Entre esos tipos y yo hay algo personal
Con permiso de Joan Manuel Serrat, voy a tomar prestado un verso de una de sus canciones más certeras. Porque lo que viene pasando en la Argentina hace necesario que uno diga las cosas de una manera más dura. No hay posibilidades de medias tintas cuando lo que crece es el discurso de odio, la celebración del terror, la invocación a la muerte. Disfrazado de republicanismo y con capa de libertario, el mal se pasea sin demasiado disimulo. Y desde los principios de nuestra historia ha tenido sus pregoneros. La historia argentina muestra cómo el poder ha usado el recurso de la violencia como método de eliminación de las disidencias. Mariano Moreno, el principal impulsor de la acción revolucionaria, partió hacia un exilio disfrazado de misión diplomática y terminó muriendo en alta mar (Eduardo Dürnhofer calificó su muerte como un “Crimen de Estado”[1]). Castelli -el primer orador de la Revolución- preso, consumido por el cáncer de lengua que acabó con su vida.
Para derrotar a Artigas, la Banda Oriental fue abandonada a la invasión portuguesa, y quienes lo denunciaron como el director de La Crónica Argentina, Vicente Pazos Kanki, y sus columnistas, entre quienes se contaban Manuel Moreno -el hermano de Mariano- y Manuel Dorrego, sufrieron la clausura del medio y el destierro. José Gervasio Artigas murió en el exilio, mientras Francisco Ramírez moría tratando de salvar a su compañera. Dorrego caía, víctima del golpe de estado militar encabezado por Juan Lavalle. Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos, fue víctima de una emboscada perpetrada por una partida comandada por Santos Pérez que lo asesinó en Barranca Yaco. El mismo día de Caseros, Urquiza ordenó el lanceamiento por la espalda del Coronel Martiniano Chilavert. Y los cadáveres de la División Aquino –una columna que se había pasado de las filas urquicistas a las de Rosas- colgaron de las arboledas de San Benito de Palermo. Tras el primer golpe de estado producido (el derrocamiento de Santiago Derqui por Bartolomé Mitre) los grupos triunfantes se lanzaron a la construcción del Estado-Nación, recurriendo al aniquilamiento de los opositores por entenderlo necesario para afianzar la identidad que pretendían establecer. Ya Sarmiento lo había dicho en su carta a Mitre: “No escatime sangre de gauchos, es un abono que es preciso hacer útil a esta tierra”. del gobierno de Mitre se caracterizó por el despliegue de la violencia estatal en contra de sus adversarios, presos en barcos anclados en el Río de la Plata, exiliados, perseguidos, difamados mientras la prensa era sometida a una rigurosa censura. El General Ángel Vicente Peñaloza, el “Chacho”, fue pasado a degüello por los “civilizadores” que exhibieron su cabeza en las plazas de La Rioja mientras su esposa era obligada a barrer la plaza central de San Juan. Todo aplaudido por Sarmiento, quien pensaba que había que avanzar sobre el pasado, destruyéndolo. Lo que hasta entonces era ajeno debía utilizarse en la tarea de hacer el nuevo estado-nación, y en esa lógica, el exterminio del disidente era el método elegido para solucionar cualquier controversia. Así, la gesta de Felipe Varela que alzaba las banderas de la Unión Americana terminó ahogada en sangre cuando los Taboada, mariscales mitristas en el Norte, se impusieron en Pozo de Vargas; y la Argentina se
sumó al Imperio brasileño y al Uruguay en la infame guerra contra el heroico Paraguay de Francisco Solano López.
Julio Argentino Roca decidió exterminar a los “salvajes”. En 1879 hubo 5 caciques prisioneros, otro muerto (Baigorrita), 11.784 aborígenes prisioneros, 1.313 muertos y otros 1.049 reducidos. Manuel Namuncurá, el jefe de la “Confederación de las Salinas” se entregó en 1883, y dos meses después de ser derrotados el 18 de octubre de 1884, los 3.000 rebeldes que comandaban los caciques Inacayal y Foyel se rindieron. El destino de los capturados fue servir de mano de obra en la fundación de nuevas ciudades, ser incorporados a la Marina de guerra, si eran mujeres ser entregadas a las familias poderosas como sirvientes, o ser trasladados a la Isla Martín García, donde cerca de 800 ranqueles terminaron picando adoquines para las calles de Buenos Aires.
Decía un informe oficial que “Se trataba de conquistar un área de 15.000 leguas cuadradas ocupadas cuando menos por unas 15.000 almas, pues pasa de 14.000 el número de muertos y prisioneros que ha reportado la campaña”. Y agregaba que para transformar los campos conquistados en elementos de riqueza y de progreso, “se han quitado éstas a la raza estéril que las ocupaba”[1].
La tierra conquistada fue repartida entre las familias que desde la Sociedad Rural fundada en 1866 habían apoyado la campaña militar. Otras masacres vendrían después: Primero en la Semana Trágica de enero de 1919 y luego en la Patagonia rebelde de 1921, los sueños libertarios serían cruelmente sepultados.
La década infame vio las ejecuciones de Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, y las persecuciones contra radicales yrigoyenistas. Tras la irrupción de los trabajadores en la escena política, al amparo del primer peronismo, el 16 de junio de 1955 la aviación naval bombardeaba la Plaza de Mayo causando más de trescientos muertos; preludio de los asesinatos de un año después, que se cobraron las vidas del General Juan José Valle y sus compañeros. Seguirían años de proscripciones y de golpes que instauraban dictaduras cada vez más violentas, cuyo último y trágico exponente sería la dictadura terrorista y genocida de 1976/1983 con sus treinta mil desaparecidos, los niños arrancados de sus familias y privados de su identidad, los miles de exiliados.
Ah, pero los violentos son otros. Siempre son otros. Los que a lo largo de la historia fueron las víctimas, por obra y gracia de los cronistas del poder son los culpables. Los que resisten deben pagar justamente por resistir. La violencia, en esta facciosa forma de contar las cosas, empezó cuando las organizaciones populares decidieron ejercer su derecho a la resistencia, tras haber soportado años de proscripciones, persecuciones, falseamiento de la democracia y golpes militares. ¿Quiénes son los que cuentan la fábula de la derecha buena que solo expulsó del poder a los autoritarios, para preservar las libertades? Nada nuevo. Los medios hegemónicos, empezando por LA NACIÓN. Claro, ¿cómo van a reconocer que su fundador dio el primer golpe y ejerció el antecedente más claro del terrorismo de estado? Imposible. Si Mitre derrocó a Derqui fue para realizar la unidad nacional. Si desató la feroz guerra de policía contra las últimas montoneras federales, fue para erradicar la barbarie. Si lanzó la criminal alianza que terminó con el Paraguay próspero de aquellos tiempos, fue para salvar la libertad del continente, no vaya usted a creer que lo hizo sirviendo los intereses de la Gran Bretaña.
Y sus herederos siguen la misma línea. Atacaron a Yrigoyen y sus ministros, saludaron el golpe de Uriburu, aplaudieron la acordada de Figueroa Alcorta y Rodríguez Larreta, no vieron nada malo en la proscripción del radicalismo ni en el uso descarado del fraude patriótico. Se pusieron severos con los militares de 1943, sobre todo cuando a un Coronel se le ocurrió empezar a reconocer derechos de los trabajadores, y reclamaron que el gobierno pasara a la Corte Suprema. Sufrieron los años del peronismo y respiraron aliviados con la fusiladora.
Le marcaron la cancha desde el inicio al desarrollismo frondicista, sospechado de acuerdos espurios con el tirano prófugo, que terminó desplazado aunque hubiera hecho buena letra con Álvaro Alsogaray. Tampoco les cayó en gracia el intento de Illia de darle participación a los neoperonistas, aunque hubiera requerido -y logrado- que el retorno de Perón se frustrara en el aeropuerto carioca. Les pareció bueno el golpe de Onganía, mucho más cuando Krieger Vasena puso en marcha la economía liberal. Se asustaron con el Cordobazo, sufrieron como propia la muerte de Aramburu, saludaron el remedo de justicia del nefasto Camarón, y el 23 de agosto de 1972 titularon “En Trelew abatióse a quince extremistas”.
Se atragantaron con la vuelta de Perón y con el triunfo de Cámpora, y desde el mismo 11 de marzo de 1973 comenzaron a preparar el campo para que la pesadilla acabara pronto. El 25 de marzo de 1976 anunciaban “Asumieron el Gobierno los tres comandantes generales” y daban cuenta de los “Objetivos básicos para la reorganización nacional”. No les fue nada mal con Videla y Martínez de Hoz: lograron, en sociedad con sus primos del clarinete mentiroso, apoderarse de Papel Prensa y controlar el mercado de los medios gráficos.
Desde la vuelta de la democracia su prédica fue para que no se revisara nada de lo pasado en los años del terror. No les gustó Alfonsín, y Menem fue una grata sorpresa. Cuando De la Rúa huyó en helicóptero, los muertos del 19 y 20 de diciembre de 2001 ocurrieron “durante los saqueos y las protestas” porque los manifestantes “produjeron desmanes en la avenida 9 de Julio y Corrientes”.
A Kirchner le dieron las pautas con las que debería gobernar, y como no las aceptó le pronosticaron que duraría solo un año. Como no les salió bien el deseo, se empecinaron en profetizar una y mil veces el fin del kirchnerismo. Los juicios contra los represores les parecieron “El antifaz judicial de la venganza” y la revisión del pasado una “Tenebrosa interpretación histórica”. Cuando sus deseos parecieron cumplirse con el triunfo del dormilón fanático de Netflix, el 23/11/2015, su editorial proclamaba: “No más venganza” y sostenía que “La elección de un nuevo gobierno es momento propicio para terminar con las mentiras sobre los años 70 y las actuales violaciones de los derechos humanos”.
El colosal endeudamiento, las políticas de gatillo fácil que entre otras vidas se cobraron las de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel, el armado de una mesa judicial para perseguir y encarcelar opositores, el espionaje como método de control de propios y extraños, no merecieron ni una crítica. Por el contrario, desde el mismo momento en que Cristina anunció que Alberto sería el candidato a presidente y que ella lo acompañaría en la fórmula, comenzó el trabajo de demolición. Obsesivamente anunciaron la pelea interna del gobierno, no escatimaron ofensas contra un gobernante tildado de títere, y dedicaron cientos de columnas de sus escribas a denigrar a la maléfica reina populista.
Los horrores cometidos por un Poder Judicial que incumple cotidianamente su deber constitucional de administrar justicia imparcial y garantizar los derechos de los habitantes del país, no fueron registrados por la Tribuna de Doctrina para la cual los jueces son la justicia cuando condenan a algún kirchnerista, pero si no lo hacen son jueces militantes. Ni siquiera el reconocimiento expreso del domador de reposeras de que su asesor prófugo fue el que inspiró el ilegal nombramiento por decreto de dos cortesanos los conmueve. Sí, en el canal de noticias del mitrismo y ante la pregunta de uno de los empleados más comprometidos con el desprecio de lo nacional y popular, el presidente que más vacaciones se tomó en toda la historia se desligó del disparate que había realizado y le echó la culpa a Pepín. Total, los uruguayos no parecen entusiasmados en extraditarlo. Olvidó que fue su firma la que decretó el atropello contra la Constitución, aceptado gustosamente por Rosenkrantz y Rosatti.
Ahora, el 19/07/2022 Fernando Laborda sigue la línea editorial y sostiene que “finalmente, ambos magistrados fueron designados legalmente, con el correspondiente acuerdo del Senado de la Nación”. No, Laborda. Los dos sujetos en cuestión, al aceptar su ilegal designación, habían violentado la normativa vigente y por eso mismo demostraron su inhabilidad para ejercer esos cargos. Aunque el Senado les haya prestado acuerdo. Pero para el escriba lo que ocurre es que Cristina está “más desesperada que nunca”. No importa que estadísticas de la Universidad de San Andrés -la misma de la que fue rector Rosenkrantz- digan que el 86% de la población reprueba el funcionamiento del Poder Judicial, si lo que hacen es condenar a los odiados kirchneristas, y de paso de esa forma proscribir cualquier posible candidatura de su enemiga número uno para el 2023, entonces son jueces dignos. Esa es una forma no demasiado encubierta de sembrar el odio y su consecuencia, la violencia contra el otro. Veamos las columnas de opinión de LA NACIÓN: El 17/07/2022, Martín Rodríguez Yebra arremete contra “El presidente que no preside y el juego en las sombras de Cristina Kirchner”: más de lo mismo, enfrentar a Alberto con la Vicepresidenta. El mismo día el escriba de folletines Jorge Fernández Díaz engola su garganta para combatir a “Una reina improvisada que nunca tuvo un plan alternativo”. Siempre contra Cristina. Y el inefable Joaquín Morales Solá describe a “Una sociedad sublevada contra el Gobierno”, y pone énfasis en que hay “una sublevación social que ya es general”. El editorialista del pasquín de los Mitre-Saguier se toma un rato, el 17/07/2022, para defender al Jockey Club y habla de “El menosprecio por el principio de libertad”, porque a la Inspección General de Justicia se le ocurrió nada menos que inspeccionar al reducto oligárquico.
Carlos Manfroni el 19/07/2022 clama que “Es hora de rever la atención gratuita a extranjeros en hospitales argentinos”, clara expresión de xenofobia por más que el escriba lo niegue. Loris Zanatta, siempre fiel a su apellido, el mismo 19/07/2022 se pregunta si ¿Los Andes vuelven a ser la Sierra Maestra del continente?, dedicándose a denigrar al Papa, los cubanos y cuanto populista ande suelto por nuestra sufrida América. Mismo tema que preocupa a Andrés Oppenheimer, que siempre el 19/07/2022 habla sobre “Los dichos del Papa sobre Cuba”, y agrega a la nómina del sanatero académico también a Michele Bachelet, que no muestra demasiado entusiasmo en condenar a los herederos de Fidel. El mismo día, Carlos Pagni prefiere contarnos que están “Todos contra Batakis”, decidido a contribuir al fracaso de la política económica del gobierno y su nueva ministra. El colmo de los absurdos lo protagonizó Jonatan Viale el 18/07/2022 cuando, hablando de “Una bomba de impunidad” se preguntó “¿Qué se puede esperar de un país sin justicia?” aunque lo dice exactamente por lo contrario a lo que ocurre. Porque se queja de que lo que implementó la mesa judicial macrista todavía no rindió sus frutos, y no porque la mayoría de los jueces de Comodoro Py no integran el Poder sino el Partido Judicial, que aunque no lo diga integra Juntos por el Cambio. Ese mismo 18/07/2022 el ex Procurador del Tesoro del macrismo, Bernardo Saravia Frías, que lo que procuró durante su gestión fue asegurar la impunidad de sus jefes, cree vivir en “Un país donde el estado de crisis es la regla”, aunque no se le ocurre decir lo obvio, que las crisis las provocan sus amigos y asociados.
La prédica va dando frutos. Ya tenemos diputados reivindicadores del terrorismo de Estado y negacionistas. Y aprovechando el clima que fomentan los columnistas de LA NACIÓN y sus socios de los medios hegemónicos, aparecen a la luz personajes como Claudia Jaunin, coordinadora de Turismo en la localidad de Rivadavia, provincia de Mendoza, que en Facebook publicó la imagen de un Ford Falcon verde, con Jorge Rafael Videla parado a su lado, y en el baúl cuatro caras: la de Alberto Fernández; la de Cristina Fernández de Kirchner; la de Axel Kicillof; y la de Sergio Massa, acompañada por la frase “Un solo deseo quiero… El sueño de todos los argentinos de bien”. O como el comisario mayor Carlos Borsato, un ex policía que asesoraba a un candidato de Juntos por el Cambio en Río Cuarto, y que también publicó una imagen de Videla, diciendo “Con esta gorra no habría más de estas gorras“, refiriéndose a la foto de un joven. O como el jefe comunal de Villa Cerro Azul (departamento Colón en Córdoba), Andrés Oscar Data, que publicó fotos de Videla y de Adolf Hitler. O como la legisladora provincial por el radicalismo, Patricia de Ferrari Rueda, que en Twitter reclamó la vuelta de los “Falcon verdes” para “impartir justicia“.
Es que tanto postular el fin del peronismo, reclamar la cárcel para Cristina y los suyos, denigrar cuanta cosa huela a populismo y machacar contra el gobierno, hacen posible el renacimiento de los peores deseos que anidan en el espíritu y las ideas de tanto fascista suelto. Ya no se trata solo de quejarse de los juicios o de hablar de los genocidas como víctimas de la venganza terrorista. Ahora reclaman directamente que se pongan en práctica los mismos métodos que provocaron la noche más triste de la historia.
Y no me vengan con que es el ejercicio del derecho a la libre expresión. Ese derecho nunca puede tutelar la mentira y la violencia. Propagandas de ese tipo, que exaltan la discriminación y el odio, están prohibidas por los instrumentos internacionales que tutelan los derechos humanos. La historia nos muestra en qué terminan estos recorridos. En las peores tragedias. Así que vuelvo a Serrat: “Hombres de paja que usan la colonia y el honor, para ocultar oscuras intenciones. Tienen doble vida, son sicarios del mal. Entre esos tipos y yo, hay algo personal”
[1] Informe oficial de la Comisión Científica agregada al Estado Mayor General de la Expedición al Río Negro (Patagonia) realizada en los meses de Abril, Mayo y Junio de 1879, bajo las órdenes del General Julio A. Roca, Buenos Aires, 1881.
[1] Durnhöfer, Eduardo, “Crimen de Estado: la eliminación de Mariano Moreno”. Buenos Aires, Academia Argentina de la Historia, 1993