Dice el Diccionario de la Real Academia Española que conspirar es “unirse contra su superior o soberano”, “unirse contra un particular para hacerle daño”, “concurrir a un mismo fin” o bien “convocar, llamar alguien en su favor”. Sea cual sea la definición que usemos, es totalmente claro que el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner fue producto de una conspiración.

Veamos. A esta altura de las cosas, se siguen sumando detenciones y aparecen nuevas pruebas que demuestran que el intento de matar a Cristina no fue producto de un desequilibrado que actuó solo, sino que hubo un grupo que planificó las cosas y que incluso ya había tratado de llevar a cabo el magnicidio. Desde ese punto de vista, los frustrados asesinos se unieron contra su superior (toda vez que Cristina es Vicepresidenta de la Nación, electa por el voto popular).

Si se prefiere obviar toda connotación que tenga a Cristina como superior o soberana, igual diríamos que son conspiradores, gente que se unió contra una particular para hacerle daño. El intercambio de mensajes entre los detenidos es más que claro al respecto.

Sin embargo, contra toda evidencia, con un afán descalificatorio que no tiene más sustento que su animadversión contra la reina maléfica del populismo, Joaquín Morales Solá se permite sostener que la sociedad duda de lo acontecido. Le faltó decir el “por algo será” que desparramaban los genocidas para justificar las desapariciones, pero estuvo muy cerca. 

El 11/09/2022 tituló: “Del atentado al culto a la personalidad” y se despachó con expresiones como “el kirchnerismo está buscando obscenamente estirar hasta el infinito lo que pudo ser una tragedia. Esa decisión política se tomó dos horas después de que Cristina Kirchner ni siquiera se enterara de que un loco suelto, un lumpen que vivía de la caza y la pesca, había intentado matarla con tan poco profesionalismo que ni el tiro le salió”. Caramba. Impulsar la investigación del atentado más grave sufrido desde la vuelta de la democracia es estirar obscenamente las cosas. El tirador fallido es nada más que un loco suelto. Morales en su más puro estado: desparramando el odio contra el peronismo y su jefa. Las víctimas, transformadas en culpables. 

No sabe, el escriba “si fue solo el desvarío de un delirante o si hubo, en cambio, alguna conspiración que puso el arma en su mano. Esta última alternativa no tiene todavía ninguna prueba en el ya voluminoso expediente, pero todas las hipótesis siguen abiertas”. El problema es que para esa fecha ya había más detenidos y ya se sabía que el fallido tirador no actuaba solo. Que no esté todavía desvelada por completo la magnitud del consorcio de atacantes indica que lo que está por conocerse es cuál es el alcance de la conspiración, no su inexistencia.

En apoyo de sus disquisiciones no se le ocurre traer mejor prueba que la comparación entre el atentado y la muerte de la reina de la nación que usurpa nuestras Malvinas, como si que alguien intente plantarle una bala a la Vicepresidenta es lo mismo que el deceso de una mujer de noventa y seis años de edad, cuyo fallecimiento solo se puede atribuir a su longevidad. Pero claro, Morales escribe para el pasquín de los MitreSaguier, que a lo largo de su historia ha demostrado más devoción por la corona británica que por la soberanía argentina.

Morales no sabe de otras lealtades que no sean aquellas que la Tribuna de Doctrina profesa con los dueños del poder económico, por eso cree que “Está sucediendo un fenómeno que podría ser claramente caracterizado como de culto a la personalidad, esa devoción a líderes de la política que llega hasta dimensiones religiosas o sagradas. Cristina Kirchner es el personaje de culto”. Como pasaba con don Bartolo y siguió sucediendo con sus sucesores, el vínculo que une a los líderes populares con el pueblo le resulta extraño e incomprensible. Por eso concluye esa columna preguntándose -y dándose la respuesta- que mejor le conviene a su aversión por el peronismo: “¿Estamos mejor con Massa que con el tobogán que proponía Silvina Batakis? Sin duda, ahora hay una leve mejoría. Leve y pasajera, tal vez, aunque a la sociedad le cueste percibirla. Suficiente, de todos modos, para hacerles lugar a dos hechos incompatibles con la democracia: el martirologio de una lideresa laica y el impúdico culto a su persona”. Sus ataques no quedan reducidos a eso. El 14/09/2022 habla de lo que a su juicio pasa “Cuando muchos no creen en el atentado”. En realidad, parece más bien que Morales sabe bien que hubo un atentado y que detrás del fallido ejecutante hay más que un grupo marginal, y por eso mismo se esmera en sembrar todas las dudas posibles. “Ni el Gobierno ni la Justicia ni la policía. Nada es creíble para una importante mayoría social, que sigue convencida de que el intento de atentado a Cristina Kirchner fue, en realidad, un autoatentado para sacar provecho político después de las gravísimas acusaciones que le hizo la Justicia”. Traducido eso, quiere decir que todo fue orquestado por Cristina, para zafar de la condena que hace rato redactaron los escribas del poder y que solo espera que los deportistas amateurs que pululan por Comodoro Py le pongan la firma. Pero no. Esa supuesta mayoría social no es tal, aunque Morales muestre presuntas encuestas que buscan configurarla. La mayoría social se vio en la Plaza de Mayo y en las restantes plazas del país. Y a Cristina no la acusó la Justicia, sino un par de fiscales incapaces de esgrimir un argumento jurídico que sostuviera sus disparates, como van demostrando día a día los alegatos de las defensas que LA NACIÓN ignora prolijamente.

Más definiciones miserables pueblan la columna: “La desconfianza sobre lo que ocurrió en la noche del jueves 1º de septiembre no se instaló solo en la gente común. Hay importantes políticos y hasta funcionarios judiciales que no creen que se haya tratado de un hecho aislado, perpetrado por lúmpenes resentidos con el sistema político y económico. Si se les da a elegir, prefieren quedarse con la hipótesis de un autoatentado, supuestamente organizado para levantar la tambaleante figura política de la expresidenta”. Como es costumbre, ni un nombre ni una pista acerca de los desconfiados. 

Más adelante se despacha con una sarta de falsedades que pretenden desvincular de cualquier investigación posible a la vecina del piso de arriba del departamento de Cristina, la misma que admitió que alquilaba una habitación a la abogada defensora de uno de los atacantes que agredieron a funcionarios del gobierno, periodistas y a cualquiera que fuera sospechoso de kirchnerismo. Morales va más allá de lo que la propia mujer dijo y transforma a los agresores en kirchneristas que acompañaban a una mujer embarazada. La impudicia no tiene límites.

Insiste: “Esos funcionarios aseguran que, por ahora al menos, no hay pruebas de una conspiración en el expediente”. Jamás sabremos quiénes son esos supuestos funcionarios que hablan con Morales, y si fuera por éste, tampoco sabremos cuántas personas hubo detrás del atentado, quiénes financiaban a ese grupo que ni vivía ni se manejaba como una grupo de lúmpenes resentidos. Que los lúmpenes no pululan por la Recoleta ni quieren alquilar inmuebles en esa zona, ni tampoco cobran sumas millonarias de los Caputo, por presuntos trabajos de carpintería.

Volvamos a las definiciones del diccionario. Si conspiran quienes “concurren a un mismo fin” entonces podríamos extender la red de participantes en el atentado, directos o indirectos, a los que hace tiempo vienen atribuyendo a Cristina y sus seguidores todos los males del mundo. A los que desparraman su odio contra el peronismo y se la pasan pronosticando su fin. A quienes no vacilan en desinformar, en propagar falsas noticias, en hacer furiosas campañas contra todo lo que tenga algún atisbo de nacional o popular. Y caramba. Uno puede encontrar ejemplos de todo eso si recorre las páginas de LA NACIÓN, al menos desde hace más de setenta años, cuando la clase obrera adquirió la identidad peronista. Escribas que concurren a un mismo fin con los atacantes de Cristina: que desparezca para siempre de la escena política. Por último, si conspirar también es convocar, llamar alguien en su favor, ¿qué otra cosa hacen los escribas de la Tribuna de Doctrina y de Clarín, llamando a cuanto lector, escucha o televidente desprevenido caiga en sus garras a la santa cruzada de la desaparición del peronismo? En fin, no sabemos si algún día la verdad completa de lo ocurrido esa noche del primer día de septiembre será revelada. Muchas preguntas, por cierto que no las mismas de Morales, aguardan por una respuesta cierta. ¿De qué vivían los atacantes, quién les prestaba su ayuda, cuántos más hay aparte de los detenidos y de los que llevaban bolsas de residuo a la Plaza de Mayo simulando cadáveres, los que prometían horcas, cuchillos y balas para Cristina, Alberto y cuanto otro se les pareciera? Algo hay que sí podemos afirmar: el veneno del odio que puebla sus venas y los impulsa al crimen tiene el color de la tinta de tanto escriba a sueldo del poder, el sonido de las voces que surgen de las radios que forman parte de esos círculos, los colores de sus canales de televisión. Al fin y al cabo, todos ellos han conspirado para que estemos viviendo estos tiempos tan trágicos. Que sus rostros y sus patrones queden a la luz, para que no haya más conspiraciones tejiéndose en las sombras de un poder malsano que tanto daño causa.

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