Un día de furia. Como en las peores pesadillas, la política argentina se vio enfrentada a esos miedos que tras cuarenta años de ejercicio de las formalidades democráticas creía enterrados. Esta vez no ocurrió que despertáramos con las radios propalando música marcial e informándonos de sucesivos comunicados militares. No, esta vez el horror se desplegó a lo largo del horario de votación y terminó corporizándose cuando se hicieron públicos los resultados.

Como la Alicia de los relatos de Lewis Carroll, cruzamos un espejo para entrar en otro país. Pero el espejo estaba roto y no llegamos a la tierra de las maravillas sino a un paisaje aterrador. Y no hubo conejo blanco que nos guiara.

Para peor, las coincidencias con el viaje de Alicia que pudimos encontrar fueron las peores. Porque el sombrerero loco se puso al frente del estallido, seguido de cerca por la reina sangrienta, mientras la sonrisa del gato de Cheshire se corporizaba en la cara del endeudador serial.

Como suele suceder, los opinólogos que pululan por canales de televisión, portales de internet e incluso radios y medios gráficos empezaron a desparramar palabras que pretendían dejar sentado que todos ellos habían profetizado lo que iba a suceder. Aunque la que acertó fue la otra reina, la proscripta, que señaló el escenario de tercios que se concretó en las PASO.

Estamos en el país de las pesadillas. Como en aquella canción de Charly García, tal vez la que mejor describió el clima de aquellos años ’70 marcados por la violencia represiva: “Quién sabe, Alicia, este país, no estuvo hecho porque sí. Te vas a ir, vas a salir, pero te quedas ¿Dónde más vas a ir? Y es que aquí, sabes, el trabalenguas, trabalenguas, el asesino te asesina, y es mucho para ti”. La política después de las PASO es, qué duda cabe, un trabalenguas. Y el riesgo está siempre presente. Que vuelvan los asesinos, aunque ahora lo hagan con otros disfraces.

Con el disfraz libertario, por ejemplo. Ese que usa el sombrerero loco para anunciar que no quedará ni un ministerio en pie, demolidos junto con los derechos que deberían tutelar. A terminar con la ley de interrupción voluntaria del embarazo. A privatizar la educación y la salud. A reducir al estado a la más mínima expresión posible, privándolo hasta de la moneda propia, reemplazada nadie sabe cómo por el dólar, símbolo del triunfo imperial sobre los repudiados populistas.

O con la cantinela del orden, repetida por la saltimbanqui transformada en la reina sangrienta que manda ejecutar a todo el que se le opone. Que no difiere mucho en sus propuestas con las del sombrerero loco, al que sueña con invitar a tomar el té en su palacio.

Charly nos advierte otra vez: “No cuentes lo que viste en los jardines, el sueño acabó. Ya no hay morsas ni tortugas Un río de cabezas aplastadas por el mismo pie juegan cricket bajo la Luna”. Lejanos tiempos aquellos, cuando Onganía terminaba con el débil gobierno de Arturo Illia y abría un poco más las puertas del infierno que amenazaba a los argentinos desde que la marina bombardeara la Plaza de Mayo aquel infausto junio del ’55. Hoy los seguidores de la tortuga se abrazan con los de la morsa y compiten para ver quién es el heredero más fiel de aquella economía que comandaba Krieger Vasena y que se imponía a fuerza de sablazos.

Alguno dirá que todavía no está todo dicho. Y es cierto. La del domingo 13 -mala fecha para jugar una partida tan fiera, diría un amante de las cábalas- fue solamente la carrera clasificatoria. Desde que se implementaron las PASO, la de octubre será la primera elección presidencial con tan pocas fórmulas. Solo cinco, de las cuales dos no alcanzan siquiera a ser testimoniales. Dan cuenta del empecinamiento de sus integrantes por seguir participando, nada más.

Las otras tres son la cuestión. Ya hablamos de dos, la del sombrerero loco y la de la reina sangrienta. Va de nuevo: el domingo 13 cruzamos el espejo roto, y nos despertamos en el país de las pesadillas. La tercera fórmula aparece casi como la última esperanza para que este país recupere un poco la cordura. Pero si esto es así, ¿por qué el castigo sufrido en las urnas? Hay, sin duda, muchas respuestas posibles. Pero desde este lado se me ocurre que la explicación es bastante simple. Le dijimos a la gente que vote en defensa propia, para que no le saquen los derechos. Y resulta que una gran proporción de esa gente ya no tiene esos derechos, algunos porque los perdieron y otros porque no llegaron a conocerlos.

Le decimos al desempleado que a duras penas consigue una changa que tenga cuidado, que le van a sacar la indemnización por despido. Que se va a quedar sin educación para sus hijos. Que no va a tener acceso a la salud. Y el tipo nos mira como pensando que algún virus nos privó del más mínimo entendimiento. Porque a él los que le tiran alguna changa lo dejan sin trabajo cuando se les da la gana y no hay indemnización que reclamar. Entonces sus hijos si van a la escuela es para comer un plato, aunque sea, de una comida pobre y muchas veces sospechosa, pero que es la única a la que acceden. Con lo que las enfermedades los asaltan muy seguido y en los hospitales no hay camas ni remedios.

Hagámosnos cargo. Estamos hablando un idioma diferente al de aquellos que queremos representar. Cuando la pobreza crece, cuando se da el fenómeno de que hasta los que tienen un trabajo registrado no llegan al salario que cubra mínimamente sus necesidades, cuando los precios aumentan día a día sin que nadie los frene, la gente no quiere discursos. Quiere realidades. Es cierto que hubo una pandemia y hay una guerra lejana pero que impacta y la sequía más grande todavía no terminó de irse. Como también es cierto que al gobierno le cargaron una mochila imposible con la deuda que el gato (de Tandil, que no de Cheshire) supo conseguir para alegría de sus amigotes que protagonizaron la mayor fuga de divisas de la historia.

Pero la gente no quiere que le cuenten las dificultades. Quiere que le den muestras, concretas y palpables, de que vamos a salir de esta encrucijada. Que vamos a encontrar el camino para volver a cruzar el espejo, esta vez para salir del país de las pesadillas. Charly de nuevo: “Estamos en la tierra de nadie (pero es mía). Los inocentes son los culpables (dice Su Señoría, el Rey de Espadas)”. Hoy el Rey de Espadas es el juez. Siempre es Su Señoría. Al que tantas veces le anunciamos que íbamos por la reforma judicial, que nunca llegó. Su Señoría, que se las ingenió para condenar a la reina buena y dejarla fuera de carrera. Ojo, cuántas veces gritamos que si la tocaban se iba a armar. Pero la tocaron. La condenaron, aunque haya apelaciones pendientes, y casi casi que la matan. Y no se armó.

Ríen los escribas a sueldo de los poderosos. Aunque su risa tiene algo de un rictus amargo. Porque le dieron poder al sombrerero loco y ahora se les escapó de las manos, y los proclama ensobrados. Y la saltimbanqui será la reina sangrienta, pero hay muchos que la ven tan igual al sombrerero que se quedan con el original y no con la copia.

Para peor, el único que más o menos salvó la ropa es justamente el que representa aquello que todos creyeron superado. El más fiel exponente del despreciado kirchnerismo, de ese sector que supuestamente no tenía votos ni posibilidades y por eso quedaba fuera de toda fórmula posible. Resistiendo desde el mayor distrito del país y dando esperanzas de que no todo está perdido, Axel Kiciloff demuestra que otra forma de gobernar, que no sea rindiéndose al posibilismo sin principios, es posible y rinde frutos.

Quedan dos meses. Tampoco es tan grande la diferencia. Aunque los cronistas de la Tribuna de Doctrina hablen de la fuga de votos que sufrió el peronismo y se regocijen viéndolo sufrir la peor performance electoral de su historia, hay otros datos que mirar. Es cierto que desde el 2019 el frente que hoy está en el gobierno viene perdiendo votos. Pero si se miran las cosas poniendo a todas las fuerzas políticas en el escenario, de 2021 a la fecha los que más perdieron son los cambiemitas. Y el único que alza la cabeza, melenudo y aullante, es el sombrerero loco que no tiene la estructura que los otros sí poseen.

Qué pasaría con un gobierno sin diputados ni senadores ni gobernadores. Eso pasaría si en octubre se repiten los resultados de las PASO y el gorila carajeador se alza con la presidencia. Si fuera la saltimbanqui, en cuanto demuestre que su pericia para gobernar es la misma que todos pudieron ver cuando tuvo que votar ocho veces para poder cumplir con su sufragio lo más probable es que el resultado sea el mismo que aparece, amenazante, en un futuro con alguno de los dos en la Rosada: un estallido que deje al 2001 como un episodio menor.

“Estamos en la tierra de todos, en la vida. Sobre el pasado y sobre el futuro, ruina sobre ruina”. Todavía hay tiempo. Todavía es posible. Lo que está en juego es demasiado. Y es cuestión de todos. Sin esperar que sean otros los que busquen y encuentren la solución, porque el problema es común. Todos vamos a sufrir las consecuencias. Que no nos pase como en la canción y escuchemos a Charly diciéndonos que “se acabó ese juego que te hacía feliz”.

Todos los entrecomillados corresponden a “Canción de Alicia en el País”, tema de Charly García

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *