legó su sable, en un tirano sanguinario; los caudillos federales pasaron a ser crueles bandoleros; el sanjuanino que aconsejaba no escatimar sangre de gauchos fue bautizado como el padre de la educación; el aniquilador de pueblos originarios y creador del régimen falaz y descreído -como dijera Yrigoyen-, recibió efigies que festejaban su conquista del desierto.

La historia así contada, que relegaba a Mariano Moreno al rol de supuesto defensor del libre comercio mientras que ocultaba a Bernardo de Monteagudo y ensalzaba a Rivadavia, permitía que, frente a la casa de los Dorrego, que lloraban todavía el asesinato de Manuel, se erigiera la estatua de su asesino, bautizado como mártir de la libertad. ¿Exposición de acontecimientos pasados, dignos de memoria, o celebración de atrocidades?

El siglo veinte entregó más definiciones de los seguidores de don Bartolo. A Yrigoyen lo seguía la chusma de alpargatas, y su gabinete no tenía apellidos, porque no estaba ninguno de los de la oligarquía vernácula y no había sido comunicado, como hasta entonces era costumbre, al embajador británico antes de la designación. Las masas que vivaban a Perón eran un aluvión zoológico, su gobierno la segunda tiranía, y se vivaba al cáncer que terminó con la vida de Eva Duarte. Caído el gobierno, Perón pasó a ser el tirano prófugo, y cuando se asesinaba a sus militantes en los trágicos días de junio de 1956 era porque se había acabado la leche de la clemencia.

Y todos esos fueron solo pálidos ejemplos de cómo nuestra derecha iba construyendo su versión de la historia. Una versión que condujo inevitablemente a la violación masiva y sistemática de los derechos humanos perpetrada por la dictadura genocida de Videla y Martínez de Hoz.

Ahora, si la defensa de la soberanía era barbarie, la pureza del sufragio como fuente de legitimidad una fantochada, y el reconocimiento de derechos un ejercicio demagógico, ¿se trataba de escribir la historia o de dibujar fábulas que para peor ni eran fantásticas ni cómicas? La historia degenerada en historieta. Ojo, volveremos sobre esto. En los días actuales la cosa no es muy distinta. Los escribas del pasquín de los MitreSaguier saben bien que el periodista es hoy quien primero escribe la historia. Así que la escriben como su maestro les enseñó. Con el mismo desprecio por lo popular y la misma falta de apego por la verdad. Con la imaginación al servicio del falseamiento de la realidad, la desinformación, los discursos de odio. La deformación de la historia y la narración de una historieta berreta.

Es cierto que tampoco se puede confiar en las historias que cuentan los primos del clarinete mentiroso. Al que no me crea, le recomiendo leer cómo publicaron la noticia de la condena que un Tribunal Oral Federal impuso a cuatro genocidas por los vuelos de la muerte: “se juzgó a Santiago Omar Riveros, de 98 años, quien fue comandante de Institutos Militares, en detención domiciliaria por otras causas. También a Luis del Valle Arce, de 93 años; Delsis Malacalza, de 85, y Eduardo Lance, de 79, exintegrantes del batallón de Aviación 601 del Ejército de la localidad bonaerense de Campo de Mayo, que ya están cumpliendo prisión domiciliaria preventiva”. Todos fueron condenados a prisión perpetua “por el secuestro, torturas y homicidio de Juan Carlos Rosace, Adrián Enrique Accrescimbeni, Rosa Eugenia Novillo Corvalán y Roberto Ramón Arancibia, cuatro personas que estuvieron recluidas en Campo de Mayo”. Parece una noticia correcta pero… ¿las víctimas estuvieron “recluidas” como si los hubieran detenido legítimamente? ¿y es tan importante detallar las edades de los condenados? Uno estará muy suspicaz. Pero sucede que esos términos se parecen sospechosamente a los de quienes sostienen que los secuestrados en los Centros Clandestinos de Detención y Exterminio, de los que en Campo de Mayo funcionaron al menos tres, eran subversivos apresados por las fuerzas legales. Y que juzgar a pobres ancianitos es un ejercicio de crueldad.

La suspicacia se alimenta mucho más cuando uno se entera que la noticia peca por incompleta. Porque el Tribunal Oral, tomando en cuenta la necesaria reparación a las víctimas, condenó a Clarín -sí, a Clarín– a adecuar una nota que fuera publicada el 24 de noviembre de 1977, titulada “Buscan a familiares de dos niños abandonados”. No eran niños abandonados. Eran los hijos de Roberto Arancibia.

LA NACIÓN -oh casualidad- también se olvidó de contar acerca de la condena a Clarín. De lo que no se olvida es de echar la culpa de cuanta cosa pase en la Argentina a alguno de los que llevan el apellido Kirchner, convertido en sinónimo de todo lo malo. El 03/07/2022, Martín Rodríguez Yebra cuenta “La lucha por la supervivencia de un presidente bajo asedio de Cristina Kirchner”. Ese mismo día, Joaquín Morales Solá habla de “La última derrota de un presidente extraviado”, en una columna de siete párrafos, en seis de los cuales habla, mal por supuesto, de Cristina Fernández de Kirchner. Y en la que no la menciona miente como de costumbre, porque dice que Alberto fue contra lo establecido en la Constitución cuando le pidió a la Corte Suprema que pusiera fin a la persecución contra Milagro Sala. Nada en la Constitución prohíbe tal cosa: lo que no permite es que el Presidente resuelva por sí causas judiciales, no que le pida a la Corte que cumpla con su trabajo. 

El 04/07/2022 Jaime Rosemberg escribe que “Cristina Kirchner le pidió al Presidente que echara del Gobierno a los movimientos sociales”, título que denota que la precisión en la redacción es algo ajeno al columnista. Los movimientos sociales son organizaciones plurales que no forman parte del gobierno; a lo sumo, sus integrantes pueden simpatizar con el mismo o sus dirigentes ejercer alguna función. Pero se entiende lo que quiere decir.

También el 04/07/2022 Sandra Choroszczucha dice que “Cristina está jugando al ‘ahorcado’ con Alberto y va ganando”. El 05/07/2022 Luciana Vázquez habla de “La fórmula del poder de Cristina Kirchner”, Santiago Dapelo de “El inesperado veto de Cristina a Massa y el tiempo que compró el Presidente con el desembarco de Batakis”, Gustavo Ybarra narra el “Tenso cruce entre oficialismo y oposición en el Senado por un candidato a Juez que tuvo vínculo con los Kirchner” y por fin, el siempre servicial Carlos Pagni se explaya como siempre en su columna, que esta vez encuentra a “Cristina Kirchner, en modo Atila”. 

Viajemos con la imaginación hacia el futuro. Supongamos que un historiador decide investigar los días de estos años. Y claro, se topa con los archivos de LA NACIÓN.  ¿Se va a encontrar con el registro de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., que vivieron los argentinos. No. Va a terminar leyendo la triste historieta escrita por pésimos guionistas que narra las andanzas de una perversa reina y su maligna corte, todos empeñados en cometer cuanto crimen se les ocurra y en someter a los pobres argentinos a sus terribles designios. Se confundirá, el pobre historiador, pensando acaso que por desgracia lo único que quedó es una pobre versión de los cuentos de hadas medievales, mal escrita y sin final feliz.  La historieta que nos cuenta LA NACIÓN desde don Bartolo y hasta ahora. Lo triste es que se empeñan en hacer creer que esta es la verdadera historia. Pero no, ni historia ni historieta. Porque en este país hubo quienes dejaron verdaderas obras maestras con el formato de historieta. Dibujantes como Francisco Solano López o Alberto Breccia. Y escritores como Héctor Germán Oesterheld, que nos enseñó a creer en el héroe colectivo, capaz de sobreponerse a las peores circunstancias. Oesterheld, ese eternauta que fue víctima del odio salvaje de los adoctrinados en la tribuna de LA NACIÓN, él y sus cuatro hijas. A ellxs nuestro homenaje. Que es mejor leer sus historietas que hacen volar nuestra imaginación por miles de aventuras, que padecer las mentiras y falsedades de los académicos de una historia que nunca, nunca, será la nuestra.

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