Libertad. El grito sagrado del que habla nuestro himno. Ese vocablo que dio origen a tantas

canciones. Ese estandarte por el cual tantas personas fueron capaces de ofrecer su vida.

Ese anhelo que marca las vidas de manera indeleble. Una palabra hermosa, que evoca

sueños de felicidad eterna.

Para el Diccionario de la Real Academia Española la libertad es la facultad natural que tiene

el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus

actos. El libre albedrío, se suele decir. También es el estado o condición de quien no es

esclavo, el estado de quien no está preso, la condición de las personas no obligadas por su

estado al cumplimiento de ciertos deberes, la exención de etiquetas, el desembarazo o

franqueza, la facilidad, soltura, disposición natural para hacer algo con destreza. Y en los

sistemas democráticos, el derecho de valor superior que asegura la libre determinación de

las personas.

Pero también es la falta de sujeción o subordinación, una licencia u osada familiaridad, una

prerrogativa, privilegio, licencia, o la contravención desenfrenada de las leyes y buenas

costumbres.

Con su sonido se llenan la boca desde los poetas hasta los profetas, pasando por estadistas,

burócratas, apóstoles, santones, políticos de las más variadas ideologías y toda clase de

gente.

Esa variedad de significados que le hemos atribuido casi que nos hace olvidar, muchas

veces, a qué nos estamos refiriendo cuando la pronunciamos. Porque además la usan sin

descanso muchos de aquellos que están dispuestos a borrarla de las realidades de los

pueblos. En nuestro país, y en este convulsionado tiempo que nos toca transitar, tenemos

el ejemplo palpable. Un personaje que disfruta presentándose como un mamarracho

aullador y desmelenado termina sus intervenciones gritando viva la libertad. Y se

autodenomina libertario, término que en épocas pasadas definía a los luchadores

anarquistas, justamente el opuesto más concreto de lo que hoy sostiene este sujeto.

Cultor del esperpento aún sin saberlo -se pretende experto en economía pero los

memoriosos recuerdan que un texto que publicó como propio era en realidad la burda copia

de otro autor-, sin conocer a Valle Inclán deforma la realidad acentuando sus rasgos

grotescos.

Uno se pregunta quién financia la irrupción de este sujeto en el confuso y complicado

escenario político, más cuando no se le conocen otros trabajos que el de haber asesorado

a Antonio Domingo Bussi, el genocida condenado por los crímenes de lesa humanidad que

cometió en Tucumán. Lo cierto es que no hay pantalla de los grandes medios ni página de

sus expresiones gráficas en las que no se lo mencione como el fenómeno nuevo que irrumpe

para cambiarlo todo.

Y hasta los que en un principio lo miraban con sonrisas displicentes, porque se creían

dueños de ese espacio donde la racionalidad se pierde, derrotada por un supuesto sentido

común que no es otra cosa que la imposición de ideas que no pueden ser discutidas –

justamente porque son “de sentido común”-, y que si pudieran ser desmenuzadas

demostrarían justamente que son lo contrario de lo que dicen. Me refiero, claro está, a

nuestra derecha, ese conglomerado de intereses que ante la posibilidad de alzarse con el

trofeo superior -la presidencia-, desnuda sus colmillos y ataca a todo lo que encuentra en

su camino, primero a los que toman la misma dirección pero siempre a los que representan

al odiado populismo.

Un racimo de propuestas absurdas, acompañadas de otras que no son más que la

exageración de los anhelos comunes de nuestra derecha, son analizadas por presuntos

especialistas que debaten sin pudor acerca del precio que puede alcanzar la venta de

órganos, de la legalización del tráfico de niños y niñas, de la dinamitación del Banco Central

y disparates por el estilo. La dolarización, ya fracasada con el uno a uno del maestro sin

pelos del predicador piloso, se ha transformado en el punto central de las discusiones

económicas.

¿Qué ha pasado con los argentinos y sus sueños? ¿Dónde quedaron las palabras de Manuel

Belgrano, cuando dijo que la vida es nada si la libertad se pierde? ¿O la proclama

sanmartiniana que rezaba “Seamos libres y lo demás no importa nada”? ¿Cuándo nos

dejamos robar tantas palabras que desgastadas por tanta repetición sin sentido dejaron de

ser convocantes?

Decía Julio Cortázar -que sabía del valor de las palabras, y mucho-, en un discurso

pronunciado el 24 de marzo de 1981 en Madrid, para la Comisión Argentina de Derechos

Humanos que presidía Eduardo Luis Duhalde, que “Si algo sabemos los escritores es que las

palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los

hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal

empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad”. Más adelante,

agregaba que “Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración

es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de los mismo

conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y viciar su sentido más

profundo y proponerlos como consignas de su ideología. Palabras como patria, libertad y

civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos.

Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a

amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado en el desfile

de los pasos de ganso. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y

todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas”.

Esas definiciones son perfectamente aplicables a lo que estamos viviendo. Y no desde

ahora, porque el empleo tendencioso del lenguaje del que hablaba Cortázar es la premisa

fundamental de la labor de los empleados de los grandes medios de comunicación desde

hace mucho tiempo. Y como los depredadores que huelen sangre y se excitan en su afán

destructivo, creen ver herido al movimiento popular y se aprestan a hincarle sus colmillos.

Algunos ejemplos. La Tribuna de Doctrina sigue defendiendo a la dictadura genocida y sus

apologistas. Por supuesto, lo hace en nombre de los derechos humanos que esa dictadura

mancilló de todas las maneras posibles, con el entusiasta apoyo del pasquín fundado por

don Bartolo. Esta vez, en una editorial del 03-05-2023 titulada “Ni derechos ni humanos”,

donde se queja de la remoción dispuesta por el Ministro de Defensa Jorge Taiana, de

Rodrigo Alejandro Soloaga, un militar que ejercía la presidencia de la Comisión del Arma de

Caballería. La medida fue adoptada fue consecuencia del discurso pronunciado por Soloaga,

quien envió un “saludo especial para los camaradas de caballería que se encuentran

privados de su libertad como consecuencia de haber cumplido funciones en las filas de la

fuerza durante una difícil época de nuestro país”, al tiempo que sostuvo su “permanente y

renovado acompañamiento en estas circunstancias que les toca enfrentar y que sobrellevan

con estoicismo” y les reiteró el “permanente apoyo espiritual y el deseo de que prontamente

puedan encontrarse junto a su familia”.

Como correspondía, Taiana ordenó la remoción de Soloaga, porque tal alocución “contraría

no sólo un amplísimo consenso nacional que sostiene las políticas de Memoria, Verdad y

Justicia que el Estado Nacional viene llevando a cabo desde 2003, sino también las

decisiones adoptadas en reiteradas oportunidades por el Poder Legislativo y las altas

autoridades de la Justicia”. El ministro agregó que “A 40 años de democracia, es inaceptable

y no toleraremos bajo ninguna circunstancia este tipo de manifestaciones”. Clarísimo.

Pero para LA NACIÓN “La sanción aplicada a un militar retirado y la persecución iniciada

contra otros evidencia el rencor y el odio convenientemente instalados en el Gobierno”. Para

sostener tamaña distorsión de las cosas, no encuentra nada mejor que las declaraciones del

presidente del Foro Argencno de Defensa, Sancago Lucero Torres, quien se desempeñó

durante el macrismo como Director Nacional de Polícca Industrial para la Defensa: “Es

nocivo para la democracia que quienes atentaron contra ella en el pasado, asesinando

civiles, militares, jueces y líderes políPcos y sindicales hoy sean puestos a dirigir nuestras

Fuerzas Armadas y sancionar a nuestros militares con una clara vocación de venganza”.

Como el jefe supremo de las Fuerzas Armadas es el presidente, cuesta imaginárselo como

un heroico combacente. Y Lucero -que no parece alumbrar mucho- repite esas frases

gastadas que tanto le gustan a nuestra derecha. O sea, como siempre el pasquín de los

Mitre-Saguier se da por confirmado en sus mencras citando las mencras de otro. Por las

dudas, replican las manifestaciones de otros de la misma clase: Mariano de Vedia, el 04-05-

2023 cuenta que “Ricardo López Murphy y Miguel PicheSo cuesPonaron la remoción del

general Soloaga”. Más de lo mismo. Toda la cháchara en defensa de los procesados por

crímenes de lesa humanidad apunta a lograr que los liberen. Falta que pongan un cartel:

“libertad a los genocidas”. Al menos serían sinceros, porque esa es la libertad que quieren.

Libertad para que los pobres se mueran de hambre. Para que la niñez y la adolescencia no

accedan a la educación pública y gratuita. Para que crezca el número de marginados, de

trabajadores que sólo pueden acceder a tareas irregulares en un sistema apartado de la

legalidad que después posibilita que no se puedan jubilar porque no cenen aportes. Y no

los cenen porque los soldados de esa falsa libertad nunca se los hicieron. Libertad para

elegir cómo enfermarse sin tener posibilidad de acceder a la salud pública. La libertad del

falso libertario y de quienes le compiten a ver quién es más liberal.

Perdón por tanto ultraje, por tanto mal uso, pero ojo. Somos muchos los que, todavía,

preferimos aquella libertad por la que cantaba Miguel Hernández, “Porque donde unas

cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada. Y hará que nuevos

brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán aladas de savia sin otoño,

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado que

retoño: aún tengo la vida”.

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